"Casi todas mis letras para el cante" de José Luis Rodríguez Ojeda
Los libros han de ser bonitos además de buenos. El soporte importa. Esta edición de Anantes en su serie Adalid está muy lograda. Portada, papel, diseño, ilustraciones interiores, todo ello acompaña a la perfección el contenido, las coplas flamencas de José Luis Rodríguez Ojeda y el pórtico, el interesante prólogo de José María Velázquez-Gaztelu. Cualquier libro de flamenco que se precie eleva su valor si el prólogo lo escribe alguien como él. Ha ganado su prestigio a fuerza de ecuanimidad y su autoridad a fuerza de conocimiento. No todos pueden decir lo mismo. Por eso el prólogo hay que leerlo con la idea clara de que va a conducirte sin avaricia por el camino que en la copla flamenca tienen las letras de autor y, dentro de ellas, esta colección prácticamente completa de las que ha escrito José Luis Rodríguez Ojeda.
En estas letras (o coplas) flamencas que aquí reseño hay varios ingredientes que las convierten en una de las colecciones más solventes y bien hechas del género. Su conocimiento de los entresijos de la poesía, de la métrica, del ritmo, de las estrofas, hace que no ande en el vacío, al contrario, porque un buen poeta es capaz de escribir letras para el cante si cumple una segunda condición, como ocurre en este caso. Y esa condición no es otra que, precisamente, el saber de cante, el conocer las medidas, los acentos, las caídas, de manera en que la copla se puede entonar. A ello le ayuda una formación muy amplia e intensa que abarca tanto la literatura, las fuentes escritas, como la experiencia, el escuchar cante, el trastear la guitarra y el probar y probar hasta que las cosas se ajustan en un delicado mecanismo donde todo encaja. Él mismo afirma que ha desechado algunas que no eran exactamente fáciles de leer precisamente porque en el cante hay meandros que las convierte en otra cosa. Pero, además, rechaza el neopopularismo, tan extendido y usado por aquellos que parafrasean el eco popular y tratan de darle una nueva imagen a lo que está ya sentenciado.
Lo mejor que tienen las coplas (o letras) flamencas de este libro es que las cantas y están hechas a medida del cantaor. Ellos se sienten cómodos interpretándolas, llegan al aficionado porque son hondas y tienen esa necesaria coherencia entre temática y estilo que en el flamenco es condición sine qua non. El artista flamenco distingue inmediatamente si la letra encaja en el cante y por eso algunas coplas se cantan repetidamente, porque se han ahormado y facilitan la labor. No hay nada peor para el flamenco que forzar la máquina utilizando textos que nada le añaden y que eliminan lo que de armónico y estructurado hay en el cante. Las letras populares se llevan la palma en lograr el mágico equilibrio y es muy difícil añadir nuevas coplas a la fuente honda de la literatura, porque tienen siempre ese muro, ese obstáculo. No vale la mera imitación de la letra clásica ni tampoco una falsa sensación de folklorismo añejo. No. Escribir letras flamencas es muy, muy difícil.
No es ninguna casualidad, además, que la ilustración de la cubierta corresponda al llorado Francisco Moreno Galván (La Puebla de Cazalla, 1925-1999), artista tan completo como respetado entre los aficionados, que tenía, además de una sólida cultura y una personalidad propia, todo el flamenco y todas las artes plásticas. En esa fuente poderosa ha bebido también Rodríguez Ojeda a la hora de buscar su propia voz de letrista. Sin el tono reivindicativo que hizo popular a Moreno Galván (eran otros tiempos) aunque sí permanece la reciedumbre del cante que no admite tonterías y que es capaz de llegar tan adentro como la propia música que lo sustenta. Como sucede con las coplas de Moreno Galván, en las de Rodríguez Ojeda no hay componendas ni florituras, sino puro y sencillo lirismo, íntimo y lleno de miradas.
Las ilustraciones que lleva el libro y que lo enriquecen (los libros ilustrados, cuando son de poemas, siempre ganan) son de Patricio Hidalgo, Jesús Gavira, Antonino Parrilla y Agustín Primo. Además de ellas, el libro termina con una relación de los cantaores que han interpretado las letras, lo que nos da cuenta de la importante difusión de las mismas en sus voces. En realidad, las coplas flamencas están hechas para eso, para ser cantadas y convertidas en efímeras en la voz última del artista. Cada cual hará suya la letra e, incluso, como tocaba Paco de Lucía, le pondrá "cositas nuevas" que terminarán diferenciando una interpretación de otra. Eso lo sabe siempre el autor, que se despide de sus versos justo en el momento en que los entrega para el cante.
Cantes flamencos al toro y al toreo es una obra que se grabó en 2014 y que dedica el autor a su padre. Forma la parte final del libro y tiene una temática común como indica su título. Esa grabación estuvo a cargo de José Parrondo, en el cante y los guitarristas Niño de Pura, Pedro Sierra, Eduardo Rebollar, Manolo Franco, Paco Cortés y Pedro Sánchez, estando la dirección musical a cargo de Eduardo Rebollar y Pedro Sierra. Una obra de envergadura, versos de gran sabor y estilos muy diversos. Me quedo con la maravillosa bulería:
Ole, ole los toreros,
los diestros, los mataores;
ole los banderilleros,
primorosos rehileteros;
y ole por los picaores,
jinetes varilargueros.
Otro bloque temático lo forman las coplas correspondientes al llamado Retablo flamenco de la vida y pasión de Jesús, que se grabó en 2009 con Calixto Sánchez, José Parrondo y Gema Jiménez en el cante; Manolo Franco y Eduardo Rebollar a la guitarra; dirección musical del propio Rebollar y Gustavo Olmedo. La grabación incluía textos en prosa de Francisco Robles Rodríguez.
Este remate de alegrías, titulado Anunciación, es precioso:
Vino a anunciarle a María
en la casa de Isabel,
vino a anunciarle a María
el arcángel San Gabriel
que pronto un hijo tendría.
El resto del libro transita por todos los estilos de cante. Algunos de ellos, por su número, agrupados en epígrafes y los demás mezclados. Como hay de todo, puede uno elegir a su gusto qué escuchar si tiene a mano las grabaciones o qué leer, si se maneja solo con el libro. En todo caso, coplas bien escritas, bien estructuradas y, sobre todo, respetando el sabor y el aire de los cantes, que es de lo que se trata, de forma que haya dos bellezas unidas, la letra y la música.
Como esa colombiana que canta Calixto Sánchez:
Verdes ramas de olivares
y rubias cañas de azúcar
se van cruzando en el aire,
como orillas que se buscan;
pa que se abracen sus mares
desde La Habana a Sanlúcar.
O las bulerías a la madre de Camarón:
En el barrio de los Callejones,
barrio de La Isla donde nació Juana,
todavía flamenco se pone,
moviéndose el aire donde ella cantaba.
Aquí una pequeña salvedad geográfica propia de una tiquismiquis como yo, hija de la tierra a la que alude: Callejuelas, no Callejones. De nada.
Y esa copla de cuatro versos, entre mis favoritas, por lo bien que suena:
Por tu hermosura las piedras
de los mejores plateros
iban a sentir vergüenza
en la mata de tu pelo.
Tres versos para echarle pimienta a la cosa:
Esa que huele a jazmín...
de esta noche ya no pasa,
conmigo se ha de vení.
Deja de mirarme así
que son tus ojos candela
y no respondo de mí.
De espaldas voy a la pena
porque ojitos que no ven
son corazón que no quiebra.
Soleares, bulerías, tangos, tientos, fandangos, guajiras, milongas, colombianas, seguiriyas, bamberas, nanas, alegrías, todo el cante. Todo el cante en sus coplas.
Casi todas mis letras para el cante. José Luis Rodríguez Ojeda.
Prólogo de José María Velázquez-Gaztelu
Editorial Anantes Gestoría Cultural, serie Adalid
Enero de 2020.
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