Coplas
Un par de veces he escrito sobre Julio Romero de Torres en la revista "Sevilla Flamenca", cien números y un adiós definitivo hace años, pero un buen caudal de textos y de imágenes para la historia del flamenco. Fue en una serie dedicada al flamenco y las artes, cuyo artículo inicial, el de cabecera, se publicó en "Litoral" la legendaria revista creada por, entre otros, Manuel Altolaguirre, uno de mis poetas. Romero de Torres carga con la cruz de ser tan conocido y de estar tan reproducido en toda clase de formatos que parece un pintor más, un imitador de sí mismo. Pero, si te adentras en su universo, descubres otras cosas. Y puedes hacerlo, está a tu alcance, porque hay mucho escrito sobre él y, además, están sus cuadros, en Córdoba sobre todo, aunque fue preciosa la exposición del Thyssen de Málaga que pudimos ver en Sevilla no hace mucho. Mujeres rubias donde todo parecía hecho para las morenas.
Pues bien, tiene Romero de Torres un cuadro que estudié en mis tiempos de cursos de doctorado llamado "La Consagración de la Copla". No es el que ilustra esta entrada, porque he preferido elegir uno menos ortodoxo, más lleno del espíritu de vanguardia del artista. Pero esa consagración de la copla no es solamente la imagen de mujeres más o menos ataviadas al estilo andaluz, la imagen de las guitarras o las manos que la tocan, sino también una forma de entender la música, una forma de acercarse a melodías añejas, revisitadas, convertidas en otra cosa, en algo que nos emociona y que entendemos. Porque las coplas, nuestras coplas andaluzas, las cantaban nuestras madres y nuestras abuelas, nuestras tías y vecinas, nuestros ascendientes todos. Y esas coplas están en nuestra memoria aunque solamente sea porque la memoria de los pueblos no representan a uno solo de nosotros sino a un colectivo mucho más amplio.
Esa fue la copla que rescató Carlos Cano. Qué pena que se fuera tan pronto. Qué sensibilidad. Qué aire antiguo y, a la vez, tan renovado. Qué especial forma de hacer el cante tenía. Sus coplas, las que él escribió, las que cantó habiéndolas escrito otros, son muestra clara de esto que os digo. Por eso nos llegan, directamente, al corazón. La gente de Cádiz tenemos a esas "Habaneras" como cosa nuestra y su legado, además, nos ha dejado otras que tienen un significado especial.
Causa de mi perdición
Que me perdone el Señor
Sin ti no puedo vivir.
Llevadme donde la luz.
Llevadme, quiero cantar.
Tiene el corazón razones
Que nadie sabe explicar.
Hace muy poquito hablaba yo en este blog de Paco de Lucía. Su disco póstumo (otra pérdida temprana, tan dolorosa) es un disco de copla. Canción Andaluza se llama. Allí están los cantes que oíamos en el patio, en la calle, con las vecinas, en los tocadiscos. Los cantes que forman nuestra memoria sentimental. Las coplas.
Esas mismas coplas que ahora hace Miguel Poveda y que tanto éxito le están dando. Las que se oyen en La Unión, en los agostos de su Festival de las Minas, pues allí todo, el flamenco y la copla, aparecen unidos, en una simbiosis única a la que únicamente le falta el añadido de aquellos sones folklóricos que están también en la raíz del cante, los tangos de carnaval, los verdiales, los fandangos de Huelva, las sevillanas.
La música andaluza es riquísima. Ya sabemos que hay paladares exquisitos que la consideran de segunda división, de gente sin formación y sin conocimiento. Pero yo creo que son precisamente aquellos que no tienen la capacidad de disfrutarla los que demuestran estar huérfanos de sensibilidad y de respeto a su legado, a lo que son, quieran o no quieran.
Las coplas, las coplas.
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