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Austen: lo que dice Lewis

 

En el volumen "Ensayos literarios selectos" (Rialp, 2023) me llama la atención el dedicado a Jane Austen. Sobre él quisiera escribir esta entrada después de saludar en otra de ellas la buena noticia de la aparición de este libro que cuenta con la traducción de David Cerdá, un consumado austenita, lo que significa que estamos en buenas manos a la hora de traer al español el sentido de un texto que parece, a primera vista, importante, dentro de los que se han dedicado y se dedican a la escritora. 

Con cierto aire de humildad Lewis lo titula "Una nota sobre Jane Austen" y para su exposición parte de cuatro textos extraídos de sus novelas. Esa selección será decisiva a la hora de expresar su pensamiento al respecto. De los cuatro pasajes, el primero corresponde a "La abadía de Northanger" y es el momento en que Catherine Morland, la heroína, se da cuenta de que ha estado metiendo la pata considerablemente a la hora de juzgar a los Tilney. Su novelería la ha conducido a error que ahora lamenta. Y, como suele suceder a las heroínas, hay de por medio un asunto amoroso que puede verse seriamente perjudicado por su loca actuación. 

El segundo pasaje seleccionado lo es de "Sentido y sensibilidad" y en él encontramos a Marianne Dashwood en el tiempo posterior a su enfermedad dándose a la reflexión acerca de la misma y de cómo ha estado a punto de morir por dejarse llevar de esa manera por un amor contrariado que, a todas luces, ha resultado ser tóxico e inadecuado por muchos conceptos. A esa idea añade Marianne el pensamiento doloroso de que no ha prestado atención alguna al sufrimiento de Elinor, no solo porque ella siempre lo ha ocultado sino porque estaba en otra cosa, solo pensando en sí misma. La evidencia de que en su egoísmo se ha envuelto en una capa de doloroso aislamiento, dejando fuera a su querida hermana, es tan dura que Marianne aprende una lección para siempre. 

El tercer texto es de la novela quizá más conocida, no sé si leída (porque una cosa es ver una serie o una película y otra leer el libro en el que están basadas), de Jane Austen, esto es "Orgullo y prejuicio". Elizabeth Bennet piensa en la forma en que creyó las mentiras de George Wickham, cómo cayó en su trampa de adulación vanidosa, y de ese modo hizo un flaco favor a Darcy, que fue convertido por ella en el villano siendo así que es la víctima de los manejos del militar. Lo peor de todo para Elizabeth es el sentimiento de haber sido injusta con alguien que no lo merecía y también de no haber actuado con racionalidad sino con prepotencia e ignorancia. Todo ello con resultados nefastos porque no hay que olvidar que ha rechazado la proposición de matrimonio del señor Darcy y que su propia hermana está en una situación de peligro por desconocimiento de algo que ella ha ocultado. 

Por último, tenemos un fragmento de "Emma", en el que hay también un acto de contrición por parte de la protagonista al constatar que su supuesta ayuda a la joven Harriet Smith no era tal y que la ha metido en un callejón sin salida al alentar su predilección por el señor Knightley cuando, en realidad, ella siente, sin haberlo sabido antes, que él es en verdad el hombre del que está enamorada y cuyo amor no le ha sido revelado hasta ese momento a su corazón. Piensa Emma Woodhouse que si el señor Knightley está muy por encima de ella misma en lo tocante a inteligencia, maneras y desempeño, cuánto más lejos estará de Harriet, por mucho que ella se empeñe en lo contrario. 

Lewis afirma en su análisis que hay grandes diferencias en esos cuatro extractos pero yo adelanto que, para mí, hay una gran similitud de fondo pues todos corresponden a un momento de introspección de las protagonistas, a un hablarse a sí mismas sin engaños que no siempre se respira en el resto de las novelas. Cierto que estos despertares a la verdad surgen por motivos diversos porque así de distintas son ellas mismas pero, aparte los trasfondos, se trata de un ejercicio común a las cuatro. Eso mismo afirmará más tarde Lewis aludiendo a una palabra clave, o mejor, a dos: la desilusión y la decepción. El desengaño. El despertar. Las une el pensar que son ellas mismas las causantes de esa desilusión simplemente por no haber sabido juzgar adecuadamente las circunstancias o comportarse debidamente. En el fondo de sus quejas y de sus revelaciones está el hecho de que antes del deslumbramiento no se conocían en realidad a sí mismas y esa falta de autoconocimiento ha conducido a veces a una pérdida del control y también de la razón. 

Al otro lado de estas cuatro novelas sitúa el ensayista las otras dos novelas largas de la autora: "Mansfield Park" y "Persuasión". Se centra en sus respectivas protagonistas y he de decir que me ha hecho ver a una Fanny Price que no se me hacía nada evidente. Es verdad que puede uno confundir la prudencia con la sosería y el silencio con el no tener nada que decir. En el análisis que hace de Anne Elliot hay más acuerdo con lo que comúnmente se estila porque seguramente sea la heroína austeniana con más predicamento entre los lectores más avanzados porque se trata de un personaje en el que la experiencia ha hecho su trabajo y, por eso mismo, podemos hallar más complejidad y más sorpresas también. Puede que, y esto es añadido mío, la pareja que forma con Frederick Wentworth sea la más equilibrada de todas las que traza la escritora en sus libros porque en las otras  hay una especie de descompensación hacia un lado o hacia otro. Aquí, sin embargo, ambos han conocido el fragor de la lucha y están en situación de ansiar el descanso. 

C. S. Lewis termina su ensayo criticando a Kipling por esa absurda historia sobre janeites y le doy la razón porque la buena intención del escritor de aventuras no se aviene con el resultado de la obra. Y desde luego esa afirmación de que Austen es hija del doctor Johnson en muchos aspectos tiene su punto de verdad y no se puede disentir al respecto, tampoco cuando afirma que Isabel Archer, la protagonista de "Retrato de una dama" de Henry James y Elizabeth Bennet, habrían tenido, de conocerse, serios reparos que hacer la una a la otra. Pero eso nunca, digo nunca, ha sucedido. Salvo, claro está, que a John Banville se le vuelva a ocurrir hacer de las suyas. 

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