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¿Qué podemos aprender de Finlandia?



El sistema educativo finlandés despierta la admiración y hasta la envidia de todos aquellos que nos dedicamos a enseñar. Sus buenos resultados a nivel internacional nos indican que las cosas en ese país se están haciendo bien. En esos resultados no solamente importa que estén en los primeros puestos de las evaluaciones internacionales, sino que los logros sean aplicables a cualquier escuela finlandesa y que los alumnos finlandeses no estén afectados por los síndromes de ansiedad y estrés que son observables en otros países que están desarrollando un sistema basado en la competitividad y el esfuerzo sobrehumano del alumno o el gasto de la familia en profesores particulares.

Lo primero que observas al entrar en una escuela finlandesa, ya sea una de preprimaria, básica o secundaria, es que los alumnos parecen felices. Se mueven con tranquilidad por los pasillos, dejan sus bicicletas en la puerta sin atar con candados, van a la biblioteca y allí buscan en los libros situados en estanterías abiertas, saludan educadamente cuando se cruzan contigo...La disrupción es muy poco frecuente y se corrige de forma inmediata. Si el hecho es grave y el alumno tiene que dejar de asistir a la escuela, es seguro que habrá un trabajo que realizar en su casa para que no pierda las clases. Pero esto es una circunstancia excepcional.

El niño es el centro del aprendizaje. Cuando Finlandia tuvo que elegir, lo prefirió a la materia. Para que esto no sea papel mojado tienes que saber que los niños son diferentes, que aprenden de forma distinta, a ritmos variados y que sus capacidades, talentos, características, varían. La escuela que tiene en su centro al niño es una escuela diferente a la que coloca como elemento fundamental el currículum. Los profesores no piensan “debo enseñar mi materia”, sino “debo hacer que mis alumnos aprendan”. Una diferencia definitiva. La relación entre alumnos y profesores es muy cercana, presidida por el respeto y el cariño. Los profesores están dispuestos a ayudar a sus alumnos en todo aquello que precisan y los alumnos agradecen esa dedicación.

Otro de los aspectos que nos llaman la atención tiene que ver con los profesores. Los profesores de las escuelas de Finlandia sienten una gran vocación y tienen una excelente preparación. Lo primero se puede comprobar en los tests de actitud que cumplimentan para acceder a los estudios y lo segundo surge con la unión de varios elementos: un sistema de acceso que permite seleccionar a los mejores, una formación inicial con componentes, a la vez, científicos (es decir, al máximo nivel en lo que se refiere a la materia que han de enseñar) y pedagógicos (cómo enseñar, con qué recursos, qué métodos) además de una formación permanente que responde a las necesidades de actualización que el cambio de la sociedad, los adelantos técnicos y la vida en general, exige a los docentes. Los profesores finlandeses no son funcionarios, sino que están contratados por los municipios, responsables de organizar y supervisar la educación, excepto la universitaria. La obligación de los estamentos municipales es la de proporcionar educación gratuita a los niños que viven en su territorio, incluyendo materiales, una comida caliente a día y transporte si la distancia supera los cinco kilómetros.

Los profesores disfrutan de una gran autonomía pedagógica. Ello es posible porque su trabajo se basa en un criterio de confianza. Se confía en ellos, dada su altísima cualificación y por eso pueden llevar a cabo su práctica educativa de una forma que potencia su creatividad y la búsqueda de soluciones adecuadas a los niños y a los entornos concretos en los que trabajan. Además de eso, los contenidos que se enseñan están establecidos a nivel nacional de forma que todos los niños de Finlandia, independientemente de donde estudien, tengan garantizados los conocimientos fundamentales para su desempeño futuro. Casi el cien por cien de las escuelas son públicas. La iniciativa privada es muy escasa y solamente aparece en los estadios profesionales de la educación, casi siempre a través de las empresas y centros de trabajo.

La tercera cuestión que a un visitante le puede sorprender es el alto nivel de equipamiento de las escuelas. La tecnología está muy presente en las aulas y las instalaciones son de calidad, para facilitar el trabajo y el acceso a los recursos didácticos, informáticos y de todo tipo que favorecen el aprendizaje. El confort es un elemento fundamental de la escuela finlandesa que pretende conseguir el objetivo de que el alumno considere a los centro educativos como su segunda casa.

Esto implica muchas cosas. Los profesores pueden trabajar con recursos variados y modernos, pero, además, los niños cuidan los materiales y el mobiliario como si fueran suyos, como si de verdad esa fuera su casa. No hay muebles rayados, ni rotos, todo parece nuevo y en buen uso. Tanto los sueldos de los profesores como los equipamientos se pagan con dinero municipal y los municipios reciben esa asignación del Estado como parte fundamental de sus presupuestos. Todos están de acuerdo en que la educación es una prioridad y ello desde hace más de cuarenta años, cuando se decidió que solamente de esta forma se podía contribuir a la mejora del país y de sus ciudadanos.

Entrando en el terreno puramente pedagógico, una novedad muy importante en relación con lo que hacemos en España reside en el sistema de evaluación. Para empezar, aquí evaluamos solamente a los alumnos. En Finlandia, la evaluación del alumnado es un elemento del sistema y no el más importante. Hasta los nueve años no son evaluados con notas, y aun entonces no se emplean cifras sino que se trata de una valoración cualitativa. Luego hay otra evaluación a los once años, también sin cifras. Las primeras notas expresadas en cifras son a los trece años. De esta manera, los alumnos aprenden sin la presión del aprobado y del suspenso y de los exámenes. Cada uno progresa a su ritmo, evitando la angustia y el sufrimiento, el estrés y, sobre todo, favoreciendo que se potencien los logros. La información a las familias, que se da dos veces al año, habla precisamente de qué han conseguido sus hijos, sin entrar a calificarlos. Las calificaciones numéricas, cuando existen, oscilan entre el 4 y el 10. Notas más bajas se considerarían humillantes. En la escuela secundaria sí existen las notas y los exámenes, una semana de exámenes por cada período de seis semanas, pero ya los niños tienen adquiridas las rutinas, destrezas y habilidades básicas y, sobre todo, su autoestima les asegura un importante dominio de sí mismos.

Imposible no destacar en todo esto el papel de la lectura. Hasta los siete años no se considera que el alumno debe aprender a leer. Ello garantiza que ha adquirido los prerrequisitos que son la base de este aprendizaje. Sin esos requisitos nos encontramos con dificultades añadidas a los procesos de decodificación, comprensión, razonamiento e inferencia que supone la lectura. Una vez que el alumno aprende a leer y se ha evitado que haya alumnos que se queden atrás, la adquisición de conocimientos se produce de forma natural, sin esos fallos de comprensión y asimilación tan frecuentes. En las familias se fomenta la lectura y la red de bibliotecas públicas finlandesas es importante y forma parte del itinerario normal de los padres con sus hijos. La lectura y la escritura, procesos paralelos, sostienen la evolución del aprendizaje de los alumnos, dando lugar a una estructura de funcionamiento mental que se ve potenciada por los saberes que se van adquiriendo y que, a la vez, favorece esa adquisición. En la falta de dominio de las destrezas lecto-escritoras reside la explicación más cierta del fracaso escolar de los niños españoles.

Los niños finlandeses empiezan su educación obligatoria a los siete años. Antes de eso acuden un año a la escuela pre-primaria y muchos lo hacen con anterioridad a los centros de día, de carácter asistencial y no educativo. El juego, las relaciones entre iguales, la afectividad, la creatividad, son la base de las actividades que los niños realizan antes de la educación básica obligatoria y, también durante ella, como una forma de potenciar el talento de cada uno. Pero todos se enfrentarán a la lecto-escritura a los siete años, evitándose así el síndrome del “licenciado en infantil” que todos conocemos en nuestras escuelas españolas. Lo lógico es pensar que, si en la etapa infantil nos dedicamos a escribir y a leer, hay algo que estamos dejando de hacer y que es propio de esas edades. Tan simple como eso.

Al finalizar la etapa básica obligatoria los finlandeses deciden si seguir el camino de la secundaria profesional o de la secundaria académica. Ninguno de estos caminos es superior al otro, sencillamente son distintos. No existe el prurito familiar de que si los niños no estudian el bachillerato son un estigma. Al contrario. Los estudios profesionales, que a nivel superior se realizan en los politécnicos, como alternativa a la universidad, están excelentemente considerados y de ellos salen profesionales de gran cualificación, dispuestos a enfrentarse a los retos crecientes del mercado de trabajo. La secundaria académica da paso a la universidad después de un examen de estado que unifica la formación de estos alumnos y pone el énfasis en una preparación que les capacite para los estudios universitarios al más alto grado de conocimientos. En Finlandia existen 29 politécnicos y 20 universidades.

Estas breves pinceladas deberían bastarnos para reflexionar sobre qué aspectos del sistema educativo finlandés se podrían trasvasar a España, sin demasiados problemas. Y, si lo pensamos, hay muchos. Para ello resulta imprescindible el debate profesional, no mediatizado, en la que el papel principal se asuma por los expertos en educación. En Finlandia, la educación es cuestión de Estado, pero no cuestión de partidos.


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