Soledades


 /Foto: Vivian Maier/

No hay una sola clase de soledad. Hay soledades. Cada soledad tiene unos motivos y una forma de manifestarse. Es la gran enfermedad del siglo XXI y se disfraza de otras cosas. Se confunde en medio del fragor de las redes, se difumina en ocasiones pero suele reaparecer a poco que las personas miren hacia dentro. Los seres humanos estamos abocados a la soledad final pero hay quien es capaz de sortearla, o tiene unas circunstancias más benignas o no piensa en ello. Si no piensas en la soledad, ese engaño puede salvarte. Pero si tu cabeza se detiene en lo que eres cada día, entonces no habrá simulación posible. Para luchar contra la soledad se hace de todo. Se buscan parejas inadecuadas, se adquieren compromisos molestos, se apunta una a cualquier cosa y, llegado el caso, se tira la toalla. Cuando tiras la toalla, cansada, perdida, inútilmente expuesta al fracaso, entonces se pierde el anclaje en la vida. Los seres humanos estamos anclados a algo que nos sujeta a la vida cotidiana, al día a día y además incluso a veces a una ilusión progresiva, sucesiva, que nos arropa. Si todo eso va desapareciendo, entonces estás perdida. La soledad está siempre al acecho. 

Existían los vecinos. Cubrían en un momento dado esa soledad interpuesta. Cuando se morían los maridos, las mujeres se arropaban entre ellas, se hacían favores, hablaban del tiempo pasado, iban juntas a la peluquería. La peluquería es el gran territorio de la mujer para paliar la soledad. La peluquera hablará contigo, te preguntará cómo estás y tú no sabrás qué responder. Puesto que ni siquiera lo sabes. Cómo estás. Nadie quiere saber nada de eso hace mucho tiempo. La soledad no tiene forma es la ausencia de calor, de compañía, de preguntas, de abrazos. Es algo que existe en función de lo que no hay, de lo que no posees, de lo que no disfrutas. Incluye a hombres y a mujeres, se manifiesta cuando menos lo esperas y tiene una gran dosis de crueldad. Estás sola porque lo mereces, estás sola porque es tu culpa, estás sola porque no sabes estar acompañada. La soledad no solo te ataca sin piedad sino que también te hace responsable de tu propio dolor. No hay una sola clase de soledad. Hay soledades. De ellas vamos y venimos. 

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