Tres maneras de ser un héroe
Exley, White y Vincennes. Tres hombres. Tres carreras. Tres modos de portar un arma. Tres ideas sobre la vida. Tres obsesiones. Tres compromisos. Tres actitudes. Tres volcanes a punto de ebullición.
Cualquier excusa es buena para situar en la dorada ciudad de Los Ángeles, años cincuenta, una película de la serie negra. En este caso, bien valen los asesinatos de los clientes del Café Nite Owl, víctimas circunstanciales, sin ninguna importancia. Hay muertos de primera y muertos de segunda.
Exley lleva gafas (ningún hombre las lleva en la sección de detectives del departamento de policía de L. A. ), tiene un sentido del honor y el deber pasados de moda y es hijo de un preclaro antiguo miembro de la profesión. Así que sabe cómo llegar arriba, incluyendo contar (el verbo delatar estaría fuera de lugar en su vocabulario) quiénes han sido los responsables de dar una paliza a los acusados de las muertes del Nite. Así se las gasta este hombre de sonrisa distante y gesto tímido.
White es un caballero medieval que salva damas en apuros. Su historia personal lo ha convertido en lo que es. Un puro policía que mira para otro lado en todos los casos, corporativista y lleno de prevenciones, salvo cuando hay mujeres maltratadas por medio. Entonces, empuña su espada justiciera y se transforma en Robin Hood (lo que no es demasiado arriesgado, habida cuenta del actor que lo interpreta).
Vincennes podía trabajar de cualquier cosa. Es policía pero podría ser constructor de obras situadas en zonas protegidas, banquero corrupto o testaferro de un millonario blanqueador de dinero. Sabe cuál es su dios, el dinero. Y cuál es el medio de conseguirlo, todo lo que pille a mano. Es un hombre sin principios y, me temo, sin finales. Sin épica. Sin retórica. Bang, bang. Simplemente.
He aquí que los tres, por esas carambolas del destino, convergen en la historia y sortean las tramas y las subtramas que los hábiles guionistas han enhebrado a partir del genial Ellroy y terminan desbrozando el camino de la perdición, que no es otro que el de la corrupción policial a gran escala y todo lo que ello lleva consigo. Prostitución de lujo. Dinero negro. Millonarios metidos en mierda hasta las cejas. Matones que llevan placas. Chicas con la nariz destrozada.
¿Dónde está? ¿Quién es ella? ¿Qué falta? En el caleidoscopio terrible de la vida al borde del abismo falta el amor. Oh, ¿cómo es posible que nazca aquí, entre tanta basura, una mirada limpia como esa que dirige White desde su coche a la doble de Verónica Lake? Es una mirada que lo condensa todo, que todo lo explica, que todo lo conduce y lo expresa. Es la misma mirada que Darcy le dirige a Elizabeth cuando juguetea con el perro en la serena soledad del campo inglés. Es la mirada que Knigthley tiene en sus ojos cuando observa a Emma tocando el piano en casa de los Weston. Es la mirada del amor, de la entrega. La flor de la pasión, el arrebato, el ardor de la sangre en Némirovsky escrita.
Las palabras clave son el sendero por el que transita la vida de cierta clase de gente en L. A. Ahí están el sexo, el alcohol, las drogas y el dinero. Para que fluyan, otras palabras tienen que adquirir su significado exacto. Corrupción, mentira, engaño, crimen, asesinato, venganza, ambición. Algunos ambicionan vivir bien, otros vivir mejor y otros sobrevivir simplemente. La estructura se resquebraja solo si alguien se va de la lengua. Pero irse de la lengua tiene un precio demasiado alto. La muerte tiene un precio en todas las películas y no hay perdón en ninguna de ellas.
Así, ágilmente, deslizándose con presteza sobre el soporte firme de un guión consistente, los personajes describen sus pasiones y sus dudas, sus certezas y sus debilidades, construyendo a la vez una historia y un descubrimiento:el de que, aunque todos tenemos un precio, ese precio en algunos es calderilla y en otros, oro de las minas del rey Salomón.
Es lo que tienen las obras maestras. Que te revuelven el estómago al tiempo que te llegan al corazón.
Sinopsis:
En Los Ángeles, años cincuenta, la policía investiga el asesinato de los clientes del Café Nite Owl. La investigación traerá novedades impensables y abrirá un círculo de desconfianza en el que aflorarán las prácticas mafiosas, la perversión de las costumbres y las conductas más deleznables.
Algunos detalles de interés:
“L. A. Confidential” se estrenó en 1997. De nacionalidad estadounidense, su director es Curtis Hanson, que escribió a la vez el guión junto con Brian Helgeland.
El guión, magistral, se basa en la novela de James Ellroy. La música, construida en torno al swing, es de Jerry Goldsmith y la fotografía, acertadísima, de Dante Spinotti.
Una constelación de actores de primera categoría forman el reparto en los papeles estelares: Russell Crowe (Oficial Wendell “Bud” White), Guy Pearce (Detective Teniente Edmund Jennings “Ed” Exley), Kevin Spacey (Detective Sargento Jack Vincennes), Kim Basinger (Lynn Bracken), James Cromwell (Capitán Dudley Liam Smith) y Danny DeVito (Sid Hudgens, periodista de la prensa amarilla).
La película fue nominada a 94 premios en diversos certámenes de varios continentes, obteniendo 61 de ellos. Entre los más destacados citamos dos Oscars, al mejor guión adaptado y a la mejor actriz de reparto. Además, el BAFTA al mejor sonido y al mejor montaje. Asimismo, el Fotogramas de Plata a la mejor película extranjera de 1998. Kim Basinger obtuvo el Globo de Oro a la mejor actriz de reparto y la London Critics Circule Films, la premió como película del año.
La coincidencia en los Oscars con “Titanic” de James Cameron, redujo considerablemente la cosecha, a pesar de sus nueve nominaciones. La historia tantas veces repetida de que una película menor consigue arrollar a otra infinitamente superior en calidad, tiene aquí un ejemplo claro.
En la relación de premios aparecen prácticamente todos los elementos de la película, tanto técnicos, como artísticos, lo que demuestra que se trata de una obra completa, mucho más que un neo-noir, una película extraordinaria en sí misma, sin mirarse en espejos ajenos y con una construcción literaria y fílmica llena de valores.
Las interpretaciones son de altísima calidad, incluyendo a los secundarios. Los gustos personales de cada espectador puede ahí establecer su propio ranking. El mío comienza por Guy Pearce, que borda un papel difícil, pleno de matices, sin que resulte estereotipado, sino todo lo contrario. Continúa con Russell Crowe, actor al que admiro más allá de los papeles que haga, no siempre tan relevantes como su talento merece. Su ternura interpretativa me emociona siempre, haga de negociador en “Prueba de vida”, de gladiador romano en “Gladiator” o de “Robin Hood” (el mejor Robin desde ese Errol Flynn de pantalones verdes de estilo peterpanesco). Por último, citar la magia, la belleza y el estilo de una de mis actrices favoritas, Kim Basinger. Si tuviera que ser alguien que no soy, sería como ella.