Arde Mississippi
Anderson (Gene Hackman) y Ward (Willem Dafoe), dos agentes del FBI de Hoover, investigan, en el verano de 1964, la desaparición de tres jóvenes activistas del movimiento pro derechos civiles “Verano de la libertad”, en un pueblecito del Estado de Mississipi.
Anderson y Ward son el agua y el aceite. El uno, rudo y atípico; el otro legalista y metódico. Mismos objetivos, métodos distintos. La clásica pareja de policías obligados a trabajar juntos contra su voluntad que, en este caso, ofrecen un contraste apasionante y la oportunidad de oír algunos de los diálogos más inteligentes de este tipo de uniones.
A partir de aquí Alan Parker hace un mix de drama, denuncia y policíaco, a base de un ritmo endiablado y sostenido, unas interpretaciones de mérito y una atmósfera efervescente. A modo de poblado del legendario Oeste, el pueblo es una ciudad sin ley, en la que el polvo, el calor y el miedo se aúnan para mantener la tensión del espectador desde el minuto 1 al 125.
La película ofrece algunas verdades incuestionables. Nadie admitirá que está a favor del racismo. Ninguno de nosotros disculparía la violencia. Todos entonaríamos convencidos el grito “Estoy más que harto” y marcharíamos en fila con gesto contrito en defensa de la libertad. En este sentido es una película claramente partidista.
También contiene algunas trampas convenientemente escondidas de la forma efectista que se gasta Parker. Pero es inútil. Las vemos, las percibimos, aunque, al fin, no nos importan. No se trata de eso. Esa pelea a lo Steven Seagal, por ejemplo, entre Anderson y Ward. Esa constante alusión visual y verbal a que allí todo se resuelve a base de “huevos”. La gran trampa, la sentimental cómo no, con ese pseudo romance entre el caballero Anderson y la dama en apuros, una gentil Frances McDormand antes de los Coen, que es aquí la pieza clave en los 50 minutos que el marido de la peluquera no puede justificar de ningún modo convincente.
Fuego, polvo, desvencijados coches que emergen en caminos pantanosos, fantasmas, encapuchados, arengas que concitan terribles unanimidades, encerronas, rostros. Los rostros son punto y aparte. Primeros planos encendidos por las proclamas, excitados por la violencia, hombres oscuros, hombres negros, niños rubios con ojos azules a punto de oír en la escuela que la Biblia consagra la segregación. El odio como asignatura.
Esta es una película de dualidades. Ward y Anderson. Negros y blancos. Legalidad o violación de derechos. Miedo de casi todos y valentía de un niño. Impecables hombres de negro del FBI y policías estatales pasados de cerveza. Ocultación de los hechos y periodistas apaleados por informar.
La dualidad máxima: Las trompetas sarracenas, esas delicadas flores blancas, crecen en los campos cenagosos de un pueblo que traza una línea divisoria entre razas. Quizá por eso esas flores no tienen olor.
Sinopsis:
El 20 de junio de 1964 Michael Schwerner, Andrew Goodman y James Chaney viajan por Filadelfia, pueblecito de Mississipi, como voluntarios de una organización pro derechos civiles, para lograr registrar a los negros como votantes. La desaparición de los tres jóvenes, dos blancos y un negro, abrirá una investigación que dirigirá el agente Ward, con el auxilio del agente Anderson, ambos del FBI.
Algunos detalles de interés:
La película se estrenó en 1988 y fue dirigida por Alan Parker. En la filmografía de Alan Parker están “El expreso de medianoche”, “El corazón del ángel” o “La vida de David Gale”.
En el reparto están Gene Hackman, Willem Dafoe, Frances McDormand, Brad Dourif, Michael Rooker, Stephen Tobolowsky, Gailard Sartain.
La música es de Trevor Jones, el guión de Chris Geromo y la fotografía de Peter Biziou.
Gene Hackman y Willem Dafoe forman un dúo sensacional. Aunque Hackman fue más reconocido por su labor y obtuvo incluso el Oso de Plata al Mejor Actor en Berlín, yo me quedo con Dafoe. Su personaje, contenido, intimista y elegante, me resulta más atractivo y me atrapa más que su compañero, ligeramente sobrecargado de matices y más tramposo en su papel.
El final de la película, con la imagen de las detenciones de los responsables de los asesinatos y la sobreimpresión, sobre el blanco y negro de la salida de los juzgados, de las penas que se les impusieron (irrisorias) es uno de los logros del filme.
El organizador de los asesinatos y miembro del KKK, Ray Killen, que en los juicios de 1967 fue absuelto, llegó de nuevo a los tribunales en 2005, cuando se reabrió el caso. Tenía ochenta años, iba en silla de ruedas y con mascarilla de oxígeno que no ocultaba, según dice la prensa, su sonrisa cínica.
Si hay que elegir una frase como corolario, puede ser esta: “El béisbol es el único sitio donde un negro puede menear un palo ante un blanco sin que empiece un disturbio”
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