Rocío y el Rocío
/Romería del Rocío. Salvador Viniegra y Lasso de la Vega. Cádiz, 1862. Madrid, 1915. Museo del Prado. Madrid/
Cuando llegué desde San Fernando (Cádiz) a trabajar a La Puebla del Río (Sevilla) en el entorno de las marismas del Guadalquivir, conocí de cerca el fenómeno del Rocío. Allí todo el mundo es rociero, o casi, y hay una afición especial a la música y a las sevillanas. De allí son, entre otros, los Romeros de la Puebla, emblemático grupo que ha creado un buen número de sevillanas que están en la historia de este estilo. Y otros muchos artistas. Los alumnos conocían aquello como la palma de la mano, hacían el camino con sus familias, montados en carretas, charrés, carriolas o a caballo, que de todas formas se podía ir al Rocío. Un ambiente genuino y único que conocí de cerca.
Poco tiempo después conocí a mi amiga Rocío León en la facultad, donde ambos coincidimos estudiando y antes de eso ya nos habíamos tratado en el flamenco, en el seminario de flamenco que se creó en la escuela de Magisterio del que las dos fuimos pioneras. Ella, como hija de cantaor y hermana de aficionados al cante, la fiesta flamenca y el mismo Rocío, también estaba al tanto de todo esto. Triana, el Rocío, la Feria, la Semana Santa, nada se le escapaba a su conocimiento y vivencia.
No queda ahí la cosa porque he trabajado durante años en el Aljarafe y Antonio hizo toda su carrera profesional en Bormujos, centro rociero por excelencia, y también en Castilleja de la Cuesta. Conocía muy bien todo el Aljarafe como director del centro de profesores de la zona y acudimos a muchos actos relacionados con el Rocío.
La estética del Rocío es alucinante. La salida y la llegada de las carretas ofrece una imagen increíble. Ahora pasan por la esquina de mi casa en Triana, para saludar al Cachorro, mi Ilustre Vecino. Suenan los ecos de sus cantos y brilla el Simpecado. Y mi amiga Rocío en su hermosa amistad de siempre.
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