"Tu mar es tan grande y mi barco tan pequeño..."



(Bruce Greenwood es JFK en "Trece días")

Me gusta el cine político y me gusta la figura de John F. Kennedy. Ya sé que tiene muchos detractores pero yo siempre pienso que la muerte por asesinato es un hecho vil y atroz porque siega la vida de alguien de forma extemporánea. No tenía que morir en Dallas ese día de 1963. Mi madre lloró su muerte y también la de Bobby cinco años después. Más que pro-yanquis somos gente sensible. Aunque el cine americano es nuestro cine y la conquista del oeste una de nuestras gestas preferidas. Lo de Kennedy fue, lo sentenció mi calle entera, una pena. Y él prometía. Tenía un idealismo que molestaba y eso lo hace más cercano. Formando parte de una familia con tanto dinero y tanto poder, esa aristocracia de Hyannis Port, y, sin embargo, tan expuesto, tan proclive al sufrimiento, tan escasamente feliz. Esa es la sensación que me inspira. Lo mismo me sucede con Bobby, que tuvo tan pocas oportunidades de ofrecer aquello que guardaba dentro de sí, por, otra vez lo mismo, el fanatismo y la maldad. Lo de Ted es otra cosa y no solo por Chappaquidick. Quizá es que los dioses no pueden repetirse tan a menudo en una misma prole. 

La Casa Blanca, la política estadounidense y JFK son un género en sí mismo, a veces reuniendo los tres requisitos y otras veces por separado. Gerald Butler, en plan camiseta a lo Bruce Willis, sabe mucho de esos estrafalarios conflictos que se suceden en la mente de los guionistas cuando deciden que la Casa Blanca va a ser atacada y que Bujía debe ser salvado por un agujero del sótano. De entre todos los Kennedy de cine o de televisión a mí me gusta sobre todo este actor, Bruce Greenwood, que es tan versátil que puede serlo todo: un marido psicópata que persigue a Ashley Judd después de haberle dado por muerto para quedarse con el dinero del seguro; el mismísimo Robert McNamara, amigo de Katharine Graham, la editora del Washington Post en "Los archivos del Pentágono"; un hombre encantador, elegante y guapísimo en la corte de amistades de Annette Bening, la gran Julia Lambert de "Conociendo a Julia", que resulta ser gay...El Kennedy de Greenwood tiene ese mismo aire cansado de la persona real cuando permanece en pie mucho tiempo, como le sucedía al propio Jack, debido al corsé para la espalda y a los dolores que tuvo que soportar durante años. Alguien que añade a los contratiempos de la vida una lesión crónica que le obliga a tomar analgésicos diariamente y que tiene que poner buena cara aunque lo que le apetece es sentarse a leer junto a la chimenea tiene mucho mérito...

"Trece días" es una especie de thriller político donde el misterio está en qué ocurrirá con los misiles instalados en Cuba por la URSS. Además de Kennedy está su hermano Bobby, fiscal general, y su secretario personal y amigo de los dos, Kenny O' Donnell, que interpreta un certero Kevin Costner. Hay toda una galería de figuras que son personajes reales y que se presentan con total verosimilitud tanto es así que podemos pensar que alguno de ellos ha hecho un cameo. Por ejemplo, Andréi Gromyko, el primer ministro de la URSS, que no puede ser más clavado. O Adlai Stevenson, el embajador americano ante la ONU. Incluso el propio McNamara, cuyo físico peculiar está muy bien representado. Las mujeres son episódicas: está la esposa de O'Donnell, Helen, llena de hijos; la enérgica operadora de la Casa Blanca, Margaret; y está la primera dama, Jackie Kennedy, que tiene una escena muy corta con Kenny y ninguna más, ni siquiera con su marido salvo su imagen entrevista al otro lado de la ventana jugando con sus hijos mientras el presidente debe pensar a toda velocidad cómo parar aquello. Porque la guerra siempre interrumpe la vida, viene a decirnos el director en esta toma. 

La película es una sucesión de conversaciones y de negociaciones en habitaciones, en la ONU, en despachos con las puertas cerradas, en la embajada, en el despacho oval. La crisis de los misiles se narra desde dentro, comenzando por la toma de fotografías de las instalaciones cubanas que realiza una escuadrilla de rutina, hasta el desenlace final que evitó una nueva gran guerra. Una guerra nuclear que podría haber sido la última por razones obvias. Eso fue, en realidad, la guerra fría: un constante escalofrío pensando que el conflicto estallaría en cualquier momento y por cualquier motivo. 

Se usan alternativamente, y esto es un acierto, el color y el blanco negro. Este último da una sensación de documental que viene muy bien a la película. Los tres hombres, John (Jack), Bobby y Kenny tienen que buscar la fórmula para contentar a los jefes del Pentágono, que quieren una guerra que les rehabilite después del fracaso de Bahía Cochinos, y para contener a los rusos, dicho así en plan general. La guerra fría se muestra en toda su crudeza y su impacto en los ciudadanos se contempla a través de sus rostros viendo la televisión mientras el presidente les lanza un discurso en el que el peligro está latente. Todo esto, las negociaciones, las dudas, la actividad, el discurso, la decisión,  tiene un denominador común: se llama "liderazgo". Kennedy era un líder y bien que lo notamos ahora cuando los líderes políticos han desaparecido bajo el sumidero de la mediocridad. 


(Impresionante Bruce Greenwood en el papel del presidente Kennedy, junto a los símbolos de la nación)

(Steven Culp hace una extraordinaria caracterización de Robert Kennedy)

El hecho histórico es que, de no haber sido por el papel de liderazgo sensato que asumieron tanto Kennedy como Nikita Kruschev, el presidente del consejo de ministros ruso, las consecuencias de la escalada bélica a propósito de Cuba (la más interesada en el enfrentamiento) hubieran sido demoledoras. Aunque la perspectiva de la película es la americana, queda claro que salvan a Kruschev y a su ministro Gromyko, de las intenciones de iniciar una guerra nuclear. Tanto en el lado americano (los jefes militares del Pentágono, sobre todo LeMay), como en el ruso (el núcleo duro del gobierno cuyo rostro no tiene nombres), hay quien representa la parte negativa, la inconsciencia de querer activar un resorte que no tenía vuelta atrás. Todo lo referente al bloqueo, a la llegada de los buques rusos a la línea de cuarentena, el problema con el submarino, las maniobras militares y la pertinaz insistencia de los militares en hacer esta estallar la precaria paz, son las piezas de un rompecabezas que los políticos (los sensatos) tenían que construir con sumo cuidado, incluyendo el uso de espías y una carrera contra reloj por los plazos establecidos. La diplomacia, las negociaciones, la reflexión sobre cómo hacer las cosas, la colaboración de los militares de a pie (el jefe de escuadrilla que habla de "gorriones", el comandante que muere cumpliendo con su deber) y el deseo ciudadano de que no hubiera una guerra sin retorno, salvaron la situación, bajo el liderazgo indiscutible del presidente Kennedy, uno de eso líderes natos que la historia nos trae muy de vez en cuando. Otra las de grandes evidencias de la historia que se narra es  que los jefes militares, al igual que otros grandes de las finanzas o la sociedad (incluidos los temidos sindicatos, por ejemplo, y los contrarios a los derechos civiles o a la integración racial), consideraban unos arribistas a los Kennedy (demasiado blandos, pensaban todos) y querían desprenderse de ellos como fuera. Viendo estas escenas recuerdo algunos comentarios de la película de Martin Scorsese "El irlandés", la lucha soterrada que levantaron los hermanos Kennedy con sus políticas. Lucha que tenía que terminar mal para ellos y así sucedió. 



(Las reuniones de los jefes militares, del secretario de Estado, del secretario de Defensa, del embajador ante la ONU, con el presidente, el fiscal general y sus asesores, son continuas y nos muestran distintas formas de ver el problema)



(Kenny O'Donnell, Bobby Kennedy y JFK en algunos de sus encuentros continuos para hallar una solución a la crisis. Sus conversaciones son una parte fundamental de la historia)

La película tiene bondades que no pueden pasar desapercibidas. Lejos de ser un rollazo político ininteligible, el director opta por combinar entretenimiento y verdad histórica, lo que no es nada fácil. El auxilio de un casting estimable hace creíbles las situaciones y, de manera muy sencilla, va conduciendo al espectador a los entresijos de la alta política, incluida la reunión de los estados miembros de la OEA y la azarosa y controvertida sesión de la ONU, con esa muestra de fotos que se colocan sin previo aviso y que demuestran el engaño del embajador ruso, una imagen que fue real y que el cine reprodujo fielmente porque tiene un verdadero impacto gráfico. Pero todo con interés, sin grandilocuencia, con sencillez, efectividad y con emoción, mucha emoción, a pesar de que sepamos el desenlace de antemano. Como ocurre con las novelas de misterio una vez leídas y desentrañado el culpable, aquí nos interesa ver cómo se desarrollaron los hechos y qué papel juega cada uno. Cada vez que veo esta película (y la veo a menudo porque está en mi cine-club particular) tengo la misma sensación de inquietud: ¿Lo conseguirán?


(Esta foto superior es la realidad de la reunión de la ONU en la que el rifirrafe entre embajadores dio lugar a ese golpe de efecto de los americanos, demostrando con fotografías aéreas que los misiles no eran una entelequia. Es una foto de gran valor histórico). 

En realidad, la historia se desarrolla con la estructura de una intriga que hay que resolver y no se sabe cómo. La fuerza de la palabra, de la persuasión, del razonamiento, se impone sobre la fuerza de las armas.  Primera lección. Es un ejercicio de comunicación indudable que el director, Roger Donaldson, muestra con una delicadeza impresionante. El pulso dramático se mantiene, las escenas de la vida cotidiana le dan todavía una mayor credibilidad, y hay momentos muy bonitos. Kennedy apenas sonríe (cuando su sonrisa era un elemento fundamental de su físico, aunque por ello mismo es tan difícil de reproducir), pero la media sonrisa de Greenwood, los gestos, el movimiento corporal, la mirada, todo conduce a que creamos, fielmente, en que Kennedy está allí y es él. 

El final, cuando se resuelve todo, nos deja una sensación agridulce. Y es la historia la que nos agua un poco la fiesta. Sabemos que poco después Kennedy caerá muerto en el magnicidio de Dallas, que su sangre manchará para siempre el traje rosa que llevaba puesto Jackie ese día y que las cosas ya nunca serán como antes. La épica de la figura y de su destino nos viene a la cabeza inevitablemente. Y por eso nos fijamos en la frase que figura en un objeto que tiene en su mesa. El almirante Hyman G. Rickover le había regalado una placa de bronce con esta oración, "Oh God thy sea is so great and my boat is so small", que Kennedy colocó sobre su escritorio en el despacho oval, idéntica a la que entregó a cada uno de los capitanes de los submarinos nucleares que iban poniéndose en servicio: "Oh, Dios, tu mar es tan grande y mi barco es tan pequeño".

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