"La torre vigía" de Elizabeth Harrower
¿Quién no ha tropezado alguna vez con gente manipuladora, lo que hoy llamamos "tóxica"? Sería raro encontrar a alguien que no haya tenido una mala experiencia. En la mayoría de los casos, los dependientes emocionales de los tóxicos son personas con una inmadurez emocional manifiesta, gente "no querida". Para que los tóxicos (normalmente narcisistas perversos) puedan manejar a su antojo a la gente, esta debe ser de una naturaleza especial. Necesitar la aprobación de otros, el cariño de otros, el amparo, la comprensión. Eso es lo que les pasa a estas dos chicas Laura y Clare. Ambas se han criado prácticamente solas, porque su padre murió y su madre nunca las atendió, incluso llegó a irse de Sidney (Australia) durante la segunda guerra mundial, para vivir con su adorado hermano Edward en Inglaterra. Las chicas se quedaron solas, o peor aún, a cargo del flamante esposo de Laura, veinte años mayor, una especie de empresario sui generis. La pequeña, Clare, será la sombra de su hermana, pero también la gran clarividente, la que ve la realidad antes que nadie. Y así empieza todo y así todo se transforma en una gran, opresiva, evidente, farsa.
Pasar de la casa de una madre desinteresada a la de un hombre controlador es un durísimo paso, cuyo relato Elizabeth Harrower hace magistralmente. La escritura muestra la tensión constante de esas vidas que penden de un hilo, de esas muchachas sin esperanza y sin claridad. Manifiesta el itinerario de cada una de ellas, cómo se van diferenciando entre sí, cómo sus personalidades reaccionan de manera diferente y cómo, también, para una de ellas los libros han de ser, cómo no, elementos salvadores. Es así como una pequeña esperanza se abre paso en un contexto opresivo, que se refleja en pequeños detalles: tener que contentar a Felix, el hombre, continuamente; no poder invitar a nadie a casa; no tener amigos; trabajar en lo que él decide; ser lo que él quiere. No hay sentimientos ni emociones ni halagos ni vida real. Todo se traduce en una máquina de destrucción. Esas máquinas existen.
La narración es lineal, sencilla, sin saltos ni cambios. Empieza y acaba. Pero cada página encierra un paso más, una sorpresa más, un susto. No solo para Laura y Clare sino también para nosotros. Cómo se puede vivir así, nos preguntamos. Y, en un momento dado, observamos que Laura ha sido ya abducida, que de ella no saldrá más la queja ni la pregunta. Que ha sido convertida en una parte más de un engranaje absurdo, conducido no se sabe si por un loco, un perverso o un hombre sin corazón.
Reseña sobre la autora (Editorial Impedimenta)
Elizabeth Harrower nació el 2 de febrero de 1928 en Sídney, aunque pasó algunas épocas de su infancia con su abuela en Newcastle, con quien mantuvo una unión muy especial tras la separación de sus padres. Falleció también en Sídney el 7 de julio de 2020. Es una de las grandes novelistas australianas y todo un referente para autoras de gran proximidad geográfica como Helen Garner o más lejanas como Eimear McBride. No asistió a la universidad y optó por el camino de la literatura: su primer libro, Down in the City, se publicó en 1957, título al que le seguiría un año después The Long Prospect. En 1959, tras una temporada en Londres, regresa a Sídney para estar cerca de su madre, quien la tuvo con tan solo 19 años, y publica The Catherine Wheel (1960). Pero sería en 1966 cuando alcanzara el éxito literario con la publicación de La torre vigía, ahora en Impedimenta por primera vez en español. Una obra en la que Elizabeth Harrower se desenvuelve en los registros de la violencia y del terror psicológicos para presentarnos a uno de los personajes más malvados de la literatura universal, Felix Shaw. En 1970 escribiría In Certain Circles, nominada al Prime Minister’s Literary Award for Fiction en 2015, y galardonada con el Voss Literary Prize en ese mismo año. La novela no apareció hasta 2014, ya que al terminarla Harrower sufrió una intensa crisis creativa que, sumada a la que le causó el fallecimiento de su madre, se prolongaría durante casi cuatro décadas. Recibió el Patrick White Award en 1996, un galardón cuyo nombre significaba mucho para la autora debido a su gran amistad con White, quien siempre le animó incondicionalmente a retomar la escritura junto con la novelista Christina Stead. En 2011 volvieron a editarse sus obras, en las que Harrower denuncia la explotación y la violencia contra las mujeres de manera tremendamente subversiva. Trabajó como reseñista para The Herald y durante muchos años colaboró con la editorial Macmillan. También recibió la Commonwealth Literary Fellowship en 1968 y la Australia Fellowship Council for the Arts en 1974.
Comentarios