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Muy interesante

¡Qué verde era mi valle! (1941, John Ford)

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  Para mi madre En un intercambio de mensajes con mi amigo Ángel Vela sale a colación esta película. Entonces me expresa su admiración por la misma y yo le confío que no la he visto aunque mi madre la ponderaba como su película favorita. Suena raro esto, ya lo sé. Y el mismo Ángel Vela dice, con toda razón, que no se entiende que no la haya visto. De modo que aprovecho un rato antes de cenar, bueno, en realidad es más que un rato, y la busco en las redes. Aparece en YouTube muy aceptablemente y es importante esa calidad porque la película tiene una fotografía magnífica, donde los blancos son blancos, que es algo fundamental en el uso del blanco y negro.  Empiezo por el principio. El niño, ya un hombre mayor, recuerda a su padre y, al mismo tiempo, su vida de la infancia, su tierra, su valle. Estamos en Gales, en las zonas mineras que tan poco gustaban a D. H. Lawrence, hijo de minero y de maestra, que abominaba de esa oscuridad de las minas. Los mineros de Ford están orgullosos de serl

Disuelta en el aire

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Nick Knight siembra sus imágenes de gasa, indefinición colores y sombras. La transparencia indica lo ligero que es todo, lo liviano. Parece representar la vida y el cansancio de vivir. Estar cansado es un indicio de que pocas cosas te importan y las modelos de Knight dan la impresión de estar de vuelta de todo. No quieren ser vistas. Pasar de puntillas, andar de puntillas es su lema y él lo conoce bien. Por eso crea atmósferas irresueltas, giros de guión, rosados incombustibles y algunos negros indecisos. Los artistas guardan en su corazón tantas preguntas como respuestas. Los seres humanos somos esa gran interrogación inconmovible. Nada seduce más que no saber las razones de casi nada. Y el gran espejismo: ¿qué haría yo sin mí? (Fotografías: Nick Knight)

"El lunes es el nombre de la lluvia"

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  Así fue. Muy temprano, casi al alba, como si fuéramos bandidos que tuvieran que buscar su recompensa, escondida en alguna lámpara maravillosa, en algún lugar lejano y desaparecido del mapa, en algún horizonte incomprensible...Muy temprano, a la hora de la gente del campo, como cuando era niño y se sentaba debajo de un olivo a esperar el vareo, a comerse una naranja y un trozo de pan, a sufrir el frío y la tormenta, a esperar que parara el susurro indiferente de la lluvia... Era muy temprano. Nos adentramos en la incipiente amanecida con toda la intención. Subimos a un tren. El tren era de color de la plata y llevaba asientos azules, de esos que ya no se estilan, de esos que solo aparecen en los trenes viejos, en las películas de trenes, en los trenes anclados en cualquier retrato en sepia. En el vagón no había nadie. Durante el viaje poca gente subió y bajó. Al fin y al cabo, era demasiado temprano, era un día demasiado invernal y era lunes. Los lunes la lluvia tiene la misión de rom

William Eggleston: poesía en los suburbios

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/William Eggleston nació en Memphis, Tennessee, Estados Unidos, el 27 de julio de 1939./ Nadie recorrería tranquilamente esos parajes, ni tocaría con confianza las paredes, ni sacaría una coca-cola de la máquina. El negocio de los coches parece definitivamente abandonado y las casas tienen el aire derruido de los suburbios industriales. Todo está muerto aunque quizá reviva cuando amanezca el día y haya quien transite por allí haciendo negocios, toda clase de negocios. Pero antes de eso Eggleston ha montado su cámara y ha convertido en historia el color y la forma, ha hecho que esa esquina de ninguna parte llegue a parecer un paraje embrujado. Arte con todas las letras. 

John Sloan pinta los callejones

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  Red Kimono on the Roof, 1912, John Sloan, Indianapolis Museum of Art. Hay otras calles fuera del circuito de los turistas, otros rincones que nunca salen en el mapa. La gente vive allí como si tal cosa, ajena al tráfico de la riqueza, lejos de los escaparates. Son gente humilde pero no marginal. Gente castiza, gente del pueblo, llegados algunos de regar sus huertas y otros encaramados en las azoteas viendo venir los barcos. Hay sitios que no tienen otra poesía que ellos mismos, donde las mujeres tienden las ropas al sol, balanceando los cordeles los secretos de su intimidad. Los niños, en esos lugares, tienen una risa más abierta y han vuelto de los escondrijos de la memoria para certificar que eran felices. Otros tiempos, otros lugares, otras calles, la calle, el secreto. 

Enaguas de seda rosa

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 /Retrato. Thomas Lawrence/ La primera carta que se conserva de las casi tres mil escritas por Jane Austen está fechada en 1796, en concreto los días 9 y 10 de enero, sábado y domingo de la semana. Jane dirige la carta a su hermana Cassandra que está pasando unos días en Berkshire, en la residencia de sus suegros, los señores Fowle, en Kintbury. Tom Fowle, su prometido, ya está embarcado en lo que será su última travesía. En ese momento Jane tiene veinte años recién cumplidos (su cumpleaños es el 16 de diciembre) y narra a su hermana los pormenores de un baile en la casa de la familia Bigg, de cuyas hijas eran íntimas amigas, Manydown House. No se conserva el manuscrito de la carta.  La galería de personas que desfilan por el texto es muy amplia y eso que solo nombre a algunos. Por supuesto, Tom Lefroy, el muchacho de sus sueños; los Grant, los St. John, lady Rivers y sus tres hijas y su hijo (muestra de que la aristocracia alternaba con la gentry), la señorita Deanes, las dos señorita

Sevilla. El pretérito perfecto. Ignacio Camacho y Ricardo Suárez

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 Hay libros que son obras de arte. No solo por lo que encierran sino por el envoltorio, por cómo se presentan. Es verdad que suelen ser libros caros y que no están al alcance de todo el mundo, pero quizá su objetivo no sea este sino formar parte de una tradición antiquísima en la que han existido verdaderas maravillas bibliográficas que se conservan de generación en generación como una forma de belleza. Eso le sucede a este libro, dedicado a Sevilla, y que forma parte de la colección Máxima de la editorial Tintablanca . En Tintablanca no se andan con tonterías y han decidido estar en la élite de la edición. Saben que eso significa menos lectores y menos ventas, pero cada cual sabe qué camino quiere seguir en el campo, complicado y lleno de variedad, de la publicación y las editoriales.  El libro se define como "de viaje". Quizá por eso contiene, además de textos cuidadosos e ilustraciones hermosas, un espacio para que el "viajero" pueda plasmar su propia visión de

El ideal masculino en Jane Austen: nuevo libro

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Entiendo que Jane Austen considerara escribir sus novelas como "la delicia de mi vida". Escribir de ella también es una delicia. Tras "Las mujeres en Austen", me he detenido en observar a los hombres de Austen, no solo los que aparecen en sus novelas, sino también los que la rodearon durante su vida. Ahí están su padre, sus hermanos, sus vecinos, sus amigos, sus pretendientes, sus editores, sus críticos... Mucha gente a la que mirar.   En 2025 se celebra el 250 aniversario de la autora, pues nació el 16 de diciembre de 1775 en la rectoría de Steventon, de la aldea del mismo nombre, donde su padre ejercía de párroco. Allí vivió hasta enero de 1801 cuando se marchó a Bath, la famosa ciudad balnearia, con sus padres, George y Cassandra, y su hermana Cassandra Elizabeth. La muerte de su padre, en 1805, hizo que se marcharan de allí y comenzaran un itinerario por distintas casas y ciudades hasta encontrar su acomodo definitivo, cuatro años después, en 1809, al asentars

En la librería

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/Librería Ler Devagar, Lisboa, Portugal/ Como sueles hacer, te pierdes en la librería a la hora de comer y se te olvida la comida. En las estanterías hay muchos libros en inglés y te pones a buscar la sección de jardinería porque, dices, los ingleses son muy amantes de los jardines. El chico que te atiende tiene la paciencia de un santo. Porque eres un cliente difícil, que siempre tiene tendencia a irse a lo más raro y porque hay que sacarte las palabras con sacacorchos. El chico de la librería no tiene por qué estar pendiente de ti, te digo. Y te sonríes. Y me desarmas. Te he dejado con tus libros en inglés y con portadas de flores y me he ido a buscar cosas de Lidia Jorge o de Peixoto, o también de Eça de Queirós y de Pessoa. Encuentro una edición de El primo Basilio que es un primor, con una cubierta blanca y rosada, muy original y bonita. Y luego me llevo dos libros más cuyos autores desconozco pero también tienen unas cubiertas preciosas. Entonces tú te das cuenta y me dices: ea,

El amor es una cabina de teléfonos

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Hacía frío, tanto frío. Era febrero y era carnaval. Y nosotros éramos dos jóvenes enamorados aunque no lo sabíamos. Todo el mundo entendía lo que pasaba menos nosotros. Éramos inocentes y sin experiencia. Éramos principiantes en todo aquello. No sabíamos que el ardor de la sangre tiene un nombre y no sabíamos que el amor, cuando llega, nunca arría las velas. Éramos dos amantes inconexos, sin buhardilla ni canción en francés, solo con un asombro tan grande que todo lo llenaba. Debería existir una alerta para esto, algo que te avise, que te diga que sí, que no pierdas la oportunidad, que no juegues con fuego, que el amor es algo que llega y se instala, pero que la ausencia lo convierte en baldío y lo baldío es nostalgia y es ausencia de nuevo. Éramos estudiantes y teníamos preguntas. Debiste hablarme claro. No sé si guardo aquella tarjeta postal de navidad tan críptica, en la que al final no aclarabas nada. Debiste hablarme claro. Ser sincero, dejar la timidez, gritar a todo el mundo que

Primavera infinita

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Tenía veinte años y los ojos azules. Llevaba vaqueros y una camisa blanca. Eran su santo y seña. Los libros en las manos, muchos libros. Y el pelo revuelto y las ganas de reírse de todo, de disfrutar la vida. Cerca, en un parque casi vacío, donde había rotondas hechas con jardines, fuentes que manaban un agua impecable e impregnada del olor a jazmín, solían sentarse a hablar de todas las cosas. El repertorio de la charla no terminaba nunca aunque él era tímido y ella tenía miedo. Él tenía veinte años, ya lo he dicho, y llevaba la revolución cosida a su piel, quería cambiarlo todo, quería ser libre, quería bucear hasta el fondo para conocer los secretos del océano. El océano era la vida y estudiar en un rincón de la playa, con los libros llenos de arena, otro de sus secretos escondrijos. Ella le seguía la corriente porque solo deseaba estar a su lado. Y la vida le producía susto, todo lo contrario que a él, que se enfrentaba con valentía a todas las cosas y tenía la capacidad de plantar

Dejé pasar el autobús

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 /Richard Estes/ Anoche soñé contigo. Era un sueño extraño, quizá como todos los sueños. Éramos muy jóvenes o tal vez no. Tal vez tenía el aire indeciso de lo onírico. Una cosa rara sin duda. Estabas allí y me esperabas. Exactamente igual que entonces, que aquellos días. No sé si fueron breves, si fueron muchos días, pero existieron, eso sí lo sé. Y me cuesta recordar los detalles, me cuesta sentirme como entonces, pero hay un ramalazo, una especie de espiral risueña que me hace recordarte como eras entonces. Leyendo lo que no debías y anotando cosas en mi libro de francés. Qué curioso todo. En ese sueño estaba nuestro Manderley, que tenía formas diversas: la biblioteca, el patio, el aula, el pasillo, el parque Genovés, la calle, una cabina de teléfono, tu casa, la casa de mi tía, el autobús que conducía a Alicante, el carnaval, el barco para ir a Mallorca, el castillo, la gran discoteca, el hotel, la piscina, los ojos azules, el vestido malva, el jersey amarillo, la minifalda, la mele

Virginia Woolf: Por qué las mujeres no tienen tiempo de escribir

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En esta edición de Páginas de Espuma de los ensayos literarios escritos por Virginia Woolf (1882-1941)  hay mucho de todo. Merece la pena una lectura atenta y reposada y una reflexión posterior. Cada uno de esos ensayos requiere darle unas cuántas vueltas después y requiere además del pensamiento propio. Lo bueno de estos ensayos es que algunos presentan problemas y situaciones que te han venido antes a la cabeza, que te han llevado a preguntarte sobre asuntos y cuestiones que tienen miga. La obra literaria de Virginia es una cumbre pero su aportación a la teoría de la literatura también lo es, a pesar de que sea menos conocida y hasta poco reconocida. Todavía falta mucho para que Virginia Woolf deje de ser solamente una activista de lo femenino que una y otra vez insiste en que la mujer tiene escasa voz pública por razones muy diversas.  Analizar este libro, pararse en él, da para muchas entradas y así se intentará hacer en este blog. De ella se aprende y con ella se comparte. Eso

"Distrito del Sur. Un paisaje inglés" de Winifred Holtby

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  Anna Maxwell Martin as Sarah Burton in the 2011 BBC adaptation of South Riding by Winifred Holtby. Photograph: BBC. Fuente The Guardian La historia de Winifred Holtby es la de una mujer de su tiempo. Dedicada al periodismo, fue una feminista convencida (de ese feminismo de la primera ola que tan importante ha sido en la historia de los derechos de la mujer) y que vivió pocos años (murió muy joven, a los treinta y siete años) pero que lo hizo en una época apasionante. Aunque nació en Gran Bretaña estuvo viviendo en Francia durante los años de la Primera Guerra Mundial y allí conoció a su amiga del alma, también escritora, la competente Vera Brittain . La unión entre ambas nos ha servido para que su última novela, Distrito del Sur , llegara a nosotros de forma póstuma.  Winifred fue hija de granjeros. Todavía se conserva la granja de sus padres en la pequeña aldea de Yorkshire llamada Rudston , donde nació el 23 de junio de 1898. Allí, en la iglesia de Todos los Santos se encuentra

"La hija del tiempo" de Josephine Tey

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  El inspector Alan Grant, de Scotland Yard, ha tenido un accidente durante el transcurso de un servicio policial y se ha caído por una trampilla. De resultas, se encuentra hospitalizado en Londres, con una pierna fastidiada y una inmovilidad molesta que lo tiene bastante aburrido. El aburrimiento es el gran enemigo de la gente como Grant, acostumbrado a una potente actividad física y mental. Así que una de sus amigas, la actriz Marta Hallard, le sugiere que se dedique a entretenerse con un tema que a él le gusta mucho: las caras. Grant es un experto en caras y es capaz del averiguar por el rostro y el gesto si alguien es un delincuente. Marta Hallard le lleva al hospital unos retratos entre los que Grant se fijará especialmente en el de un hombre, Ricardo III, el último Plantagenet, sobre quien pesa una historia desgraciada: el asesinato de sus dos sobrinos. Por mucho que lo mira, no es capaz de ver en él a ese ser despiadado y criminal del que se viene hablando siglos.  Las dos en