"Una mujer furiosa" de Antonio Fontana
«Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo»
León Tolstoi. Anna Karenina
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Una mujer furiosa es una historia familiar. Pero no una historia que se pueda contar a la luz de un brasero en invierno, ni en un corrillo de primos durante una primera comunión, ni en la soleada tarde de un verano en cualquier terraza. No. Es una historia que ha de ser guardada y que solo tiene sentido para sus protagonistas. Porque la desdicha admite muchas interpretaciones. Y ninguna es tan cierta como la que siente quien la vive. Si hay que narrar la infancia se ha de comenzar por algún lado. ¿En qué momento está uno dispuesto a establecer el punto de partida? ¿Cuándo acaba y por qué? Santi Alarcón está lleno de dudas. Esta es una historia de dudas y por eso mismo apenas puede ser contada en voz alta. Desde la primera frase sabemos que ese cierto tono de triste ironía con el que se cuentan las cosas esconde algo más profundo. Y poco a poco entendemos esa distancia sideral que hay entre el padre y la madre. El hombre de los libros, la mujer que reniega de tanto libro, tanto polvo, tanto tiesto en todas partes. Un hombre salpicado de palabras, una mujer que tenía sus cosas. Distancia.
He recordado a Cummings:
«En algún lugar al que nunca he viajado,
felizmente más allá de toda experiencia,
tus ojos tienen su silencio:
En tu gesto más frágil hay cosas que me encierran
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca».
La madre, el padre, el abuelo, la perra del abuelo, Fede, Santi, todos están "más allá de toda experiencia". Dividen sus días entre una ciudad junto al mar, en una casa llena de humedad, y una huerta de pueblo. El pueblo como origen, el pueblo como infancia, el pueblo como referencia. Y también, el campo odiado, el campo insoportable, el campo con sus sonidos particulares, el campo como lucha. A la madre de Fede y de Santi no le gusta el campo. He ahí una pista. Esta es una historia familiar, ya lo he dicho y también una historia del sur. Por eso hace calor y las olas baten, y se conjugan paraísos para turistas con lentas y cansadas horas de siesta. Por eso las emociones se conservan intactas, así que pasen todos los años. Y también las preguntas. No todas las madres guardan la estela de un secuestro. No todos los niños se tragan moscas sin darse apenas cuenta.
La novela entona canciones de años pasados, y las conjuga con los baches de la carretera mientras un coche que hoy no entenderíamos se mueve por los pueblos de la costa o del monte. Un itinerario de nombres que guardan el secreto de las infancias perdidas y un montón de palabras en desuso. Las palabras de los padres y del abuelo. Un deje diferente. Un vocabulario perdido. Y personajes extraños que podrían estar en los páramos de Yorkshire sin desmerecer del sitio ni de la época. En momentos pienso en la madre de Edna O'Brien, allá en los sesenta, en el condado de Clare, en Irlanda y su empeño en conservar intacta la granja de la familia, pese a todo, incluso pese al marido. Pienso en la madre de Vivian Gornick, charlando con su hija por la calle, pero atenta a todo, aspirando el pulso de una ciudad que late sin permiso. Este es uno de los grandes logros de esta novela: su capacidad de evocación. Las novelas que evocan tienen siempre un aire de permanencia, una especie de transido sentimiento de durabilidad. Y un vuelo transversal, de persona a persona. El lector puede preguntarse si no era eso lo mismo que él observaba, aunque sin bolígrafo ni cuaderno para anotarlo.
Es una novela de paisajes. De lugares. Algunos lectores entenderán el flujo de agua del río Genal y cómo se acuestan los pueblos de sus alrededores. El valle del río Genal imprime carácter. Una vez lo recorrí completamente saliendo de Jimena y llegando hasta Ronda, una de mis ciudades levíticas, una fuente de memoria que no cesa de manar. Esa mezcla de verde y de agua salpica la novela y nos hace evocar un paisaje apenas entrevisto. También en esto la evocación es un elemento fundamental. Fontana nos evoca escenas, nos evoca emociones, nos evoca momentos, nos evoca lugares. El coche es la fortaleza que los conduce a todos de un lado a otro, desafiando a la niebla, al calor y al viento. Desafiando cada día la vida. La familia entera. Y los otros. Los que se cuelan por las rendijas de las páginas y son retratos de gente que existe o no existe. Existe en la historia. Es suficiente. En ocasiones hay detalles externos que nos distraen, que nos sacan de esa mirilla estrecha desde la que observamos a la familia y a su entorno, con una curiosidad que empuja a hacerles preguntas. Sin respuesta la mayoría, como suele suceder en la vida. Entonces volvemos otra vez la vista hacia dentro, hacia el devenir interno, hacia la ola que se mueve sin avisar y que arrasa. Llegará ese día, presentimos.
En un momento dado, cambia todo. "Un rumor de enjambre recorría el comedor, las habitaciones, la casa entera". El relato da una vuelta de tuerca, quizá presentida o avisada. Y entonces el costumbrismo cálido se hace oscuro y quién sabe si irreversible. Vecinas con pañolones, lutos, culpas. Quién sabe. Mejor volver al principio: hay historias que no pueden contarse en voz alta.
Una mujer furiosa
Antonio Fontana
Siruela, Nuevos tiempos, 2023
Sinopsis: Santi Alarcón cuenta, a su modo, la historia de su familia, padres, hermano y abuelo, en los escenarios de Málaga y su provincia y en el contexto cronológico de finales del franquismo y los inicios de la transición.
Sobre el autor: Antonio Fontana (Málaga, 1964, es escritor, crítico literario y periodista cultural). Como novelista ha publicado Sol poniente (Premio Málaga de Novela 2017); Hostal Parisién (2011); Plano detallado del infierno (2007); El perdón de los pecados (finalista del Premio Café Gijón, 2003) y De hombre a hombre (1997). Ha participado en el volumen colectivo Escrito en el cielo. Madrid imaginada en la literatura (1977-2017). En 2020 ganó el Premio de Novela Café Gijón con Hasta aquí hemos llegado, también publicada por Siruela.
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