Ir al contenido principal

Celda 211, la novela




¿Quién no se ha enterado de que la película "Celda 211" ha ganado un montón de Goyas?
Probablemente, muchos de los lectores de este blog, incluso han visto ya la película.
Pero ¿podemos decir lo mismo de la novela que la ha inspirado? ¿Conocemos a su autor, quién es, por qué la escribió?

Aquí os transcribo un texto escrito por Francisco Pérez Gandul, periodista y escritor, autor de la novela "Celda 211". Ha aparecido en ABC y explica cómo se produjo la creación y publicación de la novela:

Ser sordo, o casi, no es malo del todo. Con sol y oro clavándote banderillas en la playa, tampoco. Yo suelo ahorrarme la canción del verano mil veces repetida en esos reproductores que son como trailers o a la abuela advirtiendo a su Jonathan que no se aleje o el tic-toc de las bolas al chocar con la palas justo antes de que te golpeen la cabeza. Mi abstracción es absoluta, en especial cuando voy a bañarme y me quito el sonotonegalácticoquenosirvepaná, no se me vaya a escacharrar y tenga que gastarme otra vez dos mil euros en el adorno. Esa capacidad de abstracción da mucho juego, créanlo. El silencio es cómplice de la imaginación y a mí, aquella tarde de agosto del estío de 2000, me regaló una pregunta de lo más estúpida: «¿Qué le pasaría a un funcionario de prisiones novato si en su primer día en la trena se viera envuelto en un motín no de los malos, sino de los peores?». ¿He dicho que era una pregunta estúpida? Bendita sea.
Unos niños enfrascados en una guerra de arena de la que yo era víctima colateral me hizo iniciar la retirada hacia la sombrilla y aunque lo suyo es que aquella pregunta que me hice en la orilla fuese borrada por el lenguatazo de un ola, lo cierto es que se adosó a mi sombra y siguió aleteando en mi cabeza unos días más hasta que finalmente se hizo okupa en un rincón de la memoria.
Aquello crecía, el funcionario pobrecito de mi alma lograba mimetizarse con el paisaje y paisanaje de la prisión; no sólo eso, se ganaba la confianza del tipo más temible de la cárcel, un Malamadre de perfil difuso que conforme pasaba el tiempo se iba apropiando de la historia, como Luis Tosar, al final, se ha adueñado de la pantalla. Sólo que mi Malamadre no tenía cabeza. Quiero decir que no le ponía rostro, su cara era una ancha cicatriz de la vida que le cruzaba de frente a mentón.
Debieron pasar tres años, tres, y todo estaba en la cabeza; nada en el papel. Me decía que quería escribir una novela y, como suele ocurrirnos en estos casos, me ponía mil excusas para no afrontarlo. Estaba claro que no me sentía capaz. Menos capataz. Pero en mi auxilio vino el periodismo, mi profesión, casi mi vida. Estaba tan hartito de realidad, tan atornillado a la actualidad, tan obsesionado con el día después y lo que me faltó el día antes que más temprano que tarde tenía que explotar. Unos paren una depresión de caballo, otros una euforia que les llevan a convertirse en presidentes del Gobierno —por eso lo puede ser cualquiera—, los más se fastidian, pero a mí me arrojó al teclado del ordenador. De forma frenética, compulsiva. Sin documentarme —stop a todo lo que oliera a periodismo—, eligiendo una estructura estilística complicada —una narración hecha con los monólogos de tres protagonistas que cuentan los hechos desde su propia perspectiva—, barriendo continuamente la paja para que no se acumulara en los rincones, centrándome en la historia y obviando elementos descriptivos que adornarían el texto, sí, pero distraerían la atención del lector. Soy de los que siempre necesitó que me contaran una historia y huyo de lo que me suena a sesudo trabajo de gramática. Sobre todo de la parda. Arturo Pérez Reverte es mi héroe. La de tertulias literarias en que no voy a poder dar el mangazo ni pasar la dieta.Mejor película española de 2009, supertaquillera, ganadora de ocho «Goyas», vendida a todo el mundoUn clavel entre flores consagradas
Cuarenta años después, aquel niño sevillano que se pasaba las horas viendo la vida a través de los barrotes del balcón de su casa, en la entonces calle más comercial y bulliciosa del centro de Sevilla, invitaba a los demás a ver lo que ocurría tras las rejas de una cárcel. Sólo faltaba que la gente se acercara a ellas y allí empezó un calvario lleno de cruces, todas las que tachaban las peticiones de atención. Hasta que Lengua de Trapo, un sello con prestigio, vio en aquella historia un clavel con el que alegrar su ikebana de letras consagradas. Nadie se dio de baja de su flora por ello. La novela del primerizo llegó a las librerías.
No tardó en interesarse en el libro la gente del cine, pero nadie se decidió en firme hasta que una gallega lista, Emma Lustres, propietaria de Vaca Films, vio en la novela un filón y cerró el acuerdo.
Lo demás es ya conocido, los personajes del libro, Malamadre, Tachuela, Releches, Elena, Apache, cobraron dimensión cinematográfica en las expertas manos de Daniel Monzón y Jorge Guerricaechevarría, que primero hilvanaron un guión tan sólido como la trama de la novela y luego supieron transportarlo a la imagen con ayuda de un reparto colosal, en el que Luis Tosar fraguó el papel de su vida. Porque el gallego, creedme, dejó de ser durante dos meses y medio un actor para convertirse en Zamora en preso del reo que representaba.
Mejor película española de 2009, supertaquillera, ganadora de ocho «Goyas», vendida a todo el mundo, Celda 211 ha hecho congraciarse a mucha gente con el cine español. Aquello que nació en la orilla de una playa gaditana mientras unos niños chapoteaban va a inundar de cine y literatura los cinco continentes. Un maremoto tan fuerte que hasta yo me he enterado. Antonio García Barbeito, tío, te lo juro.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac