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Mostrando entradas de febrero, 2018

Ese hombre

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(Fotografía: Vivian Maier)  Tenía una sincera elegancia, heredada de su padre, que convertía en lujo lo sencillo; en discreción el gesto y en interesante la palabra. Se movía de una forma única, porque, al igual que Gary Cooper, siempre estuvo solo ante el peligro. El pelo conservó siempre su color oscuro, su fino movimiento que lo asemejaba a un cantante de jazz. Y las manos, con esa habilidad para lo amplio y lo complejo, fueron su santo y seña, el mayor recuerdo, la esencia, en realidad. Soñaba con andar a su paso por la calle, plagada de piedras que resultaban molestas y había que saltar con cuidado de no caerse. Soñaba con recorrer la distancia que separaba la casa del garaje y con encontrarlo a la puerta del colegio, apoyado en el coche y con el aire de bienvenida que abría el sendero de la gloria. Más veces lo atisbó en la estación, esperando. Cuando el tren llegaba y se paraba, él se movía y levantaba la mano, sutil, tranquilo, aunque solo en apariencia. Los días

No conozco tu nombre

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(Woman in Street. Vivian Maier)  No conozco tu nombre. No sé quién eres. Estás sentado frente a mí en esta noche de febrero en la que las calles rezuman humedad y anuncian lluvia. He cruzado la ciudad para verte y aquí estoy pero tú no existes. En tu lugar ha aparecido un hombre del que no percibo para nada la esencia. Me mira con desprecio, con lástima, nunca con gratitud ni con cariño. Es un autómata. Lanza a la cara palabras difíciles, lleva un gesto inhumano y me hace daño. No conozco tu nombre, le repito, no sé quién eres, por qué estás aquí, cómo has usurpado su sitio. En la noche, los bares se van llenando de gente feliz, que sonríe en color y mueve las manos. Yo estoy frente a él, en una mesa estrecha, con la botella de agua apenas empezada, los ojos fijos, y una expresión desolada, porque no entiendo, no sé quién es el tipo que me mira desde el otro lado, con una mirada aterradora, como si quisiera partirme en dos. No conozco tu nombre, me repito, no sé quién eres, no

Hay un gesto de amor

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(Fotografía de Katharine Cooper) Hay un gesto de amor en cuidarse a sí mismo. Un convencimiento. Quizá una decepción. En todo caso, un gesto de amor. Si no me cuido yo ¿quién va a hacerlo?  En algunas relaciones personales siempre hay uno de los dos que recibe más cuidados. Él se cuida, ella lo cuida. O viceversa. Y un “otro” que no tiene más misión que ser fuera de sí. Esto termina convirtiéndose en costumbre, en rutina, en ley, en obligación. Así que no sirve, no cuenta.  Cuando alguien te quiere de verdad y ejerce sobre ti su cuidado, no opresión, no vigilancia, estima de la buena, puedes llegar a acostumbrarte. Y eso es un problema. Porque el amor se acaba y las personas se terminan yendo. A veces, no, pero sí en muchas ocasiones. Y te encuentras contigo, alguien a quien no sabes cómo tratar, qué hacer.  Hay un gesto de amor en cuidarse a sí mismo. El autocuidado es una necesidad si queremos respetarnos, en ese respeto previo a cualquier otro. Me decía mi amig

"La novena hora" de Alice McDermott

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El mes de mayo nos va a traer esta novela de Alice McDermott (Nueva York, 1953) a través de la editorial Libros del Asteroide. Una gran noticia porque es el último libro de la autora y hace poco que se publicó en su idioma original. Fue la misma editorial la que sacó a la luz su anterior novela: Alguien, en 2015. La serena visión de las vidas cotidianas, tratadas con sutileza, respeto y un punto de ternura que traza McDermott, me parece una manera de narrar sobresaliente. Comparto esa mirada, quizá por eso sigo a esta autora y la considero una de las narradoras más vivas e inteligentes de este momento.  Así lo cuenta ella misma en una entrevista al diario El País realizada por Carles Geli con motivo de la publicación de Alguien:  “La vida la vivimos entre dos oscuridades, sabiendo que es temporal y que la mortalidad nos hace frágiles en todo momento; eso está en toda mi obra pero aquí quizá más y en un solo personaje... Sabemos que somos mortales pero tenemos unas ganas locas de

Hombres difíciles, chicas soñadoras

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(Richard Gere/Edward Lewis con una asombrada Julia Roberts/Vivian Ward de rojo antes de subir en un helicóptero para ir a la ópera) Los hombres atormentados atraen a las buenas chicas . Esa es una realidad que el cine reafirma en un sinfín de ocasiones. Son hombres con un perfil muy variado pero con un denominador común: son seres adustos, que guardan secretos del pasado, que necesitan imperiosamente la redención por el amor. Sus biografías son convulsas. A veces aparecen como altos ejecutivos de trajes impecables y ganancias estrepitosas; en otros momentos son militares que se lanzan a regenerar su vida por la vía de la disciplina; por fin, también los hay artistas que han tenido una infancia difícil y no soportan lo de estar a la sombra de los mediocres. Gente poco asertiva. Gente que no ha pasado por las manos de un buen coaching que les haya enseñado eso de hay que ser feliz, hay que mostrarse encantador, hay que mejorar la personalidad en seis cómodas lecciones.  T

En el último minuto

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(Fotografía de Matt Weber) Eran una pareja mal avenida. No sabían mostrar sus sentimientos y, ni siquiera sabían ya, a esas alturas, si existían. Cada uno de ellos sentía la vida de una manera y nunca hubo un atajo por el que pudieran encontrarse. La familia sepultó a la pareja, la pareja dejó paso al individuo, a la duda y a la soledad. Se puede estar sola siendo una madre de familia numerosa y teniendo un marido. Se puede estar solo siendo un padre de familia numerosa y teniendo una mujer. Ambos estaban solos en esa casa llena de niños, ambos vivían una vida al exterior y su propia vida se quedó aparcada en un instante del pasado, sin posibilidad de vuelta atrás. Eran infelices a la vez.  Los niños captan la infelicidad en el aire. Tienen un radar. Si en lugar de besos hay silencios, entonces la alarma salta. Si en lugar de abrazos hay indirectas, entonces los niños se asustan. Si en lugar de manos hay distancia, entonces no queda sitio para la confianza. Así los niños de

Se trata de amor

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Para Antonio, siempre No quiero recordarte en el día de los muertos, ni en el aniversario de tu marcha, ni en la enfermedad ni en la tristeza. Sino en un día de corazones rojos, de lazos rojos, de flores sobre las motocicletas de los vendedores, de flores en los jarrones de cristal, de muchas flores. No en las tardes oscuras y en la noche que cae, no en la penumbra, ni en la distancia, sino en los amaneceres fulgurantes, en las playas tibias, en los abrazos únicos.  No eras hombres de festejos pero conocías la esencia del amor. Eso te convirtió en un pasajero invisible de los sueños, en alguien que entregaba cuanto poseía, en alguien que latía al tiempo que la vida se dejaba caer entre las manos. No creías salvo en los hombres pero, aún así, entendías la llama de los besos, el cauce de los sueños, la estela de los pasos compartidos. Al unísono brillabas en todas las esferas de la vida, eras de claridad y, solo por eso, el amor se extendía en torno a ti como un manto de brumas

"Orgullo y Prejuicio" de Jane Austen

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Érase una vez cinco hijas casaderas y unos padres. Vivían todos juntos en una casa de campo en Longburn, muy cerca de Meryton, en el sur de Inglaterra. Los señores Bennet , los padres de familia, son muy diferentes entre sí y cuesta poco adivinar que la pasión que sintieron en su juventud y que les hizo casarse ha desaparecido hace tiempo. Él es un hombre muy sosegado, abúlico casi, entregado a sus libros en su sacrosanta biblioteca, amante de la ironía y con un sentido del humor que encocora a su esposa. Ella es cotilla, charlatana, un poco falta de seso y su mayor deseo es que sus hijas hagan un buen matrimonio. Los nervios le suelen jugar malas pasadas y alude a ellos cada vez que aparece un problema en el horizonte. En ese caso, ella no está para nada ni para nadie.  En ese deseo materno de casar bien a sus hijas hay bastante de utilitarismo, dado que la propiedad está vinculada a la rama masculina y, cuando el padre fallezca el heredero, un clérigo llamado señor Collins , h

"Un andar solitario entre la gente" de Antonio Muñoz Molina

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Un verso de Francisco de Quevedo (1580-1645)  da nombre al libro: Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado. Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde, con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado. Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero parasismo; enfermedad que crece si es curada. Este es el Niño Amor, este es su abismo: ¡mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo! Miguel Poveda lo convirtió en cante y demostró así la eternidad y la universalidad del flamenco. Ahora, Muñoz Molina, lo usa como hilo conductor de su última novela.  Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) es el único escritor del que yo podría hacer, como ahora, una pre-reseña, una reseña preventiva, un aviso en realidad. El libro va a salir dentro de unos días y la mera noticia levanta u

"Clarissa" de Stefan Zweig

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El retrato de Evelyn Nesbit, de 1903, pintado por Gertrude Käsebier, es la imagen ideal, la ilustración más adecuada para la portada de este libro que publicó la editorial Acantilado en 2017. Una de las obras más maduras y, por eso mismo, complejas, de Stefan Zweig , el escritor que tiene legiones de admiradores que encuentran en su obra un compendio de la naturaleza humana. Sus vicios, sus virtudes, sus apasionamientos, sus dudas, sus miedos, sus arranques de valor, su cobardía. Las contradicción. Los desánimos. Lo misterioso. Lo evidente.  Esta novela, de doscientas páginas, comienza en el año 1902 y termina en el 1930. En su interior, vidas. La protagonista, Clarissa, hija de un militar austríaco, ha pasado en sus primeros ocho años de vida por tantas casas y por tantos parientes que apenas los recuerda. Su madre murió de pulmonía, su hermano y ella fueron encomendados a su abuela, luego a sus tías paternas y, a esa edad, separados para enviar al chico a hacerse un mili

"Perdón" de Ida Hegazi Hoyer

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Este es uno de esos libros absorbentes que tienes que leer de forma compulsiva. No puedes dejar de leerlo porque quieres enterarte de qué pasa en realidad, qué es lo que esconde. Terminas de leerlo y, en lugar de respuestas (tienes algunas, sí, es verdad) te surgen nuevos interrogantes. Esa es la principal virtud del libro, generar preguntas que no podemos responder. Una muchacha escribe su historia de ¿amor? con un chico cinco años mayor. Un chico que ha estudiado Filosofía, que parece tener las ideas claras y que parece quererla tanto como para afirmar que nunca van a separarse. En honor a eso ella conservará en su dedo, aunque le hace mucho daño, un anillo hecho de hilo de sedal. Al tiempo que el anillo se incrusta en su dedo, así el daño se va adueñando de la muchacha.  Una pareja muy joven, un encuentro idílico, una futura boda, una vida en común. Un apartamento, juegos amorosos, viajes, visitas familiares, una mascota. Todo esto es el envoltorio, la normalidad. Lo otro a

Nora, en el frío

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(Retrato de Lady Margaret Alice Leicester-Warren. Philip de László. 1869-1937) Lo único que sabía es que el vestido era tan ligero, tan sutil, tan fino, que no conseguiría resistir hasta el mediodía sin cubrirse con una espesa, enorme capa de terciopelo, forrada de piel, enorme, digna, fuerte, resistente. La tibieza del vestido, su delicado color rosado, el lazo de raso que ondulaba sobre la cintura, no eran suficientes, no serían bastante para ese día que había amanecido cortante, duro, con una dureza de hielo, con un aire de estalactita que no podría derretirse hasta que, pasados unos meses, el verano se impusiera sobre aquella frialdad.  Por eso, porque nota el tacto de la amargura como si fuera una piedra que estuviera compuesta de cristal, Nora deja a un lado el libro que está leyendo y lanza la mirada al exterior, a través de la ventana entreabierta, buscando que el aire se convierta en llama, que los resplandores del fuego logren sofocar la sensación de ausencia. Un