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Tú me silbas, amor; yo viajo en barco


Todo el talento de la Warner se puso en acción, en ese año de 1944, para orquestar una sinfonía con todos sus aditamentos y la mejor melodía. Que no falte de nada, pensaron los sesudos warnerianos, no confundir con alemanes melómanos.

Tras la disputa con los Hermanos Marx por su película “Una noche en Casablanca”, disputa que dio lugar a las hilarantes cartas apócrifas que Groucho desliza en su biografía “Groucho y yo”, también apócrifa como todo él (¿existió alguna vez Groucho Marx?), había que continuar por la senda  casablanquista que tan buenos réditos estaba dando. Y la Warner lo sabía.

Tómese una novela menor de Ernest Hemingway (puede surgir en una distendida charla entre Ernie y Howard mientras esperan que los peces piquen); escríbase un guión a dos manos por Jules Furthman y William Faulkner (faulknerizar un guión era un ingrediente indispensable en esos días); compóngase una música ad hoc de manos de Franz Waxman, con, al menos, tres temas sensacionales (y, por supuesto, un pianista a modo); búsquese a un director de fotografía como Sid Hickok, que sea capaz de crear una iluminación caravaggista, y, por último, adóbese todo ello con la batuta ejemplar de Howard Hawks (el señor que pescaba en la primera afirmación de este párrafo) y sus grandes preocupaciones temáticas: amor, amistad, libertad. 

Agítese todo ello en un recipiente de cristal transparente, en un espacio cerrado, lleno de humo, de neblina de cigarrillos incólumes, resistentes a la prohibición, y déjese que el preparado haga efecto. Localícese en un entorno decididamente estrafalario, en una isla perdida, en un local desvencijado. 

En un momento dado, descórrase el telón y que aparezcan ellos, el dueño de un barco y su amigo, un borrachín irredento, ambos marineros de fortuna, hombres duros, seres inconclusos, gente mercenaria, y, para terminar, señálese un telón de fondo adecuado, la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el conflicto entre los nazis y la ciudadanía libre. 

Allí está todo. ¿Todo? ¿Echas de menos algún pequeño detalle? Oh, sí, ya te entiendo. 


Falta ella. 

Y es ese detalle el que la diferencia, con toda claridad, de la otra película, la de 1942, la que se llamó “Casablanca” y que dirigió Michael Curtiz. Sin que ello fuera la intención inicial (al menos, eso creemos), el casting de “Tener o no tener” proporcionó a Hawks el hecho diferencial, el que le permitiría que su especialísima forma de dirigir no pasara desapercibida y se pusiera  al servicio de un encuentro feliz. 

Él y ella. Nada menos. 

Bogart (hablamos de él ¿no te habías dado cuenta?) es el hombre duro que todos los hombres que conozco querrían ser. Al menos todos los hombres que conozco que quieren ser Bogart. Escéptico, descreído, independiente, sarcástico, dueño de sus palabras, con un corazón de pedernal curtido en mil amores que se hacen añicos como el cristal de un vaso. Bogart no cree en causas nobles, no confía en la humanidad y no tiene intención de sacrificarse por nadie. 

Así, en “Casablanca”, ese supuesto sacrificio que hace para que su amada siga con su marido dando mítines por el universo mundo no es más que un subterfugio, una forma de zafarse de la insípida Bergman, porque, en realidad, esperaba otra cosa. O no esperaba nada, pero la encontró. A ella. A Betty. A Lauren Bacall. Carterista y cantante de poca monta. Marie Browning en otro tiempo. Ahora, Slip, la Flaca, simplemente. 

Hay unas frases en la película que resultan muy instructivas para las mujeres que, sin éxito alguno, bucean cada día en esa asignatura llamada “Hombrismos”, también denominada “Cómo entender lo masculino sin caer en el abismo de la depresión endógena”: 

Habla la chica:

¿Quién fue ella, la que te dejó con tan alta opinión de las mujeres?

Olvidé que no quieres aceptar nada de nadie.

Sabes que conmigo no tienes que fingir. No tienes que preguntarme nada, ni contestarme nada.

¿Sabes silbar, no? Sólo tienes que juntar los labios y….soplar. 

Habla Bogart:

Date una vuelta a mi alrededor. ¿Ves alguna cuerda?

Por mucho que pensemos que los diálogos son una de las fortalezas de la película, en ella no hay nada comparable al lenguaje no verbal, a los gestos, miradas, cruces, insinuaciones, movimientos, que se trazan como en una coreografía en la que no hiciera falta un director. Lo que en el café de Rick era grandeza revolucionaria, aquí es, simplemente, deseo y atracción física. Amor del bueno en el momento más inesperado. La Martinica se convulsiona bajo el gobierno de Vichy y nosotros nos enamoramos. Aquí sí. 

Sinopsis: 

Harry “Stephen” Morgan es el dueño del barco “Queen Conch”, una modesta lancha en la que hace viajes para turistas con dinero. Su amigo es el bebedor Eddie, que sufre las iras de un grupo de colaboracionistas nazis haciendo que Stephen deje su habitual equidistancia para lanzarse a colaborar con la Resistencia, en el claustrofóbico espacio de la Martinica, durante el gobierno de Vichy. La aparición en escena de Marie Browning, la Flaca, cambiará la vida de Morgan y, claro está, el argumento de la película. 

Algunos detalles de interés: 

La película se rodó en 1944 en Burbank, en los Estudios Warner. Aunque se realizaron pases restringidos en noviembre de ese año, su estreno público tuvo lugar en enero de 1945. 

Howard Hawks (1896-1977) tomó la historia original de una novela bastante floja de Ernest Hemingway, cuyo argumento fue cambiando conforme observaba que cinematográficamente era más rentable. Fue, asimismo, el productor del film. 

La acción se desarrolla en la Isla de Martinica, en el verano de 1940, cuando Francia está regida por el Gobierno de Vichy. El escenario, exótico; la Segunda Guerra Mundial, como fondo histórico y algunos otros paralelismos, la han situado, para muchos críticos, en la órbita de influencia de “Casablanca”. 

Además de Harry Morgan (Humphrey Bogart), Eddie (Walter Brennan) y la Flaca (Lauren Bacall), los otros personajes importantes son Hélene de Bursac (Dolores Morán) y el capitán Renard (Dan Seymour). 

Las tres canciones originales compuestas para la película tuvieron enorme éxito: “Hong Kong Blues” cantada por Hoagy Carmichael, así como “How little we know” y “Am I Blue” interpretadas por Carmichael, Bacall y otros. 

El falso final feliz, el fuera de campo de la cámara, el ambiente asfixiante, los personajes al límite y la moral ambigua, son marca de la casa y anticipan lo que será más tarde “El sueño eterno”. 

Lo mismo puede decirse de la mezcla de géneros, tan hawkskiana, aventuras, drama, noir, film de amor, película de guerra….



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