Giacometti y los pétalos rosas
El camino que recorres cada día es mitad rutina, mitad emoción. Cuando dejas de frecuentarlo por algún motivo la naturaleza se encarga de recordarte, al volver, los capítulos que no leíste del libro de la vida. Por eso se asoma con cualquier excusa y te regala imágenes como estas, la imagen del suelo terrizo, de los pétalos desgajados de las pérgolas de buganvillas rosas y la sombra alargada, como si fuera una figura de Giacometti, de las ramas de los árboles.
Conocí a Alberto Giacometti y a sus figuras que caminan convertidas casi en nada cuando estudiaba arte en la universidad. Hay quien dice que aprende poco pero yo recuerdo cada día las enseñanzas de aquellos días, e incluso anteriores, las del bachillerato y las del colegio. Debo ser una perpetua alumna porque sigo indagando en lo que son las cosas y en el secreto que contienen. La sombra de los árboles me ha traído a Giacometti y me he sumergido en él de nuevo, de igual forma que lo hacía para preparar un examen. Mis amigas, Ana, Enriqueta y yo, buceábamos en los libros y guardábamos cola en el patio de Arte para que nadie nos quitara nuestro sitio porque siempre faltaban sillas. También íbamos a las inauguraciones en las galerías de arte, sobre todo aquellas en las que había aperitivos, porque, ya se sabe, las estudiantes tienen hambre siempre. Giacometti apareció de pronto, un día de clase de Arte Contemporáneo, y nos dejó flipados. Las imágenes de sus figuras andantes, que no se sabía adónde iban ni de dónde venían, me vienen a la memoria algunas veces, lo mismo que el rostro oblicuo de las mujeres de Modigliani. Nos enamoramos de Giacometti y convertimos sus imágenes en iconos que nos venían a la cabeza en cualquier momento. Y esas cosas nunca se olvidan, nunca dejan de impresionarnos.
(El hombre que camina. Alberto Giacometti. Escultura en bronce, años 40)
La soledad y el aislamiento, los dos grandes males de nuestro siglo, ya los anticipó Giacometti con su obra, hecha en bronce, reduciendo a la mínima expresión la figura humana, dejándola inerme y a merced de los vientos. La desproporción de la figura no es sino una forma más de hablar de descomposición, de pérdida, de fugacidad de la vida. Las portadas efímeras de la feria son una muestra más de que todo pasa y todo queda, aunque lejos. He pensado en Giacometti al pasear por mi plaza y ver cómo el viento va arrancando uno a uno los pétalos de las flores y los coloca caprichosamente sobre un suelo inhóspito en el que se proyectan las sombras de unas ramas ahora secas. Pisar los pétalos dispersos me ha parecido una herejía y he ido esquivándolos para que el cuadro no se rompe. A veces, la naturaleza es el cuadro mejor dispuesto, el que tiene los colores más adecuados y más esplendorosos. Me ha sorprendido de nuevo la belleza de mi plaza, sus luces y sus sombras, el suelo y los árboles, el perfil de los edificios sobre el albero y el asfalto. La luz, como si fuera a rodarse una película, caía de plano en algunos momentos y la vieja historia de la disputa entre el viento y el sol se ha resuelto a favor de este último. No me he quitado la capa pero sí un abrigo de Tintoretto con exactamente los mismos colores fucsias de esos pétalos.
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