La biblioteca del señor Darcy


 La National Art Library se encuentra en el primer piso del Victoria & Albert Museum de Londres

La rectoría de Steventon, donde nació Jane Austen el 16 de diciembre de 1775, tenía una hermosa biblioteca, nada ostentosa pero que contenía libros de gran valor literario, clásicos, obras en latín y griego, poesía, sermones y filosofía. El padre de Jane permitía el libre acceso de sus hijos e hijas a la estancia y, por consiguiente, la lectura de libros estuvo en la base de la formación de la escritora. Ella se consideraba una lectora voraz y siempre se quejaba de que no leía tanto como quería, por sus obligaciones como hija y porque padecía una afección ocular recurrente que la dejaba semanas sin poder hacerlo. No se ha profundizado en esta afección pero debía ser una especie de conjuntivitis que aparecía y desaparecía. 

La lectura de libros aparece en las obras de Austen con frecuencia. Darcy considera imprescindible entre los adornos de una mujer el que sea una buena lectora. Él mismo tiene una envidiable biblioteca en Pemberley y de ella se habla en las conversaciones de sobremesa que mantiene en Netherfield con los hermanos Bingley y la propia Elizabeth Bennet. Caroline Bingley aconseja a su hermano que se haga con una buena mansión propia y que instale en ella una biblioteca importante. Darcy recuerda entonces que su propia biblioteca es obra de varias generaciones recordando, quizá sin mala atención, la diferencia de pedigrí que hay entre su familia y la de los honrados Bingley, comerciantes venidos a más. Formar una buena biblioteca requiere, a su juicio, mucho tiempo y mucha dedicación. Aunque, realmente, no sabemos qué tiempo tenía para la lectura el propio Darcy. 

En una obra tan escasamente valorada y, sin embargo, tan interesante como La abadía de Northanger la autora hace una defensa encendida de la novela como género y como lectora, aludiendo con ironía a los que niegan su afición a leerlas y dicen preferir otras obras más sesudas. Debía así responder Austen a una situación real en la que se valoraba mucho más la literatura de ensayos, sermones, tratados, que las novelas, escritas muchas de ellas por mujeres y que eran, sobre todo, de aventuras, históricas o sentimentales. La misma temática parecía insustancial si se compara con los libros filosóficos o los poemas largos y dramáticos que se publicaban entonces. Hay que decir que el desprecio de la novela todavía tiene reminiscencias en nuestros días. En la lista de autores, el último será el novelista, e irá precedido del poeta, del dramaturgo, del ensayista, del filósofo, del tratadista experto. Los libros de autoayuda de la época, que también existían estaban dirigidos a aconsejar a las muchachas la forma de escribir cartas o de captar la atención de un pretendiente. 

Aunque a ella le gustaría, las protagonistas de Jane Austen no son muy lectoras. A Emma Woodhouse las intenciones no le responden como debería y las listas de libros que hace nunca llega a completarlas. En cambio, el señor Knightley es un buen lector y lo mismo el señor Bennet, defensor acérrimo de su biblioteca como reducto propio y de paz frente al bullicio de la casa. Harriet Smith se empeña en que su amigo, el granjero Martin, lea las novelas sentimentales que a ella le gustan, aunque me temo que no lo consigue. Y Marianne Dashwood comparte su gusto por el verso con Willoughby, leen juntos y recitan a la par. Nada de esto le sirve para conservar su amor y el joven se marchará en busca de una muchacha con una buena renta anual. Los libros no dan de comer. 

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