"Fernando (la lucidez)" por David Cerdá
"Fernando Robles, a quien da vida Federico Luppi, es escritor y profesor de literatura en Lugares comunes, la película dirigida por Adolfo Aristarain que hace una veintena de años se llevó en Donostia el Premio al Mejor Guion y la Concha de Plata para su protagonista femenina, Mercedes Sampietro.
Es una de esas cintas en las que cuesta resaltar uno solo tema de los tratados, tal es su hondura y su riqueza: la amistad y el amor, la vejez y las raíces, la autenticidad y las elecciones vitales van desfilando por la pantalla, en tono mayor y afectuoso, áspero a ratos, pero siempre con sentido del humor y una sinceridad extrema.
No vi la película en su estreno, sino cinco años después y en la intimidad de mi salón. Me alcanzó en un momento en el que no tenía claro si solo quería ser lo que siempre creí que sería y hasta la fecha estaba siendo, en un momento de transición, en definitiva. Llegó entonces Fernando, una tarde lluviosa, tras unos años laboralmente frustrantes y embrollados, la clase de situación que propicia replanteos. Entro en mi salón con su discurso sabio, no siempre templado, pero veraz y valiente en todo momento. Fernando es profesor hasta la médula, un amante y practicante de la verdad que se aleja de lo políticamente correcto y no está dispuesto a venderse al mejor postor. La crisis de su país (¿y cuándo no estuvo en crisis la Argentina?) lo lleva a una prejubilación forzada; los años comienzan a jugarle malas pasadas; la relación con su hijo es tensa, y en ocasiones, descarnada.
La cualidad esencial de Fernando, la que lo mantiene en pie, es la lucidez, «ese don y ese castigo» que proviene de arrojar fría luz a la realidad. Explica el profesor, parafraseando a Alejandra Pizarnik, que «lucidez» comparte raíz con Lucifer y el lucero del alba, y que consiste en una luz que permite la visión interior, para contemplar «el bien y el mal, todo junto».
La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría será el placer de ser consciente de la propia lucidez. El silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años. En esto se fue la bella alegría animal.
Ser lúcido, por lo tanto, es hacer honor a los matices, alejarse de la polaridad chabacana que impregna las pseudotertulias televisivas, las redes sociales y —ay— los parlamentos; es reflexionar y ver más hondo y más lejos.
Para aspirar a la lucidez hay que encarar lo difícil y complejo sin escaquearse; mirar de frente y con entero ánimo lo intrincado y lo adverso. Pocas cosas nos hacen más falta que más personas lúcidas. El siglo xxi anda metido en algunos líos muy serios, y la falta de objetividad y de calma en el pensar presagia ruina en la casa común de nuestras libertades. «Despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez»; es la tarea que Fernando encomienda a los futuros profesores. Porque pensar duele, y es mucho más sencillo adoptar ideas ajenas, seguir la corriente, quitarse de en medio y congraciarse con la autoridad competente. La cuestión es que la comodidad debilita; traicionarse, le insiste Fernando a su hijo, es roerse el alma. El opuesto del lúcido es el necio, el que no solo no sabe, sino que renuncia a saber con gesto arrogante. Hay tontos de muchas clases: el tonto mayúsculo, la edición imperial, es el que se vanagloria de serlo.
La lucidez es especialmente necesaria cuando hay que afrontar cambios vitales, que a menudo comportan escoger entre el menor de varios males. Fernando y Liliana han de vender su piso, pues con la pensión no les llega; se hacen con una chacra en Córdoba, recrudecen su vida —que ya era austera—, estudian, a su avanzada edad, para hacerse emprendedores. Todos los que vivimos bastante pasamos por eso: por la incertidumbre y la amargura, por los empellones con los que la diosa Fortuna te saca de tu zona confortable, mullida y cálida. La lucidez nos ofrece una suerte de entereza razonada, sin dejar de ser emocionante; y por ser de constitución recia es una cualidad que puede acompañarnos toda la vida.
Fernando expone que esta luz de costado, tan distinta de la de los focos, es la de los formadores, y en eso también me inspiró poderosamente. En la escena más visitada de la película explica a sus alumnos, futuros docentes, que el profesor no adoctrina, sino que solo muestra, porque «lo que se impone a la fuerza, es rechazado y en poco tiempo se olvida». El oficio del maestro (y el del responsable de equipos, el mentor y el conferenciante) es cuestionar, porque como dice Fernando «las respuestas no son la verdad». Las mejores preguntas, nos recuerda, llevan veinticinco siglos sobre el tapete. «Muchas son ya lugares comunes, pero no pierden vigencia», y por eso la cultura es para todos, antiguos y modernos, la misma aventura.
En su tiempo, las palabras de Fernando me despertaron: pude ver en cuántas cosas me había equivocado al separar artificialmente dominios que se tocan y complementan, negándome la posibilidad de emplear todas mis bazas para crear algo distinto, no parcelado, que fuese arrojado y valioso. Fue el ejemplo de este viejo y sabio profesor, unido, por supuesto, al aliento de quienes más me querían y quieren, el que desmontó piedra a piedra mis artificiales muros. Desde entonces he sido lo poco que soy en todas partes y con el mismo celo. Respondí a la abrasadora pregunta que Fernando le lanza a su hijo —«¿te apasiona tu trabajo, o es un trabajo y punto?»—, y lo di todo en cuanto hacía: muchas palabras y letras después puedo decir que salió buena la jugada, aunque tomase un camino distinto al que señalaba la flecha del «éxito». El resultado, necesariamente, tendrían que evaluarlo aquellos a los que sirvo; yo solo puedo decir que esa luz que ahora ya nunca apago me sigue haciendo, todos los días, un bien inmenso".
David Cerdá es experto en consultoría e innovación. También es traductor, aunque, sobre todo, es profesor. La educación es uno de sus principales intereses y, por eso mismo, está cerca de todo lo que significa cultura, arte, historia, cine o libros. Su preocupación por el papel del profesor en nuestra sociedad queda patente en este texto que, lejos de los aspectos puramente técnicos, insiste en lo esencial: la luz de una vocación. Las imágenes son fotogramas de la película "Lugares comunes".
Para conocerlo mejor: https://www.davidcerda.info
https://disidentia.com/author/david-cerda-garcia/
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