Ir al contenido principal

"La mejor voluntad" de Jane Smiley

"La mejor voluntad" tiene por título original "Good Will", un libro que la autora escribió en 1989 y se ha publicado por la editorial Sexto Piso en 2021. Es una historia que combina lo espeluznante con lo paradisíaco, lo tenebroso con lo cercano, lo abominable con lo didáctico. Una novela de ciento treinta páginas que va de menos a más, lo que no quiere decir que no te atrape desde el principio. No. Te atrapa convenientemente y va tirando de la cuerda que te ha colocado encima, lector, hasta que no puedes desprenderte de ella. Estoy segura de que mucha gente la leerá de un tirón, como he hecho yo misma. La cosa parece bucólica y se cuenta cómo una familia de tres, padres y un hijo de siete años, puede autoabastecerse, vivir de la naturaleza, del trueque con otras personas, de sus propias manos, sin lujos, sin televisión, con un solo reloj (esto es importante), con sábanas hechas a mano, sopas guisadas sin intervención alguna de productos del supermercado, en un lugar construido por ellos y haciendo la vida que quieren hacer. 

Dicho así parece un clarísimo "desprecio de corte y alabanza de aldea" pero, cuidado, porque en cualquier momento surge un destello que lo modifica todo. Un destello de violencia, un destello de interés, un destello de desasosiego, una caja de cerillas, un destello de llamas que lo arrasan todo. Cuando parece que todo tiene su porqué y su sentido, que esta gente ha acertado de pleno en su elección, entonces Jane Smiley introduce, poco a poco y casi sin molestarnos, esos destellos que llegan al terrible, impensable, durísimo, capítulo final. Una muñeca rota, un abrigo destrozado a tijeretazos, un resplandor en la noche. 

Robert, el padre de familia, es el que cuenta la historia. En realidad ese modo de vida es obra suya. Con sus manos ha conseguido crear una estructura diferente para su familia, para Liz y para Tom, su hijo. En un espacio enorme de Pensilvania, rodeado de campos y con el pueblo más cercano a cinco kilómetros, Robert ha pretendido desterrar todo vestigio de modernidad, de civilización, de artilugios inútiles. Nada de lujos, solo vida natural, solo naturaleza pura y dura, solo lo que cada uno de nosotros puede hacer y conseguir. De ese modo, la vida de estas tres personas depende de que lluvia o nieve, de que haya trabajos por hacer en casa de los vecinos, de que las ovejas, gallinas, patos y caballos estén sanos y hagan su cometido en la cadena alimenticia. No sabemos lo que Tom piensa de todo esto en realidad porque es un niño y porque es su padre el que ha hecho la elección y él quien nos cuenta la historia. De Liz sabemos algo, ha estado asistiendo a una iglesia después de mucho buscar porque necesita tener gente con la que compartir otras cosas. 


El problema de esta forma de vida es que hay más gente en el mundo. Cuando Tom comienza ir a la escuela se encuentra allí con niños que viven de otro modo. Y, en un momento dado, salta algún resorte que empieza a desbaratar la idílica existencia de las tres personas. Annabel es una niña que tiene preciosas muñecas y preciosos vestidos. Tiene un padre académico en Harward y una madre ilustre matemática. El conflicto se escribe en estos términos. Qué pasa por la cabeza de Tom, el niño de siete años, no lo llegamos a saber. Pero, en ese terrorífico capítulo final, sí conocemos con detalle qué sucedió el día en que el cielo se iluminó con las enormes llamaradas y qué ha sido de todos y cada uno de ellos. Porque no hay cabos sueltos, solo un fuerte estremecimiento porque la naturaleza humana, al fin y al cabo, termine siendo lo que es, pese a todo. El mes en que todo acaba es ese, noviembre. 

Jane Smiley. La mejor voluntad. Traducción de Inga Pellisa. Narrativa Sexto Piso, 2021. 



Jane Smiley nació en Los Ángeles, California, USA, el 26 de septiembre de 1949. Estudió en San Luis, estado de Missouri, en el John Burroughs School y luego en el Vassar College donde consiguió su Bachelor of Arts. Después obtuvo un doctorado en la universidad de Iowa. En 1991 publicó "A Thousand Acres" basada en "El rey Lear" de Shakespeare. El año siguiente obtuvo el premio Pulitzer de novela. La obra se convirtió en una película para televisión en 1995 y en una película en 1997. Además de eso, en 2002 se hizo una adaptación al cine de su novela corta "The Age of Brief". En este blog he reseñado de esta autora "La edad del desconsuelo", otra de sus novelas, publicada asimismo por Sexto Piso en español. 

Comentarios

Lina maria ha dicho que…
Este título que acabas de publicar en tu blog aún no ha llegado a mi país. Ayer que estuve en la libreria me compré La edad del desconsuelo, que va a ser el primer título que lea de la autora. Hace rato quería estrenarme con ella. Hay personas que dan buenas opiniones, otras no, vamos a ver que pienso de ella. Me encanta tu blog y todo lo que publicas!
Caty León ha dicho que…
Muchas gracias, yo creo que te gustará el libro y la autora, veremos a ver. Un abrazo y gracias por comentar y por tus opiniones.

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac