Equidad y excelencia

“No sólo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados sino muy especialmente quienes consiguen progresar desde circunstancias menos ventajosas, en ocasiones con problemas familiares, aprietos económicos o dificultades de aprendizaje”

Estas palabras no han sido dichas por un experto en educación sino por un joven estudiante de primero de carrera, precisamente con ocasión de recibir un premio a la excelencia por su trayectoria de bachillerato. Francisco Tomás y Valiente puso el dedo en la llaga. Sus palabras han inundado el espacio virtual y llaman a la reflexión. 


La equidad y la excelencia parecen conceptos contrapuestos. Siendo así, parece que el sistema educativo debe elegir entre una u otra. Equidad o excelencia se convierten en apuestas ideológicas. Según esto, la derecha optaría por la excelencia y la izquierda por la equidad. A mi juicio esto es un punto de partida equivocado, y por eso el estudiante premiado, que lo ha entendido a la perfección, ha hecho bien en acordarse de los menos favorecidos en su discurso. Eso le señala como un joven excelente desde todos los puntos de vista. Y le otorga visibilidad a otros jóvenes que nunca van a recibir premio alguno. Los invisibles, que decía Lorca. Los niños de la última fila. Los desprotegidos. Los silenciosos. 


Sin embargo, esa aparente dicotomía solo se produce cuando los sistemas educativos no tienen claras sus prioridades, no reflexionan sobre ellas y no ponen las organizaciones y las estructuras al servicio del éxito escolar. ¿Qué es el éxito escolar? Números hay para atestiguarlo desde el punto de vista de los datos. Pero, en realidad, los datos esconden personas y las personas esconden vidas. Detrás de un fracaso no hay solamente un estudiante. Está toda su familia. El fracaso se expande y degrada las esperanzas. El éxito tiene rostro, el fracaso es invisible. Los estudiantes que fracasan pasan a formar parte de otras listas negras: las del abandono temprano, las del paro, las de la exclusión. El éxito de los estudiantes, entendido como el logro de las titulaciones básicas como resultado de un feliz aprendizaje, es la argamasa del clima social. 


Siendo así no podemos dar por bueno que haya un porcentaje, pongamos el treinta por ciento, que ha fracasado. Si lo hacemos, dejamos fuera de juego a casi un tercio de la población. Incluso con porcentajes menores, en ningún caso es aceptable que el fracaso forme parte de los males menores o de los daños colaterales. Un solo estudiante fracasado es un problema personal y también familiar y social. 


¿Puede una educación de calidad buscar la excelencia sin asegurar la equidad? ¿No sería más lógico favorecer la equidad para que así la excelencia no sea cosa de unos pocos, no sea simplemente elitismo? La excelencia para un joven con dificultades de aprendizaje está en titular en ESO y comenzar un itinerario profesional con solvencia suficiente como para garantizarle una vida digna y bella. Lo mismo puede decirse de aquellos con graves problemas familiares. Para lograrlo, las organizaciones, instituciones y todos aquellos implicados, la sociedad en su conjunto, han de entender que no puede perderse ni uno solo de estos estudiantes. 


Si la escuela únicamente garantizara el éxito a los que la naturaleza ha dotado de dones intelectuales o la suerte de una familia competente y que lo apoye, entonces su razón de ser estaría en entredicho. Ni siquiera haría falta un sistema educativo porque su aporte de conocimientos podrían suplirlo otras formas de aprender. Pero, precisamente porque no se trata de esto, porque su función compensatoria abarca a todos y cada uno, independientemente de su situación personal, familiar, social e intelectual, la escuela tiene sentido, el trabajo de los profesores tiene sentido y la equidad es el eje de ese trabajo y de esas estructuras. 


Una escuela equitativa no sepulta la excelencia, más bien al contrario, la hace brotar en todos y cada uno. Los estudiantes avanzan a su ritmo, a su forma, con su estilo, con su forma de aprender. Así hasta el infinito. Las cortapisas iniciales deben ser detectadas para compensarlas. El impulso debe ir para todos. Hasta donde lleguen. Lo más alto posible. 


Se me dirá que para esto hacen falta medios. Por supuesto. Pónganse los medios. Que hace falta formación. Desde luego. Fórmense a los profesionales. Pero sobre todo lo que hace falta es, primero, voluntad; segundo, entendimiento; tercero, un modelo educativo que lo garantice. La equidad y la excelencia de la mano. Y ese sistema educativo nunca podrá tener como eje la comprensividad. Si alguien se va a lanzar a cambiar leyes educativas que se deje de mover materias o de modificar horas. Lo esencial, lo sustantivo, es cambiar el modelo. Abandonar la escuela comprensiva que todos los países abandonaron hace mucho y situar en su lugar la escuela diversificada, la escuela que hace de las diferencias un reto para el éxito, una oportunidad. 


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