La importancia de tener un buen jefe

 


La foto es de William Eggleston y viene a cuento. Un empleado, un trabajador por cuenta ajena, está descansando un momento tomando una hamburguesa. No se sienta en un restaurante, ni pierde el tiempo, simplemente sacia su hambre de la forma más rápida posible. Ese es el significado de la comida basura, correr, correr, correr. Eggleston siempre tiene alguna foto inspiradora aunque, en este caso, la inspiración era previa. Pienso mucho en lo que expreso en este título: la importancia de tener un buen jefe. Y no me refiero solo al jefe del trabajo, sino al director del colegio, al cargo político que debe mandar, al catedrático que ha de dirigir tu tesis, a todo el que está por encima de alguien y que, en lugar de usar a ese alguien a su conveniencia, debería servirlo en todo el sentido de la palabra: ayuda, respeto, orientación. 

Conozco a muchos jóvenes porque han pasado por mis manos durante años. Algunos se quejan abiertamente de cómo los tratan en los despachos de abogados en los que trabajan (peor si es un gran bufete), o en las empresas o en la universidad. Estos últimos, los que están haciendo la tesis doctoral, a menudo se manifiestan desilusionados, cansados de gente que solo tienen puestos los ojos en su comodidad, que no les aportan nada para su formación, que no entienden sus ilusiones. En muchos casos el trato que se les dispensa sería digno de que se hiciera público. Los malos jefes están en todas partes, a todas las escalas, desde la pequeña hasta la más alta. Ya lo dejó escrito alguien en el poema de Mio Cid: Dios mío, qué buen vasallo si oviesse buen señor...De esta manera hay tanta desgana, tanta desazón, tanto estrés en el trabajo y en el estudio. Porque los malos jefes abundan y porque nadie les pone coto. Si osas quejarte, te perdiste. Incluso los ciudadanos, que muchas veces entienden con claridad los malos jefes que son los de arriba, solo tienen una posibilidad en su mano: votar cada cuatro años. 

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