Nada de nada



(Autorretrato. Fotografía de Elizabeth Hase. 1930)

El caso es andar, dice la canción que escucho mientras escribo. Una ecuación perfecta. La música que no es el fondo sino, incluso, el motivo. Las palabras que acuden y sacuden el ordenador en un tic tac continuo y pausado a la vez. Ese momento en el que la lluvia golpea la ventana, la hace retumbar, la llena de gotas que te impiden ver el exterior. Tampoco puedes mirar hacia dentro. Si lo haces, las gotas de lluvia se habrán convertido en lágrimas. Lágrimas perennes que danzan en torno a ti porque tú las has convertido en un motivo cotidiano. 

El caso es andar, nada me pertenece. Soy nada. No tengo ninguna razón para contarte cosas ni para escribirlas apenas, dice ella mientras sus ojos, enrojecidos a saber de qué y por cuánto tiempo, sacuden las lágrimas y las pestañas se arquean sin otro remedio que el disimulo. He escondido que tengo un desasosiego permanente y que tú me lo produces, piensa ella. Esos pensamientos se acumulan día tras día y escriben un caleidoscopio de amasada ternura, que solamente ella descifra. Nadie lo oye. Nada de nada. 

El caso es andar. Escudriñar los sentimientos y tratar de que las emociones se domestiquen. No voy a contarte la realidad, dice ella. Es imposible hacerlo, no lo entenderías. Y tampoco eso es necesario. Hay una crueldad latente en la ocultación, sé que soy cruel y no puedo evitarlo. Quisiera poder dejarte en la cuneta y no volver jamás a conocer tu nombre. Me duele tanto verte que no puedo evitar el deseo feroz de perseguir tu olvido. Amar y olvidar se escriben igual, son verbos consecuentes, no pueden separarse, están unidos. Me daña lo que eres, lo que haces y de lo que has vivido. No hay nada en ti que me recuerde, amablemente, que soy algo más que esta nada que se zambulle en mi espacio anegándolo todo. Eres cruel y por eso no quiero nada más que dejarte a un lado para siempre. 

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