Ir al contenido principal

Una mirada tuya


El buen cine puedes verlo tantas veces como quieras. Y, cada una de esas veces, te mostrará una película distinta. Son tus ojos, tu mirada, los que han cambiado, pero el buen cine tiene eso previsto: guarda capas y capas que no aparecen a simple vista, sino que se van descubriendo como si pelaras una cebolla. Como las cebollas, el buen cine te hace llorar o, al menos, emocionarte. Esa es la principal cualidad. Crear emoción.

Cuando ayer volví a ver esta película "Adivina quien viene esta noche" comprendí al instante que estaba viendo algo nuevo. Y que esa novedad residía en cosas que estaban allí pero que, hasta el momento, no habían salido a la luz. Pensé entonces en la inútil función de los críticos de cine. Ninguno de ellos sabe nada de nosotros. Conocen la película pero no al espectador. De modo que no hay que tener ningún miedo, ninguna preocupación, si nuestro top de preferencias no coincide con los suyos. Es, además, algo natural. 


Cuando veía la película, de argumento archiconocido, pensaba que yo tenía los mismos pensamientos que Joanna Drayton, la chica que se enamora, en un santiamén, del doctor Prentice, guapo, interesante, inteligente, educado, elegante. ¿Cómo no enamorarse? Lo describe muy bien él mismo: "No es solo que no le importen las diferencias de raza entre los dos, es que no ve esas diferencias". Esa es la filosofía que alienta mi propio pensamiento. Todos los hombres de la Tierra son iguales, da lo mismo su raza, su credo, su posición social, su sexo, su origen...Esto es por lo que luchaban los antirracistas de la primera ola, los de los años de los movimientos pro derechos civiles. Eso quería Martin Luther King, muy activo entonces, un año antes de ser asesinado, y lo que había soñado John Kennedy, que había caído en acto de servicio en 1963. Igualdad, esa palabra que nos resulta sagrada a tanta gente. 


Eso mismo pensaban los padres de la chica, porque eran cultos, liberales, modernos, abiertos. Porque la habían educado en esa creencia. Porque tienen amigos de distintas confesiones, aunque ellos no son creyentes en nada. Sin embargo, ese es un pensamiento teórico. La realidad es otra y se disfraza. Nos preocupamos porque nuestra hija encontrará obstáculos a su felicidad en un matrimonio interracial, por cierto, prohibido entonces todavía en 17 estados de la Unión. Los padres del doctor Prentice, para que no parezca que todo es perfecto en el candidato, son humildes, un cartero jubilado y un ama de casa sin formación. El padre se niega al matrimonio y esa negativa se mantiene hasta el final. No se convence nunca. Se calla porque sabe que está en minoría, pero no acepta la situación, no la entiende. En una conversación con su hijo, algo subida de tono, parece estar la clave: "Tú hablas como un hombre negro y yo como un hombre", dice el joven. Añade: "Dejadnos en paz con vuestros prejuicios de raza, queremos vivir de otra manera". 


Pero no serán los discursos políticos, ni los avances sociales, ni las leyes, ni las alusiones a la igualdad o a la libertad de elegir, los que consigan cambiar el escollo del padre de ella, un director de periódico muy conocido y abierto de mente. No. Se producirá un milagro que proviene de los sentimientos. Son los sentimientos los que cambian la perspectiva. La madre del doctor Prentice, una mujer callada, discreta pero sin glamour, ni elegancia, ni demasiadas ideas, será la que se interrogue e interrogue al señor Drayton. "Ustedes los viejos dejaron de recordar algo que quizá tuvieron alguna vez. La pasión amorosa. No saben siquiera cuando la vivieron por última vez. No recuerdan lo que sentían. Y nosotras, las esposas, lo sabemos". Es ese alegato el que cambia la perspectiva del señor Drayton, y ello por una razón. 


La razón está en esa mirada. La señora Drayton (en realidad Katharine Hepburn) lo observa con mirada líquida, con ojos llorosos y escucha su parlamento. Él habla porque es el señor Drayton pero, en realidad, está siendo más Spencer Tracy que nunca. Niega totalmente que la pasión amorosa haya pasado de su vida, niega haberla olvidado y, sobre todo, afirma que nada de lo que esos jóvenes viven y experimentan ha pasado de largo por él mismo. Su adoración por su esposa es, afirma, tan cierta y actual como antes. Creo que Tracy, al borde de la muerte (murió unos días después de acabar el rodaje) estaba diciéndole a su amor de toda la vida, Katharine Hepburn, todo lo que sentía. Por eso esta escena es magnética, por eso creemos en ella, por eso la esposa tiene los ojos turbios y la mirada de él expresa, a la vez, convicción y tristeza. No es el triunfo de las ideas de igualdad, es el triunfo del amor que, ese sí, no puede ser manipulado por la política ni por las ideologías. 


Esa sensación crepuscular está presente todo el rato. Spencer Tracy en su último papel. Katharine Hepburn contemplando la decrepitud de la enfermedad en el hombre al que ama y amó tantos años. La joven Joana, sobrina en realidad de Hepburn, con la alegría de vivir de los jóvenes y esa ligereza inconsciente de quien no sabe lo que trae el porvenir. Y la serenidad de Poitier, el hombre que logró, por sus propios méritos, llegar a lo más alto en el cine, partiendo de una plantación de tomates en las Bahamas. También en el discurso que lanza a su padre están sus propias ideas. Yo he conseguido esto luchando, no debo nada a nadie. El hombre hecho a sí mismo que logra subir al escenario de los Oscar a un negro. Negro es el pretendiente. Negros son los padres. Negra es el ama de llaves de la casa. Nadie oculta que son negros. Lo negro, la negritud, no es un estigma. Es una circunstancia. 

Por esas cosas de la vida, el antirracismo evidente de la película no nos sirve para nada hoy. Es más, A Poitier lo critican por haberse convertido en blanco. El hecho de conseguir el triunfo convierte a los actores negros en cómplices del sistema. El "egoísmo de grupo", tal y como lo definió Alexis de Tocqueville a mediados del XIX, permanece emergente y con fuerza en la gran nación de la democracia y de ahí se exporta a otros países. No es antirracismo desear la igualdad, creer en la igualdad, pensar en que todos los hombres tenemos igualdad de derechos y obligaciones. No. Porque el racismo no es la persona sino el sistema. Y al sistema hay que derrotarlo sin entrar en él. Arriba y abajo, como las novelas inglesas. Arriba y abajo, como decía Marx. No Groucho, Karl. Un grupo frente a otro grupo. Antes había solo negros, por cuya igualdad de derechos hay que luchar. Ahora quieren que haya negros y blancos, frente a frente. No importa que haya terminado la guerra de Secesión. Podemos inventarnos otra guerra. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban