En el jardín
(Impresionismo americano)
No todo fue tristeza.
Nadie soporta la tristeza mucho tiempo. Por eso fue tan doloroso. Teníamos las
palabras. Y teníamos las risas. Oírle reír era una gigantesca punzada de
optimismo. Reía de una forma especial, con ganas, desde dentro. No impostaba la
risa. El tiempo de reírse era el único que parecía verdad. Yo quería hacerle
reír a toda costa por eso sufrí tanto cuando me convertí en un problema. Todas
las mujeres de su vida nos hemos acabado convirtiendo en problemas. Las del
pasado y las que vendrán.
Pero su risa, ay su
risa. Conquistaba el espacio. Era limpia y producía el efecto de una catarata
de agua en el desierto. A través del teléfono reía con ganas y transmitía un
halo de complicidad imposible de evitar. Y, cuando estaba frente a mí, esa
mirada, durante el acto de la risa, tenía una fuerza tal que todavía la mantengo
en mis ojos. La veo siempre. Está ahí. No se marcha, ni se oculta, ni se
escapa. Lo veo reírse y entonces muero.
No todo fue tristeza.
Leíamos versos de los poetas que amábamos. Pronunciábamos con cuidado palabras.
Las palabras eran nuestro territorio, el lugar en el que nos sentíamos seguros.
Me gustaba cantarle. Al otro lado del teléfono mi voz siempre le sonaba a
copla. Yo era entonces una cantante antigua que desgranaba amores perdidos,
sufrimientos, quejas…Todo lo que un día llegaría a ser, aunque entonces yo no
lo sabía.
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