Vida en familia
(Retrato de Theresa Parker)
Unas pocas familias y un entorno rural es lo que se necesita para una novela. Esta máxima la aplicó fielmente Jane Austen en sus libros y luego, también, salvo excepciones exóticas, Agatha Christie, que convirtió el crimen doméstico en un hallazgo literario, quitándole el morbo y la sangre y haciendo del asesinato un arte detallista y finísimo. Los mejores libros de Christie se desarrollan en una mansión campestre, en un pequeño pueblo o en una habitación, incluso.
Jane Austen tenía un alto sentido de la familia y de su
importancia. Fue la séptima de ocho hijos, de los cuales
solamente dos eran chicas, ella y su hermana Cassandra, con la que formaría un
tándem que sólo se disolvió con su temprana muerte, a los cuarenta y un años,
cuando estaba en plena madurez creativa. En su biografía pueden apreciarse su
preocupación y su dedicación al bienestar de su familia. Seguir las apetencias
de sus padres le costó diez años de silencio literario, todos los que van entre
los veinticinco y los treinta y cinco, después de que el cabeza de familia
decidiera dejar el tranquilo verdor de Steventon y marchar a Bath, con su vida
alocada en torno al balneario de aguas termales. Pero esto también indica que las mujeres no tomaban decisiones y menos las solteras.
Las familias de las novelas de Austen son muy variadas en
tono y en estilo. Casi todas pertenecen a la pequeña nobleza rural, la “gentry”, de
la que formaba parte la propia familia Austen. Abundan los clérigos, los militares y los pequeños hacendados. Caballeros que viven sin trabajar. De las rentas, pocas o muchas. Hay alguna de un nivel más alto pero es la excepción que pone de manifiesto, precisamente, las diferencias de clase. Quizá la más conocida de todas esas
familias de ficción sean los Bennet, de “Orgullo y Prejuicio”, con nada menos
que cinco hijas casaderas, una madre con la cabeza a pájaros y un padre sin
interés ni temperamento para reconducir a su prole. En “Emma” los lazos
familiares tienen un sitio muy importante. Podíamos decir que es un libro lleno de
ellos. Dado que la acción no sale del pequeño núcleo de la casa y el pueblo, es la novela austeniana en la que mejor se aprecian las relaciones familiares.
Están los hermanos Knightley, uno de los cuales, John, está
casado con Isabella, que es hermana de Emma. Por otro lado, hay, en las
biografías de los jóvenes, nada menos que cuatro que han vivido en su niñez la
orfandad y el abandono. Frank Churchill pierde a su madre muy pequeño y su
padre lo entrega a unos parientes ricos y sin hijos. Jane Fairfax se queda sin
padres y la prohija un amigo de la familia con buena posición económica.
Harriet Smith es abandonada desde que nació y vive en un pensionado pagado por
no se sabe quién. Emma, la más afortunada de todos, a pesar de que pierde a su
madre con tres años, sigue viviendo en su casa, con su padre y su hermana y a
cargo de su institutriz, la excelente señorita Taylor.
El apego familiar está presente en la relación de la señora y
la señorita Bates, entre ellas y en relación con Jane Fairfax, su sobrina.
Asimismo, a pesar del abandono, el padre de Frank Churchill, el señor Weston,
mantiene la esperanza de que su hijo lo comprenda algún día en su decisión
dejarlo en manos de sus tíos. Éstos, por su parte, presionan al joven para que
no se aleje de ellos. Los intereses familiares se entrecruzan, por tanto, en esta
novela y forman un telón de fondo inseparable de los acontecimientos. Aunque
con menor relevancia, los Martin forman una familia feliz y la esperanza de
estabilidad para Harriet.
La relación entre las hermanas, Emma e Isabella, está
escasamente desarrollada en el argumento. Pero la que Emma mantiene con su
padre, el señor Woodhouse, es uno de los elementos más destacados y que
presentan mayores posibilidades de interpretación. El padre de Emma es un
hipocondríaco, que teme a las comidas copiosas, a las corrientes de aire y a
los lugares masificados, por considerar que son peligros ciertos para la salud.
Sólo se fía de su médico, el doctor Perry y lleva una vida disciplinada, sin
salirse para nada de las reglas que él mismo se ha dictado. Como el señor Perry
no aparece en ningún momento dando su propia versión de las mismas, no tenemos
ninguna seguridad de que procedan del galeno y no del propio señor Woodhouse.
La pobre Anne Elliot en “Persuasión” tiene mala suerte con la
familia. Un padre indolente y nada cariñoso; unas hermanas envidiosas y torpes;
una madre fallecida (algo que sucede en muchos casos dentro de los libros de
Austen, quizá porque era frecuente la muerte por parto en las mujeres). En “Sentido
y sensibilidad” es el padre el que falta y hay que decir que la madre tiene el
suficiente criterio como para acomodarse a una vida de sencillez, casi de
pobreza, después de que el hijo del primer matrimonio se quede con la hacienda
y la herencia. Es un ejemplo de madre sufrida. Por su parte, Catherine Morland, de "La abadía de Northanger" pertenece a una familia corriente por más que ella quiera ser una heroína de
novela. Sin muchas posibilidades económicas y poco afecto que repartir, eso sí.
La desgraciada Fanny Price, de “Mansfield Park” es, posiblemente, la que
presenta una situación familiar más desfavorecida, pues nada peor que separarte
de tus padres para ir con extraños. Eso se llama vivir de prestado.
(Joshua Reynolds, autor de las pinturas que ilustran esta entrada, vivió en el Reino Unido entre 1923 y 1792. En el Museo del Prado se encuentran dos de sus cuadros. Fue uno de los artífices del Neoclasicismo, desde el punto de vista práctico y también teórico, pues escribió sus "Discursos sobre el arte" y fue el primer presidente de la Royal Academy)
(Joshua Reynolds, autor de las pinturas que ilustran esta entrada, vivió en el Reino Unido entre 1923 y 1792. En el Museo del Prado se encuentran dos de sus cuadros. Fue uno de los artífices del Neoclasicismo, desde el punto de vista práctico y también teórico, pues escribió sus "Discursos sobre el arte" y fue el primer presidente de la Royal Academy)
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