Aprender a informarse
Una de las cuestiones más complejas de la escuela actual es discernir qué conocimientos deben adquirir los estudiantes. Dado que el arsenal de cosas sabidas es tan inmenso, parece imposible que la institución escolar las abarque. De manera que los profesores se encuentran con el reto de enseñar no ya todos los contenidos relevantes, sino la fórmula para buscarlos, encontrarlos y utilizarlos. Esto es lo que llamamos, por un lado “aprender a aprender”, y, por otro, “sociedad de la información”.
Resulta, sin embargo, que el problema se complica cuando vemos, a poco que hagamos una búsqueda sencilla en Google, que cualquier concepto, hecho o circunstancia da lugar a una cantidad tan ingente de datos que, para seleccionar los verdaderos y los adecuados, precisamos estar previamente formados.
Los estudiantes se encuentran, en cada uno de los momentos de su vida escolar, con dos clases de contenidos: los que puede llegar a aprender y memorizar y aquellos otros, infinitos, que no logrará sino vislumbrar y de modo puntual, cuando la ocasión lo vaya requiriendo.
Este es un aspecto que atañe exclusivamente a la escuela actual y que genera, como consecuencia, la incertidumbre de cómo enseñar, cómo aprender y cuál es el sistema educativo que mejor se adapta a esta necesidad.
Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) reputado sociólogo, que ha definido esta época posmoderna como la de la “modernidad líquida”, lo ha dejado claro recientemente: “El exceso de información es peor que su escasez”.
Esa sobreinformación genera frustración en el estudiante cuando lo que quiere es tener claras las causas, las consecuencias y las características de determinada cuestión. El niño en edad de formarse no está para dilucidar si es verdad o mentira lo que halla en Internet sino para conocer los aspectos básicos de cada uno de los temas que aborda.
¿Qué ocurre, entonces, si la edad escolar no contempla esa educación en el aprendizaje de la gestión de la selva informativa? ¿Es posible contribuir a que los ciudadanos adquieran el suficiente sentido crítico sin que haya una actuación en torno a los canales informativos, su veracidad y sus contenidos?
Si la escuela y los sistemas educativos siguen aferrados a la transmisión de los saberes, a partir de conceptos firmemente anclados, sin incorporar las nuevas visiones, las fórmulas de discusión actuales y todo ese conglomerado de aportaciones que se van produciendo en cascada, hallaremos como resultado que la educación final esté obsoleta.
Por otro lado, el manejo de las fuentes informativas requiere, como es lógico, un aprendizaje que, si no surge de la propia institución escolar, no tiene anclaje en la formación de los jóvenes. Así la escuela soporta las propias contradicciones de la sociedad y el debate educativo se ve impregnado de las fuerzas que influyen en la educación, de una manera más o menos formal. Ignorar esas fuerzas supone volver los ojos a la realidad. Y contribuye a una doble vía educativa: la enseñanza regular, legalizada, situada en los colegios y la otra, la de los medios virtuales, Internet, las redes y todo ese conglomerado de conocimientos de la democracia cibernética.
El abordaje hasta ahora ha sido muy incompleto, parcial, lleno de huecos y sin sistematización. Enseñar para el siglo XXI se ha confundido con dar nociones de informática. A los propios educadores les ha pillado a trasmano todo este movimiento circular que se retroalimenta continuamente. El efecto de antigüedad de la escuela y la escasa viveza que tienen los planes de estudio en comparación con la dinámica vertiginosa de la sociedad actual está en directa relación con el fracaso escolar.
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