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"Hypnos en la ventana" de María Sanz

 



Hay novelas mediocres, regulares y malas que incluso pueden leerse con cierta benevolencia y  te entretienen. La novela admite muchos grados y no siempre la calidad se corresponde con el número de ventas o con los premios. Pero la poesía es otra cosa. La poesía mala no es poesía. La poesía no resiste la podredumbre, no resiste los juegos malabares ni resiste el error. Un mal poema, un mal libro de poemas, no es poesía y se deshará como un azucarillo en el agua por mucho que se pretenda detener su caída arrojándole un salvavidas. 

Tampoco admite modas. La buena poesía se escribe con tinta indeleble, con sentimientos elaborados y construidos desde hace mucho, prácticamente tanto tiempo que ya no se puede recordar. No confundir con la emoción, por favor, que el sentimiento requiere trabajo, asentamiento, lucha y forma, mientras que la emoción se basta sola para lanzarse al vacío. Las emociones son tuits y los sentimientos, tratados. 

Si no hay error, este es el número treinta de los libros publicados por María Sanz, la mayoría de ellos a consecuencia de haber ganado un premio, que es un hecho que debería hacernos pensar porque significa que lo que se ha premiado tantas veces, es decir, el genio poético de Sanz, no parece ser merecedor de una apuesta editorial con la continuidad suficiente. Pregúntense por ello, editores, críticos, valedores de la poesía en España. Sin los premios, nos habríamos quedado con un montón de libros sin que vieran la luz. Y eso sería, no solo un duro contratiempo para la poeta, sino una pérdida para los lectores. Sean bienvenidos los premios, entonces, si sirven para sacar a la luz "cositas buenas" como decía Paco de Lucía. 

En este caso el XXVII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz fue el responsable de que la editorial Algaida publicara "Hypnos en la ventana", un libro originalísimo y, a la vez, evidente. Evidencia de lo universal y novedad del afrontamiento de las verdades que nos acechan a todos y que se convierten en la música de fondo a partir de la cual  la vida avanza. El libro es de 2009 y lo abre una cita de Joan Margarit. Como sucede cuando leo poesía, no me detengo de forma expresa en la rima, el metro, la medida, la estrofa, el ritmo, porque doy por supuesto que si la música acompaña al poema sus elementos están situados cada cual en el sitio que le corresponde. Pero sí me paro, o mejor dicho, me detengo porque me detienen, en el sentido de los versos, en las palabras que los componen, en el hálito que desprenden, en el aire que proclaman. El aire mueve las voces en el flamenco y también en la poesía. 

Algunas palabras dan sentido a lo que este libro contiene. Las resumiría en: búsqueda, esperanza, duda, desconsuelo, derrota, evidencia. Versos, por tanto, ocupados en mostrarse abiertos a la resolución de la angustia que proclama, pero vencidos por una vida que no acostumbra a dar lo mejor ni lo mayor, sino lo mínimo. Mínimo sol de invierno, dirá Sanz en algún momento. A veces parece que los versos tiran la toalla, que bajan los brazos, que no hay nada que hacer, que todo ha acabado. No sirven sortilegios ni costumbre, nada se alcanza. Pero el poema siguiente comienza desde arriba, se levanta de nuevo, esculpe promesas, inventa ansias y toda la rueda gira nuevamente. Sucede que es la contradicción entre la realidad y el deseo que tanto y tanto dejó dicho Cernuda, sevillano también, y poco acorde también con una sevillanía del conformismo. 

La intención clásica está ya desde el título, Hypnos en la ventana, y en la elección del personaje, esa representación de la mitología griega que es el sueño, hijo de la noche y hermano de la muerte dulce. Las alas en los hombros y las sienes parecen ser talismanes para volar un día pero no llevan la suficiente fuerza, no llevan el arrojo necesario. Por eso Hypnos sigue en la ventana, observa pero no se decide a intervenir, a batirse en la vida. El libro empieza y acaba con Hypnos y entre medias veintinueve poemas que, en lugar de seguir una línea recta se mueven en zigzag  y así nos obligan a nosotros, los lectores, a pararnos y pensar, pararnos y mirar, pararnos y seguir, un bombardeo de atroces y preciosas sensaciones mezcladas, que quizá se resumen en ese concepto que es también verso "quietud vertiginosa". El rápido volar de un tiempo inerte. 

Esa conformidad con el vacío, ese paso del tiempo como certeza extrema, esa protesta, esa desobediencia palpable, ese examen de conciencia al que hoy llamaríamos autocrítica, ese sentido de la culpa en primera persona, esa pregunta atenta al desarrollo de los amores fallidos, esa noche inabarcable, ese día insólito, ese anuncio imposible de lo que ha de vivirse o tal vez no. Y el azul. "Respirar el azul" es la consigna. 

(Poema XII)

El tiempo sigue dándome razones
para saber que nunca
me llegará el regalo de un diamante,
que no tendré un vestido de Elie Saab,
ni pasaré una noche
en el hotel Timeo de Taormina. 


(Miranda Kerr con un vestido de Elie Saab)


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