Ir al contenido principal

"Dos" de Irène Némirovsky

 


 Dos

Título original: Deux

Irène Némirovsky

Traducción del francés de José Antonio Soriano Marco

Editorial Salamandra

Primera reimpresión abril 2023

Imagen de la cubierta: Wanda Wulz


La última novela publicada de las que dejó escritas Irène Némirovsky es esta y la publica su editorial habitual, Salamandra. Los lectores que amamos a Irène esperamos siempre que surja algún nuevo original que podamos leer con esa mezcla de admiración y cariño que nos suscita su literatura. El "irenismo" es muy reconocible. Y también lo es esa dualidad que la escritora pone en sus palabras: ironía y compasión al mismo tiempo. Este libro se publicó en 1938 en la revista Gringoire y salió como libro un año después, en 1932. Recordemos que Irène, que había nacido en 1903, moriría de tifus en el campo de concentración de Autchwitz, al que había sido deportada por su condición de judía, en 1942, es decir, con 39 años. Grigoire había seguido publicando artículos suyos incluso cuando la guerra comenzó, aunque lo hacía entonces con seudónimo. Toda su vida literaria estuvo presidida por el miedo a ser reconocida, y, al final, el miedo a ser detenida. A pesar de eso, siguió escribiendo y escribiendo, conservándose toda su producción de una u otra forma. 

La novela se desarrolla en el difícil período de entreguerras, en el que se unían muchos sentimientos confusos y una ansiedad reconocible en la gente que había vivido ya el horror de la primera gran guerra y veía con precaución los intentos de apaciguamiento, los acuerdos de Munich, el avance y la consolidación del nazismo y los vaivenes de la política francesa al respecto de los judíos y del propio Hitler. Cuando los ingleses abominaron abiertamente de los acuerdos que había signado Chamberlain y nombraron primer ministro a Churchill, en Francia se supo exactamente que los dos países seguían caminos distintos. Así lo refleja el propio Chaves Nogales en su libro "La agonía de Francia". 




El momento histórico de esta novela es muy concreto, los años 1920 y 21. La resaca de la guerra está presente. Los jóvenes que han sobrevivido tienen marcadas las cicatrices del miedo. Hay que vivir a tope. Así recoge Irène el espíritu hedonista de los años veinte, el mismo que se manifestaba en toda Europa. París será el escenario en el que cuenten las relaciones entre los hijos de dos familias y el propio devenir de las familias en sí mismas. Todo se relata con enorme intensidad y con esa prosa incansable que tiene Némirovsky. Cuesta mucho separarse del libro una vez que lo comienzas, porque la historia te atrapa totalmente. Marianne, Antoine, Gilbert, Solange, Evelyne, Nicole...todos ellos, son diferentes entre sí pero están dominados por el mismo deseo de vivir sin que nada les impida disfrutar de la vida, dure esta lo que dure. Una sombra los está cubriendo desde el momento en que la paz no es tal y los nubarrones avisan que las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Me imagino que esta sensación de inestabilidad y de vulnerabilidad sería muy común entonces. Irène no habla de política, no lo necesita. Con mostrar la vida de las personas y narrar lo que los acontecimientos han hecho en ellos ya resulta suficiente. Una especie de escepticismo permeable llega a las relaciones de todos esos jóvenes, que miran a sus padres y parecen ver un retrato patético de lo que ellos serán de mayores. Esto genera inquietud, genera tristeza y también indolencia y desesperación, locura y placer al mismo tiempo. No hay control de las cosas, pero hay que pagar el peaje de los errores y de qué forma. El matrimonio no garantiza nada, los hijos pueden llegar a ser cargas y el amor es eso que hace sufrir más que disfrutar. Un mosaico increíblemente bien trazado por una escritora cuyo pulso literario es único y reconocible. 

La gran historia de los países habla de gestas, de gobernantes, de guerras con nombres propios, de batallas, de hazañas, de luchas y de políticos. Pero hay otra historia, pequeña y casi escondida, la que atañe a la gente normal, la que intenta sobrevivir como puede en cualquier circunstancia porque lo único que tiene verdaderamente es eso, la vida, su propia vida. Y aquí, en este libro, Irène Némirovsky tiene la oportunidad de trazar un retrato de esa pequeña historia y la aprovecha de sobras, porque somos capaces de ver a través de sus ojos cómo vivía esa burguesía sin fortuna o con una fortuna dilapidada a veces, que tenía que mandar a sus hijos a las trincheras, a sus maridos a las fábricas y a las mujeres a la vida solitaria de la maternidad y de la casa de familia. En este panorama resulta escalofriante el dibujo que hace de los sanatorios antituberculosos, que estaban tan de moda entonces, y que eran antesalas del sufrimiento y la pérdida. La escritura de Némirovsky no tiene compasión ni con el dolor ni con la muerte. Es una literatura que no pretende ocultarnos nada y que, por eso mismo, te atraviesa con una firmeza inaudita. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac