Hamlet, Heathcliff, Darcy, Max...Larry
Lo mismo que decía Spencer Tracy (y con él, toda la profesión), Laurence Olivier es el más grande actor de la historia del teatro, o lo que es lo mismo, de la historia de la interpretación. Y está entre los cuatro o cinco mejores del cine, ese arte que él despreciaba al principio (como ocurre con todos los actores de teatro) y que luego fue un trabajo que le dio fama y dinero y que le trajo también decepciones y dudas. No era un hombre perfecto, pero era el mejor actor del mundo. Siempre me produjo melancolía su vida personal (lo que sabemos de ella, que es la punta del iceberg, como ocurre siempre) y admiración profunda su trabajo. Y su imagen es el del hombre plagado de aristas. A la vez elegante, tierno, implacable, asustado, difícil, enamorado, exquisito, templado y azaroso. Una mirada indescifrable en una presencia imposible de clasificar.
Como él, otros actores ingleses sintieron la llamada del cine, que, en los años treinta y cuarenta significaba mudarse a Estados Unidos. Significaba también el alejamiento del teatro y la entrada en una vorágine de vida que no a todos convencía. Los actores ingleses eran muy cotizados, de igual modo que lo eran los directores europeos, sobre todo del Este de Europa, que huyeron por motivos políticos y bélicos desde los años posteriores a las guerras mundiales. Hollywood se construyó en su época dorada con el talento de los europeos y eso es algo fácilmente demostrable.
(Olivier y Greer Garson en una escena de "Más fuerte que el orgullo", la primera adaptación al cine de "Orgullo y prejuicio" de 1940)
Resulta curioso observar cómo Laurence Olivier dará vida en el cine a personajes masculinos emblemáticos de obras literarias de gran altura, todas ellas escritas por mujeres. Esos personajes se suman a sus interpretaciones de Shakespeare, una constante a lo largo de toda su vida profesional, desde los diez años en que interpretó a Bruto en una función escolar. Un caso de vocación y de talento sin parangón. En el plazo de un año Olivier hizo de Heathcliff, el de "Cumbres Borrascosas", la asombrosa novela de Emily Brontë, de Max de Winter, de "Rebecca", escrita por Daphne du Maurier, y del señor Darcy, de "Orgullo y prejuicio", de Jane Austen. Los tres papeles inciden en un tipo de hombre sensible pero duro; orgulloso, casi fiero, muy cargado de personalidad; elegante y desmañado a la vez. Tres interpretaciones que bastarían para ser considerado un actor de la máxima categoría. En ninguno de esos papeles tuvo como compañera a su amor de entonces (dicen que de toda la vida) Vivien Leigh, que la hubiera inspirado quizá como él deseaba. Ni Greer Garson, ni Joan Fontaine ni Merle Oberon fueron para él ese contrapunto especial que las películas necesitaban. Aquí Hollywood y sus productores se cerraron en banda: no podían permitir que la liga de la decencia criticara una relación adúltera como la de ellos.
(Olivier con su primera esposa, Jill Osmond, con la que tuvo un hijo, y con la que estuvo casado desde 1930 a 1940)
Hay algo que, sobre todas las cosas, lo distinguía de los demás. Su voz, su dicción, su forma de declamar el verso o de hablar la prosa. Lo escuchas en las películas en versión original, en esos fragmentos que internet nos trae de modo afortunado, y entiendes que nadie más podría convertir en sonido estos textos. Shakespeare, el empresario, el que montaba sus dramas con su propio dinero y tenía que vivir de ello, lo hubiera elegido como primer actor de por vida. Y lo mismo hubieran hecho sus competidores. Entendió el teatro clásico inglés, es decir, Shakespeare, lo que significa que entendió todo el teatro del mundo, a la perfección. Por eso su corazón siempre estuvo dudando entre el glamour engañoso de Hollywood o la tarea diaria del teatro en Inglaterra. La experiencia de la gira por todos los Estados Unidos haciendo "Romeo y Julieta" con Vivien Leigh no fue nada positiva pero ahí estaba Inglaterra, a la vuelta del océano, para seguir en lo que mejor hacía y más le gustaba.
En Inglaterra, Olivier se consagró a llevar a Shakespeare al cine, logrando las más altas cotas en lo que se refiere a estas adaptaciones, tanto que logró ser premiado no solo como actor sino como director. Todo lo que había aprendido en Hollywood en relación con la artesanía del cine lo aplicó a la hora de dirigir su trilogía sobre Shakespeare. Enrique IV, Hamlet y Ricardo III, fueron esas tres obras. En los años 50, finalizada ya la segunda guerra mundial, fue director del Old Vic Theatre, en el que había sido una estrella durante los años 30.
(En Hollywood, Olivier y Leigh se codearon con lo mejor del mundillo cinematográfico y establecieron lazos de amistad con sus más inteligentes miembros, como el caso del propio Orson Welles, que aparece con ellos en esta fotografía)
(Vivien Leigh había nacido en la India en 1911, cuatro años después que Larry. Sus trastornos de personalidad acabaron con el matrimonio pero no con su relación especial que se mantuvo hasta la muerte de ella en 1967)
Todavía estaban casados Vivien y Larry cuando recibieron en Londres al matrimonio formado por Marilyn Monroe y Arthur Miller. Iba a rodarse "El príncipe y la corista". Cuentan algunos cronistas que Olivier despreciaba a Monroe, que no consideraba que tuviera talento y que estaba harto de su impuntualidad y sus manías. No sabemos hasta qué punto es cierto. Lo que sí se sabe es que, tras la proyección de la película en la premier, reconoció hasta qué punto el aura de Marilyn se expandía por toda la cinta y la definió entonces como "maravillosa", algo en lo que no podemos dejar de estar totalmente de acuerdo. Fue la última gran interpretación protagonista que hizo el actor, pasando después de eso a dedicarse a fondo al teatro o a hacer de secundario de lujo. Los secundarios de lujo son, desde luego, un lujo de Hollywood. Baste ver el plantel de actores y actrices que pugnan cada año a esta categoría en los Oscar. Cada uno de ellos podría protagonizar por sí solo una decena de películas y, en muchas ocasiones, estos secundarios soportan el peso de la obra mucho más que los protagonistas. Cuando Olivier llevó a una edad y a un momento de su vida en que lo que había por delante era ser secundario de lujo o actor de televisión entonces comenzó a caer el telón. Ya había muerto Vivien Leigh. Algo había muerto, en realidad, o, quizá, un algo demasiado grande, demasiado importante.
(Merle Oberon es Cathy Earnshaw y Olivier es Heathcliff en "Cumbres Borrascosas" de 1939, dirigida por el gran William Wyler)
La interpretación que hace Olivier de Heathcliff es extraordinaria, como también lo es la de Merle Oberon. Imagino a Paulette Godard en ese papel cada vez que veo la película, pero Oberon tiene la intensidad extraña de Cathy sin duda. Quizá aquí empezó a perder Olivier cierto envaramiento propio de los actores teatrales, algo que en el cine se suele notar demasiado. El papel tiene matices que le permiten sacar a la luz emociones distintas y actitudes muy diferentes. Es, más que dramático, trágico, envolvente, fantasmal, como todo el libro de Emily Brontë, que tuvo aquí la mejor adaptación posible y un guión que, respetando lo básico, quitaba algunos elementos transversales que dificultan su comprensión y la enredan. La importancia del guión en las adaptaciones queda patente una y otra vez.
Quizá fue esta experiencia y el éxito que le trajo lo que acercó a Olivier a interpretar el papel de Darcy en "Más allá del orgullo", que dirigió un cineasta prestigioso, Robert Z. Leonard, con Maureen O'Sullivan en el papel de Jane Bennet. A nadie se le había ocurrido llevar al cine el libro de Jane Austen hasta que se le encendió la bombilla a Harpo Marx en 1935 después de ver una adaptación teatral. Y fue una idea feliz porque, desde entonces, todo han sido versiones. Esta es la primera y se realiza de una forma muy digna aunque cualquier lector atento de Austen observa cómo la época se cambia y se sitúa en los años treinta del siglo XIX y no en la época de la autora. Solo con ver los vestidos, los sombreros, la decoración de las casas, ya es suficiente para entenderlo. Aunque nos parezca una licencia del director sin más, en realidad fue una forma de aprovechar los suntuosos vestidos victorianos que se habían diseñado y ejecutado para "Lo que el viento se llevó", que se había rodado antes. Otra cuestión cambia de forma radical el sentido del libro: el papel de Lady Catherine de Bourgh, enemiga acérrima de Elizabeth Bennet por su clasismo y por su deseo de que Darcy se case con su hija Anne y que aquí es una especie de celestina que ayuda al buen desenlace. Las críticas de la película fueron muy buenas, no solo para Olivier sino también para la elegida, después de muchas vueltas, para hacer de Elizabeth, Greer Garson, que parecía mayor de los veintinueve años que tenía. También parece mayor Olivier que era, en realidad, más joven que Colin Firth cuando rodó este papel en la mítica serie de la BBC en 1995.
(Laurence Olivier y Joan Fontaine en "Rebecca" de 1940)
"Rebecca" es un film mítico, una película que todo cinéfilo conoce y que, desde su estreno, no ha parado de concitar comentarios y críticas, la mayoría de ellas muy buenas. Fue un enorme éxito en su tiempo y consolidó la fama de su director, el excéntrico y también inglés, Alfred Hitchcock. El mayor acierto de la película es que Rebecca no está, que todo recuerda a Rebecca pero que nunca logramos verla. El libro en el que se basa, del mismo nombre y de la autora Daphne du Maurier, tiene un tono más lírico, más gótico, que la película, que suena más a thriller romántico, pero ambos conservan el mismo espíritu, la misma extraña magia. Su comienzo es uno de los más conseguidos del cine y de la literatura: "Anoche soñé que volvía a Manderley...". Daphne du Maurier había nacido en Londres el mismo mes y el mismo año que Olivier y moriría el mismo año, también en Inglaterra. Además, ella conocía muy bien el campo de la interpretación pues era hija de actores, amigos, por cierto, del propio Hitchcock. Dos vidas paralelas que aquí tuvieron ocasión de cruzarse. La novela se había publicado en 1938, por lo que su traslado al cine fue inmediato. El éxito del libro animó a ello. La película se llevó el Oscar y fue la puerta grande que introdujo a su director en EEUU.
Joan Fontaine tuvo con Olivier el mismo problema que Greer Garson o Merle Oberon: él hubiera preferido a Vivien Leigh en el papel. Contaba veintidós años, era diez años menor que el actor y había nacido accidentalmente en Tokio. Los entresijos del rodaje de "Rebecca" darían para un par de libros pero el milagro del cine es este: a pesar de desavenencias, rechazos, dudas y disputas, la película está ahí, pasando los años y superando al libro en cuanto a preferencias del público. La mano de Hichtcock le dio un aire de modernidad que sobrepasaba las aristas góticas que lleva la novela en su origen. Y algunas cuestiones técnicas aparecen como verdaderos descubrimientos que copiarán cineastas posteriores. Resulta también curioso señalar que uno de los motivos por los que Olivier fue elegido para el papel del aristócrata Max de Winter es que el actor tenía una forma de hablar bastante engreída y con aires de superioridad. En el paraíso de los actores de cine que tenían que ser doblados para que se les entendiera está claro que alguien que sabía declamar, decir, explicar, recitar, sin necesidad de micrófono siquiera, puede resultar muy estirado e, incluso, insoportable. Pero esto es solo la apariencia.
(Laurence Olivier con su tercera y última esposa, la también actriz inglesa, Joan Plowrigth, con quien tuvo tres hijos)
La última boda de Olivier con la actriz Joan Plowrigth fue, seguramente, la búsqueda de la normalidad después de los vaivenes de su matrimonio anterior. Los años dorados de Hollywood habían pasado y también, en cierto modo, el vértigo de los estrenos teatrales. El mundo del espectáculo iba sufriendo transformaciones cada vez más rotundas con la masiva audiencia que tenían las películas rodadas para la televisión. De igual modo que el teatro había despreciado el papel del cine, el cine despreció la posible influencia en las costumbres del público que iba a tener la televisión. Ambas ideas fueron erróneas, pero, sin embargo, sí comenzó la apacible coexistencia que ahora mismo funciona en torno a los tres formatos, a los que ahora se ha unido internet. Ni el teatro ha desaparecido, ni el cine ni la televisión, representada por el éxito fulgurante de las series. Y a todo ello contribuye, de algún modo, la difusión por internet.
Cuando en 1979, diez años antes de su muerte, Laurence Olivier recibió el Oscar honorífico de manos de Cary Grant se encontró frente a frente con el tipo de actor al que realmente admiraba. Grant no había necesitado interpretar a Shakespeare para ser una estrella y conservaba ese halo único de quien solo con aparecer en una película le da un aire de glamour incomparable. Quizá en ese 1979 Olivier no recordaba cómo él mismo tenía esa impronta de elegante sensualidad en su presencia y en sus papeles.
(Laurence Olivier recibe el Oscar honorífico de manos de Cary Grant, en 1979)
El acto de entrega de ese Oscar muestra una palpable realidad. Da igual que entiendas bien el inglés, que conozcas cada palabra, que sepas que está diciendo Olivier. Lo importante es cómo lo dice. De qué manera su voz modula, lanza al aire, genera una obra de arte en cada palabra. No importa qué dice, sino cómo lo dice. Aunque ambos actores parecen tener entre sí una gran diferencia de edad, en realidad, Cary Grant es mayor que Olivier. El primero nació en 1904 y el segundo en 1907. También Grant morirá antes que Olivier, tres años antes. Pero el aire cansado del Larry tiene mucho que ver con la enfermedad que arrastró durante más de veinte años y con cierto dolor personal, sentimental, emocional, que nubla su mirada casi siempre. Ambos se admiraban. Y se nota. El público, la gente del cine, aplaudió efusivamente la aparición de Olivier y, al final de su discurso, perfectamente dicho, sin papeles, sin nada más que su propia voz y su propia corazón, un Jon Voight emocionado no podía contener las lágrimas.
Pocos momentos más esclarecedores para entender lo que dijo alguien. Laurence Olivier no es solo el mejor actor. Es el mejor entre los mejores. Cuando habla, convierte el inglés en una lengua clásica.
(En el vídeo, Laurence Olivier recibe el premio Cecil B. de Mille, en 1983, en los Globos de Oro y de manos de Dustin Hoffman)
(Laurence Olivier recita a Shakespeare en el show de Dick Cavett en 1973)
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