La hora de las palabras
Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin versos y sin coplas, sin nada, sin nada que no fuera silencio, oscuridad, amargo sabor añejo con fondo de daño, al fin, solamente te quedan, de ese verano incomprensible, algunas fotos como esta en las que miras no se sabe qué y tienes los ojos rodeados de la pátina de una lágrima siempre oculta, y apenas hay sonrisas, o no hay sonrisas definitivamente, y todo el gesto parece decir que no valen nostalgias, ni recuerdos, que no hay nada que hacer para convertir esa instantánea en algo esperanzado. La esperanza es la primera que se marcha cuando alguien se ausenta para siempre.
(C.L.B. selfie)
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