Ir al contenido principal

Rosamond Lehmann: la reina del baile



De las siete novelas que escribió Rosamond Lehmann (Bourne End Buckinghamshire, 1901-Londres, 1990), tres han sido traducidas al español por Regina López Muñoz (traductora) para la editorial Errata Naturae. Es la misma traductora de las obras de Edna O'Brien

Esas tres novelas traducidas son "Vana respuesta" ("Dusty Answer", 1927), que se publicó en 2015; "A la intemperie" ("The Weather in the Streets", 1936), publicada en español en 2017; "Invitación al baile" ("Invitation to the Waltz", 1932), cuya edición española es de 2018. "Vana respuesta" fue la primera novela que publicó la escritora y fue un auténtico éxito y un auténtico escándalo porque los temas que trata no eran usuales en la literatura de la época, aunque las cosas estaban cambiando a pasos agigantados. Las otras dos novelas, "Invitación al baile" y "A la intemperie" tienen a la misma protagonista y son una especie de bilogía. 

Además de novelas, Rosamond escribió una especie de autobiografía espiritual a raíz de la muerte prematura de su hija Sarah y un curioso volumen de fotografías que tituló "Rosamond Lehmann's Album, 1985". Se trata de una escritora muy interesante, cuya vida y obra no es fácil de conocer con detalle, ya que no existe ninguna biografía. Pero sus libros hablan por ella y tienen una rara vivacidad, una modernidad llamativa. Quizá por eso se la relaciona en algunos artículos con el grupo de Bloomsbury, pero no hay constancia ninguna de que esa relación fuera cierta, más que nada porque el grupo estaba ya disuelto en 1930 y, por edad, Rosamond solo acertó a conocer, en sus últimos años, a algún personaje como el biógrafo Lytton Strachey, que murió en 1932, y quizá a Virginia Woolf. En realidad pertenecían a la misma clase social acomodada que, curiosamente, se rebelaba contra las convenciones sociales que ellos mismos practicaban. 

Rosamond Lehmann pertenecía a una buena familia. Tuvo mentores y fue educada en casa hasta que consiguió una beca para el Girton College de Cambridge donde estudió literatura inglesa y lenguas modernas y medievales. Una buena formación para una chica con posibilidades. En realidad, toda la familia eran, o bien artistas, o bien escritores y editores. Su padre fue un diputado liberal, fundador de la revista "Granta" y editor del Daily News. Su madre, estadounidense, Alice Mary Davis, era de una familia de Nueva Inglaterra y tenía sus propias ideas sobre las mujeres y su educación. Rosamond era la segunda hermana de una lista de cuatro. Su hermana Beatrix llegó a ser una destacada actriz y su hermano John, el pequeño, editor y escritor. De modo que todo estaba destinado para que se pudiera codear con la mejor sociedad, ponerse de largo, casarse bien, tener una interesante prole, y seguir las costumbres fijadas. Pero la joven Rosamond tenía ideas propias. 


Rosamond tuvo dos matrimonios, dos hijos y dos sonados romances. No tendrían importancia (o sí) si no fuera porque en sus libros traslada muchas de las sensaciones y emociones que experimenta en su propia vida personal, sin que resulten autobiográficos. Digamos que ella no puede desligarse de lo que es y lo que siente a la hora de escribir, lo que, por otro lado, es lógico y natural. Sobre todo escribiendo el tipo de novelas intimistas, personales, que escribe. Introduce el bisturí directamente al latido social y allí expone a los personajes para que los conozcamos por dentro y por fuera. Y esos personajes eran los que pululaban por su vida y por el tiempo que le tocó vivir. 

En Cambridge conoció a Walter Leslie Runciman, que llegaría a ser el segundo vizconde Runciman de Doxford, y se casó con él en 1923. El matrimonio fue muy infeliz y solo duró cuatro años. Algunas de las tristezas que vivió podemos rastrearlas en sus novelas. El caso es que 1927 coincidió en ser el año de su divorcio y el de la publicación de su primera obra:"Vana respuesta" esa punzante visión de la sociedad que contempla atónita cómo una mujer quiere recorrer un camino no trillado, que repugna a los demás y que la convierte en carne de cañón. El escándalo estaba servido. En 1928 volvió a casarse con otro aristócrata (era la clase de personas que frecuentaba), que fue después el segundo barón de Milford y que entonces se llamaba Wogan Philipps, con el que tuvo a sus dos hijos Hugo y Sarah. Es en estos años treinta cuando parece que tuvo alguna relación con algún miembro de Broomsbury, aunque, como es lógico y por cronología sobre todo, no perteneció nunca al grupo ni siguió sus dictámenes, mucho menos en la cuestión religiosa. 

De Philipps se divorció en 1943 pero antes ella tenía ya un romance conocido con Goronwy Rees, al tiempo que se convertía en una activista del antifascismo, en plena segunda guerra mundial. Desde 1941 alternó con el poeta Cecil Day-Lewis y su relación duró hasta 1950. Ella le pedía que dejara a su esposa (todos ellos solían estar casados) pero no solo no le hizo ningún caso sino que las dejó a las dos, a la amante y a la esposa, por una actriz bastante más joven llamada Jill Balcon. Todo el mundo se aplicaba la máxima de que el placer era un derecho y una obligación. Y eso sí era Bloomsbury puro. 


(La escritora con Cecil Day-Lewis)


Rosamund Lehmann escribió además una obra de teatro, una colección de cuentos y tradujo del francés dos novelas: "Genevieve" de Jacques Lemarchand, en 1948 y una de Jean Cocteau que este había escrito en 1929. Por otra parte, A la intemperie fue llevada al cine en 1983 y hubo otra adaptación de una novela suya protagonizada por Helena Bonham-Carter. 

La escritora refleja en sus obras una sociedad anclada en el siglo XIX y otra emergente, con personajes femeninos muy fuertes y originales, como lo era ella misma. De igual modo que el grupo de Bloomsbury había decidido que sus ideales estaban en una nueva moral, la libertad de costumbres, el elitismo y la seducción, cuatro pilares de la modernidad, de igual forma algunos escritores, entre ellos Lehmann, tuvieron claro que el nuevo siglo iba a traer aires diferentes en cuanto al papel de las mujeres en la sociedad y su relación con los hombres y con las otras mujeres. Esta claridad de ideas se refleja en las novelas que Lehmann escribió y que causaron sorpresa y dieron lugar a discusiones entre partidarios y detractores. El interés que suscita todavía Lehmann, aparte de su calidad literaria indiscutible, es ese retrato directo de un espíritu nuevo, de una nueva filosofía de vida en la que el placer era un derecho y una obligación, como ya he comentado, y la vida personal dejaba de subordinarse a las conveniencias sociales y a los dictados de las buenas costumbres. Suele suceder algo parecido en todos los momentos de cambio. Son precisamente los más afortunados, los que forman parte de las élites, los que deciden que ese momento ha llegado y que los principios anteriores ya no sirven. Ellos son los primeros en derogarlos para sí mismos y en afirmar que su derogación debe ser colectiva. No se entienden los libros de los escritores de la primera mitad del siglo XX sin este afán de revolución, sin este deseo de romper barreras y ataduras. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin