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Rumor de fuente jonda: Granada en el flamenco


(Pintura: Ignacio Zuloaga)

¿Qué hacen en Granada Manuel Ángeles Ortiz, Ignacio Zuloaga, José María Rodríguez Acosta, Santiago Rusiñol, Andrés Segovia o Joaquín Turina? 

¿Qué hacen reuniéndose en el Centro Artístico y Literario de la ciudad gente como Edgar Neville, Juan Ramón Jiménez, Manuel Chaves Nogales, Ramón Gómez de la Serna o Pérez de Ayala?

¿Qué se cuece en esos largos encuentros en casa del maestro Falla, allá en el carmen de la Antequeruela Alta,  entre Lorca, Giner de los Ríos y Fernando de los Ríos? 

Brujulean buscando una explicación a eso que Menéndez Pidal llamó estados de latencia. Mientras transcribía en la misma Granada romances populares llega a las ideas de tradición y latencia. La tradición es la línea que se establece desde los orígenes de cualquier fenómeno hasta el momento en que se detecta como forma de estudio. Los testigos hacen aflorar la tradición, dan fe de su existencia. Cuando la tradición está escondida eso se llama estado de latencia. 

Todos estos personajes, preclaras figuras de la Edad de Plata de la cultura española, cruzan sus destinos biográficos y coinciden en Granada, en los años 20 del siglo pasado y describen un círculo que quiere explicar el misterio del cante. Ellos persiguen la raíz de lo hondo, la clave, la piedra angular que da origen al quejío, al estilo, a la música flamenca. Y su encuentro es providencial y, al mismo tiempo, explosivo. 

Vamos a inventar una fórmula para que salgan a la luz los testigos escondidos, las huellas del canto antiguo que no sabemos encontrar en los tablaos, las reminiscencias, las esencias, los motivos. Vamos a conseguir explicarnos y explicar algunos porqués y abrir otros interrogantes. De esta forma, circulan las bases del Concurso de Cante Jondo por todo el mundillo artístico del año 1922 y llegan a las agrociudades, los viveros del cante, en las que los profesionales tenían su acomodo para descubrir que, ay, en esas bases se dice que ellos no pueden tener arte ni parte porque la flor de su secreto ya ha sido descubierta. 

(Pintura: Ignacio Zuloaga)


Marchan a Granada a pie, en mulo o a caballo, los intérpretes desconocidos, los niños precoces, los viejos cansados de cantar a palo seco, y allí se encuentran con un jurado de postín presidido por el maestro supremo, el Papa del cante, Don Antonio Chacón en sus postrimerías, y otros miembros de sabiduría incontestable en la música llamada clásica. Contra el antiflamenquismo de los noventayochistas, la llama curiosa de estos pioneros de la dignificación de los cantes. Contra la aversión hacia la música sin pentagrama de los elitistas, he aquí que surgen Niños y surgen guitarras. Niño Caracol, Tenazas, Yerbabuena, La Gazpacha, Niño de Linares, Carmelita Salinas, José Cuéllar, La Goyita, el Niño de Huelva…Premios, diplomas y dinero en metálico. Y ex -aequo para contentar a los rancios y a los vanguardistas. 

Y Chacón dio muestras de su arte en ese esplendoroso fin de fiesta en el que estuvieron también Manuel Torre, Pastora Pavón y La Mejorana, como intérpretes, amén de invitados de postín, como Antonia Mercé La Argentina o Juana la Macarrona. 

El flamenco existía antes de Granada. Desde que, a partir del folklore, a través de creaciones personales, como reverberación de sonidos viejos que se mezclan con sones americanos o con zarzuelas y jipíos locales, los artistas fueron construyendo un consistente armazón que se iba haciendo cada vez más seguro, fuerte, complejo y digno. La música era la argamasa. Porque el flamenco es música. Las coplas eran el motivo, porque el flamenco es literatura. La imagen era el reclamo, porque el flamenco es plástica y estética. A la luz de las inexistentes partituras se gestó una nueva contemporaneidad para los sones que generaciones anteriores habían podido escuchar y guardar en los viejos cofres de la memoria. Todo adobado, eso sí, con las aportaciones de las nuevas músicas, de los creadores de distintos géneros que iban bebiendo en las mismas aguas, porque toda la música se vierte en el mismo océano. 

Granada cerró así los años de oro del flamenco. Los que habían conocido la maestría de los primeros compositores, el surgimiento del flamenco teatral, los cafés de cante y la individualización del baile y el toque. Desde entonces, el flamenco, el cante hondo del que hablaban Lorca y los suyos, entró sin pedir permiso en el edificio de la cultura no solo española, sino universal. Universal, contemporáneo, de creación, basado en la tradición pero inserto siempre en la vanguardia, crisol de otros sonidos y artífice de ecos propios, todo eso es el flamenco y por eso pasó a ser fuente de inspiración para quienes transitan por otras artes. Desde la pintura o la escultura, hasta el resto de las músicas, la fotografía, el cine, el teatro, la danza, todas las manifestaciones que el talento del hombre ha ingeniado, tienen en el flamenco una posibilidad, un referente, un camino que puede recorrerse siguiendo esos testigos que Menéndez Pidal anticipó. Tradición y latencia. 

La fuerza del flamenco en estos días es tan poderosa que impregna toda la música popular. Cualquier artista de los que entusiasman a los jóvenes, de los que llenan estadios y auditorios es susceptible de ser un conocedor del flamenco grande y un intérprete imbuido de su influencia. Si no se puede entender el flamenco sin las tradiciones folklóricas o autóctonas y sin la música americana de aluvión, tampoco puede comprenderse ahora el resto de la música sin la maniera, el oficio, el aire flamencos. 

Y allí estuvo Granada. 


(Banquete en la Asociación a la Prensa con participantes y asistentes del Concurso de Cante Jondo 1922, en Granada. Universo Lorca, archivos)

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