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La riada

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 Mi madre contaba siempre los detalles que a ella le llegaron de la riada del 19 de octubre de 1965 en Chiclana. Ella pasó esas horas en vilo, llorando según cuentan las vecinas, pensando en qué le había sucedido a su familia. En la foto se ve la farmacia de su primo y, en la esquina del Cabezo, la casa familiar, que se libró seguramente porque vivían en la primera planta. Sus dos balcones se asoman a la foto. Pero a la izquierda están las casas de las tías Teresa y Lola, que se perdieron completamente. Eran unas casas increíbles, como si fueran conventos, decía mi madre, de lo llenas que estaban de esculturas y cuadros. Algunas historias quedan siempre en la memoria de los niños y mucho más cuando tienes una madre que te las narra con paciencia y muchos detalles. La destrucción del Teatro García Gutiérrez, por ejemplo, situado junto al río, o el arrase completo de la Alameda, por donde paseaban las muchachas en su juventud. Ella sintió aquellas pérdidas como la del paraíso perdido de

Mienten

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 Un pobre siempre reconoce a otro pobre. Y no se deja engañar por la impostura. La gente de barrio y de pueblo, la gente de ciudad, que ha vivido la urgencia de la vida, que ha tenido que lidiar con trabajos duros, que no ha podido elegir, que siempre sabe de su invisibilidad, a esa gente no la pueden engañar los supuestos solidarios de salón. Los hay por todas partes, los observo. Algunos, incluso, son gente simpática, gente que te da lecciones sin que las pidas y que se atribuyen todos los adjetivos que ellos necesitan para encumbrarse. La inmensa mayoría van de adelantados a su tiempo, dominan todos los ismos y se consideran luces que alumbran a la vil mayoría. Les repugna el contacto con la tierra mojada pero quieren parecer sinceros, humanos y sencillos. Casi nunca lo consiguen: los calamos a simple vista. Los hay en la literatura, en el cine, en la ilustración, entre los profesores o entre los periodistas. Por supuesto la mayoría tienen algo que ver con la política. Chapotean den

La poesía de Concha Méndez

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  Concha Méndez fue, sobre todo, poeta. Como sucede a veces esa condición queda oculta entre una hojarasca de circunstancias que no nos dejan conocer bien su obra ni su significación. Pero fue, sobre todo, poeta. Y ella misma lo afirmó todas las veces que pudo. Ella misma dejó claro que, al margen de ser la compañera sentimental de Luis Buñuel o de Manuel Altolaguirre, al margen de ideas y de peripecias vitales, la poesía era para ella el aire que respiraba. Por eso ha de detenerse en su poesía la mirada del lector. Por ejemplo, en esta Antología que la editorial Renacimiento publica en 2019, en una edición de James Valender, y que se titula Entre sombras y sueños . El libro se estructura en tres: poemas de juventud, poemas de la guerra civil y del exilio y últimos poemas. Viene antecedido todo ello de un texto de Valender sobre la autora, a modo de aclaración biográfica. Sin embargo, para conocer bien a Concha Méndez y su poesía resulta necesario connotar algunos aspectos y es recome

The Idea of You: cuarenta y veinticuatro

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Lo clásico y lo que no llama la atención es que haya un romance entre un hombre mayor y una chica muy joven. El hombre mayor puede tener hasta noventa años, no hay límites. Pero es menos frecuente en la vida y en el cine que la cosa sea exactamente al revés. Mujer mayor y hombre muy joven. Aunque ni siquiera pueda hablarse de una mujer mayor sino de una diferencia de edad sustanciosa, esto no se asimila todavía, no se comprende y se critica. Hay un curioso feminismo mediante el cual las mujeres están obligadas a ser siempre jóvenes o a parecerlos y para ello cuentan con el concurso inmediato de las cirugías, los bótox y demás adminículos que te convierten en un remedo de tu nieta. Cuando la mujer es mayor que el hombre siempre parece estar en la cuerda floja, siempre se puede uno imaginar que todo saltará por los aires e, incluso, que es algo ridículo y sin sentido. Pensar así dice poco de la capacidad de los hombres de entregarse por amor y que este sea verdadero y no sujeto meramente

"La carta" de William Somerset Maugham

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La carta William Somerset Maugham Traducción de Carlos Mayor Pequeños Placeres. Ediciones Invisibles Tercera reimpresión julio de 2024. 93 páginas Se lee de un tirón. No solo porque es una historia corta, sino porque es apasionante. Somerset Maugham es un escritor de fuste que no está de moda. Pero nadie como él para retratar personajes y crear ambientes. Lo ves mientras lo cuenta. Los ves mientras los describe. Es increíble cómo el libro te lleva de la primera línea a la última sin reparar en ello. Esta clase de libros me gustan. Crean hábito y proporcionan placer.  La historia es bien conocida y seguramente has visto la película. Pero no se trata de saber qué pasa sino de la forma en la que Somerset lo cuenta. La parte final, con la metamorfosis de la protagonista, es genial. Aunque hay giros argumentales que no se recogen en el film, hay que decir que la película es una pequeña obra maestra y que está muy bien adaptada, cosa que no siempre es fácil. William Wyler, que siempre quiso

"La mujer del médico" de Brian Moore

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  La mujer del médico Brian Moore Traducción de Ismael Atroche Contraseña Editorial Noviembre, 2012 ********** ¡Qué difícil es ser mujer! Y quizá por eso a tantos escritores les ha interesado meterse en el alma femenina y descifrarla, intentar una historia en la que a las mujeres les pasen cosas y ellas tengan que reaccionar de alguna forma. No solo los grandes novelones novecentistas ( Madame Bovary, Anna Karenina, La Regenta) sino las extraordinarias aportaciones de escritores que han detallado su visión de ese mundo, a la vez simple y complejo. D. H. Lawrence retrató a muchas mujeres: las hermanas Brangwen, Constance Chatterley, y las situó en un mundo complicado en el que ellas tienen que aprender a construirse a sí mismas. Las heroínas de Shakespeare, sin embargo, lo son como contrapunto al héroe y en ninguna de ellas late esa determinación positiva de dar un portazo cuando convenga. Edith Wharton dibujó los rasgos de mujeres llenas de matices, no siempre deseosas de agradar, no s

"Las maravillosas nubes" de Françoise Sagan

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 Françoise Sagan (1935-2004) es una escritora francesa con mucho carisma. Sus novelas han obtenido un gran éxito y muchas de ellas han sido llevadas, también con acierto, al cine. Se trata de una escritora muy volcada en los aspectos psicológicos de los personajes, con tramas en las que la vida íntima, familiar y personal ocupa el centro. En "Las maravillosas nubes" la pareja formada por Josée y Alan es muy desigual. El carácter de él la deja desconcertada y a punto de la huida. Alan es una persona difícil, un gran manipulador, de esos que te hacen luz de gas por menos de nada. El cansancio de ella con una relación así está patente desde el principio. Pero la gran pregunta que nos hacemos es cómo reaccionará y si algún día hará algo inesperado al respecto.  Ediciones Invisibles, en su preciosa colección Pequeños Placeres, trae esta novela con una traducción de Carlos Mayor, en uno de sus libros de pequeño formato que son manejables y con un bonito diseño. Dan ganas de leer si

Francis William Austen, el triunfador

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  /Daguerrotipo del almirante Francis Austen/  El miembro más ilustre de la familia Austen era el almirante sir Francis William Austen (1774-1865), marino que desde los doce años se había formado en la escuela naval de la Armada en Porstmouth y que participó en numerosas acciones bélicas que le trajeron prestigio y ascensos. A pesar de estar expuesto a una vida de peligros constantes en un momento histórico en el que los enfrentamientos bélicos eran cotidianos, el almirante superó los noventa años, siendo el más longevo de los ocho hermanos Austen. El contacto con su hermana Jane, la correspondencia y el intercambio de información, nos van a decir que ella conocía de primera mano lo que estaba sucediendo en la guerra y cómo era la vida militar. Francis se casó cuando obtuvo un empleo conveniente con una joven sin fortuna, Mary Gibson, con la que tuvo once hijos y un matrimonio feliz. La muerte de ella en su último parto lo llevó a hacer lo usual en la época: buscarse una nueva esposa q

Bibliotecas

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  Me crié sin bibliotecas públicas. Creo que en el pueblo solo había una y nunca la utilicé. Me buscaba la vida para leer de mil maneras. La primera eran los libros de casa. No una biblioteca majestuosa hecha de tomos encuadernados en piel situados en vetustas estanterías de caoba. No. Sencillos tomos de bolsillo, colecciones que comprábamos en quioscos o que encargábamos a nuestra librería del barrio. Empezamos a comprar libros muy pronto y había de todo. Estaban los poetas, estaban los clásicos, estaba la colección Teatro, había novelones, estaban los episodios nacionales ordenados y con una cubierta marrón muy característica, estaban los libros infantiles o juveniles o eso parecía, con toda la ristra de plateros, tebeos, Alicias, Pinochos, julios vernes y Walter Scott. Cada cual tenía sus preferencias y elegía sus libros, que llegaban puntualmente en cumpleaños o en reyes. Y no había censura ni veto. Era una casa libre en la que se vivía en libertad.  Hay algo en este tipo de educac

James Austen, un hombre serio

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James Austen (1765-1819) el hermano mayor de Jane, tenía cualidades y aspiraciones intelectuales. Era un buen escritor que hacía sermones impecables. Una persona seria que llevó una vida notablemente menos importante de lo que él sin duda hubiera querido. Se educó en Oxford y allí tuvo cierta relevancia al participar en el ambiente cultural junto con su hermano Henry, con el que fundó la efímera revista The Loiterer. Su carácter no debió ayudarlo, porque era reservado, estricto y poco entrante. Se casó con Anne Matthew y con ella tuvo una hija, Anna, la primera sobrina y la primera nieta de los Austen. La muerte prematura de su esposa cuando la niña contaba solo dos años lo dejó desolado y se casó luego con una amiga de toda la vida de la familia, la señorita Mary Lloyd, de veintiséis años, que le dio otros dos hijos, James Edward y Catherine. Parece ser que Anna no era feliz en su casa y pasaba mucho tiempo con los abuelos y tías, que la querían mucho. Al final James tuvo que conforma

Henry Austen, el hermano favorito

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  Henry Austen (1771-1850) fue un aventurero, un buscavidas, un hombre inteligente y carismático pero muy dado a meterse en problemas. Sin embargo, se dio cuenta del talento de su hermana y la ayudó a publicar, la aconsejó y la acogió en su casa de Londres para hacer las gestiones oportunas con los editores. También ella lo cuidó cuando estuvo muy enfermo. Henry estaba bien relacionado. Su primera intención había sido la de entrar en la iglesia y estudió en Oxford como también lo hizo su hermano mayor James . Estuvo formando parte de las milicias territoriales con un cargo de gestión durante un tiempo. Ello le permitió conocer al editor de temas militares Egerton, que llegaría a publicar Sentido y sensibilidad en 1811, Orgullo y prejuicio en 1813 y Mansfield Park en 1814. Harry tenía ciertos contactos con el entorno del entonces regente y con el mundo editorial en general. De manera que de ahí surgió la dedicatoria que la autora añadiría a su novela Emma publicada en 1815 aunque

Tormentas

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 /Lluvia en una calle de París, 1870. Gustave Caillebotte/ El padre pregunta al llegar a la casa. Deja el coche en la puerta por si acaso. ¿Están todos? Si la madre asiente, entonces irá a encerrar el coche en el garaje y volverá para sentarse en su butaca y tomar una cena ligera mientras lee el periódico o ve un rato la tele, un programa del que no sabe nada. Todos son los hijos. Hace una noche lluviosa, después de un día de tormenta. Las calles se han anegado como es costumbre en esta ciudad que piensa que nunca va a llover. Los hijos se han recogido todos y anda cada cual a lo suyo en la casa. Eso es lo que tranquiliza al padre, lo que hace que descanse, siquiera unas horas, antes de volver al trabajo cuando amanezca. Así toda su vida. 

Curso de verano

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  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Cuentos para Francine van Hove: La enredadera

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En la calle de mi infancia hubo una vez una casa hermosísima. Perteneció tiempo atrás a un marino que vivía solo. Era una casa especial, distinta a todas las demás, con un aire de misterio y soledad que te encogían el corazón al pasar por delante. A los niños les gustaba pararse y contemplar, con los ojos semicerrados, el efecto del sol en su fachada. Estaba pintada de blanco, con remates de color azul prusia y un zócalo alto de piedra ostionera. Sus grandes balcones se cubrían con rejas de hierro forjado y, en el centro de la puerta de entrada, oscura y amplia, había un precioso llamador de latón en forma de mano. La casa se cubría con unas amplias azoteas, como suele ser tradición constructiva en este sur. Las azoteas se comunicaban entre sí a través de unos muretes de baja altura. Debía ser una delicia recorrerlas, recibir el aire del sol en los días entrantes de la primavera, y sentarse allí, al abrigo, cuando soplaba el levante. La casa era muy grande. Tenía muchas y amplias h

Cuentos para Francine van Hove: El autobús no espera

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El autobús no espera. Se ha marchado. En medio del calor de la tarde de Corpus. Gente que se pasea, gente que espera, la procesión todavía no ha salido. Mucha gente. Yo sola. El autobús se ha ido y no he bajado. No he llegado a encontrarte después de tantos días, después de tantas horas de teléfono, después de tantas cartas, después de la incesante geografía de las manos, de los ojos, del cuerpo.  Nada. No he marchado a mirarte, ni a mirar la película contigo. Estás solo. El autobús no espera. Ya se ha ido. Y yo no. Yo sigo todavía en las calles, anclada entre la gente. No llevo mi traje de domingo, ni llevo mi sonrisa, ni llevo mis palabras, ni llevo mis deseos. No estoy, en realidad, no me he marchado. No he querido llegar hasta la plaza que tantas veces vio nuestros secretos, la plaza donde el suelo tiene el olor de pasos de quiénes no perdieron la esperanza de verse. Pero nada se ha escrito de nosotros y ya no somos nada. El autobús se marcha y te esperan mil tardes de lla