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Las novelas de Austen según Walter Scott

 


Recensión de Sir Walter Scott, en «The Quarterly Review» (British Library)

En su condición de editor y crítico literario, Sir Walter Scott dedicó un espacio en su revista a la escritora Jane Austen, sin mencionarla por su nombre, y aludiendo a ella como "la autora de Sentido y Sensibilidad y de Orgullo y Prejuicio". La publicación de la reseña, en la que hablaba de esas dos novelas y de "Emma" influyó positivamente en la consideración que se tenía de la obra de Austen (sin nombre) hasta el momento y demostró que la nueva novela que con ella se iniciaba no iba a ser flor de un día. He aquí un resumen de lo que Scott escribió: 

«Juicio y Sentimiento», el primero de estos trabajos, contiene la historia de dos hermanas. La mayor, una joven de prudencia y sentimientos regulados, poco a poco se siente apegada a un hombre con un corazón excelente y talentos limitados, que lamentablemente se ve coartado por un compromiso rápido y mal seleccionado. En la hermana más joven predomina la influencia de la sensibilidad y la imaginación. Tal y como se espera, ella también se enamora, pero con una pasión más desenfrenada e intencionada. Su amante, dotado de todas las cualidades de educación social y vivacidad, acaba resultando desleal, y se casa con una mujer de gran fortuna. El interés y el mérito de la obra dependen en su totalidad de la conducta de la hermana mayor que, a la vez que se ve forzada a soportar con fortaleza su propia desilusión, tiene que apoyar a su hermana, que se abandona a sí misma, a través de sentimientos no reprimidos, a la indulgencia de la aflicción. El matrimonio de su indigna rival libera completamente a su propio amado de un compromiso imprudente, mientras que su hermana, más sabia por la lección, ejemplo y experiencia, traslada su afecto a un admirador muy respetable y quizás demasiado serio, que había alimentado una pasión infructuosa a lo largo de los tres volúmenes.

En «Orgullo y Prejuicio», la autora nos presenta a una familia de jovencitas, educadas por una madre atolondrada y vulgar, y por un padre cuyas buenas capacidades quedan tan ocultas tras tal cantidad de indolencia e inconsciencia, que se había conformado con hacer de las debilidades y tonterías de su mujer y de sus hijas el sujeto de su sarcasmo más árido y jocoso, en vez de amonestarlas o moderarlas. Éste es uno de los retratos de la vida cotidiana que muestra el talento de nuestra autora con gran determinación. Un amigo nuestro, a quien la autora nunca había visto ni había oído hablar de él, fue inmediatamente reconocido por su propia familia como el original del Sr. Bennet, y no sabemos si ya ha sido capaz de librarse de dicho apodo. Se esboza también con la misma fuerza y precisión a un Sr. Collins como una joven rama de la divinidad, formal y pagado de sí mismo, a la vez que servil. La historia de la obra consiste principalmente en el destino de la segunda hermana, de la que se enamora un hombre de alta cuna, amplia fortuna, y maneras altivas y reservadas, a pesar del descrédito que recae sobre el objeto de su afecto por la vulgaridad y dudosa conducta de sus familiares. La dama, al contrario, dolida por el desprecio a sus familiares, que el amante ni siquiera intenta disimular, y con graves prejuicios hacia su persona por otras razones, rechaza la mano que él le ofrece de una forma muy descortés, y no se da cuenta de la tontería que acaba de hacer hasta que casualmente visita la propiedad y terrenos de su admirador. Ambos tienen la fortuna de reencontrarse exactamente en el punto en el que la prudencia de ella había empezado a calmar sus prejuicios; y, tras unos servicios esenciales prestados a su familia, el amante se ve animado a renovar sus intenciones, y la novela acaba felizmente.

«Emma» tiene menos historia que cualquiera de las novelas precedentes. La Srta. Emma Woodhouse, de la que el libro toma su título, es la hija de un caballero de fortuna y relevancia que reside en su propiedad en la vecindad inmediata a un pueblo rural llamado Highbury. El padre, un hombre de buen carácter e hipocondriaco, abandona la dirección de su hogar en manos de Emma, ocupándose únicamente de sus paseos estivales e invernales, su médico, sus gachas y sus juegos de cartas (whist). Éstos últimos abastecidos por los vecinos de Highbury con el tipo exacto de personas que ocupan las esquinas vacías de una mesa habitual de whist cuando el pueblo está en el vecindario, y no se puede encontrar algo mejor en la propia familia. Nos encontramos con el vicario sonriente y educado, que alimenta la ambiciosa esperanza de obtener la mano de la Srta. Woodhouse. También tenemos a la Sra. Bates, la mujer de un antiguo rector, que pasa de todo excepto del té y de la mesa de whist; su hija, la Srta. Bates, una solterona de buen corazón, vulgar y atolondrada; el Sr. Weston, un caballero de talante honesto y fortuna moderada, y su mujer, una persona amable y educada, que había sido la institutriz de Emma, y a la que está profundamente apegada. Entre todos estos personajes, destaca la Srta. Woodhouse, la princesa suprema, superior a todos sus compañeros en ingenio, belleza, fortuna y educación, consentida por su padre y por los Weston, admirada y casi adorada por los compañeros más humildes de las mesas de whist. El objetivo de la mayoría de las jóvenes es, o al menos así se supone que tiene que ser, un matrimonio ventajoso. Pero Emma Woodhouse, bien anticipando el sabor del periodo posterior de su vida, bien, como buena soberana, prefiriendo el bienestar de sus súbditos de Highbury sobre su propio interés, se dedica generosamente a emparejar a sus amigos sin pensar en su propio matrimonio. Se pone en nuestro conocimiento que ha tenido éxito en el caso del Sr. y la Sra. Weston; y al principio de la novela está ejerciendo su influencia en favor de la Srta. Harriet Smith, una chica de internado sin familia ni fortuna, de muy buen carácter, muy guapa, muy tonta y, lo que se ajustaba perfectamente a los propósitos de la Srta. Woodhouse, con mucha disposición hacia el matrimonio.

En estas maquinaciones conyugales Emma se ve interrumpida con frecuencia no solamente por las advertencias de su padre, que tenía una objeción particular a que alguien se comprometiera con prisas en el matrimonio, sino también por las fuertes reprimendas y protestas del Sr. Knightley, el hermano mayor del marido de su hermana, un caballero rural y sensato de treinta y cinco años, que conocía a Emma desde que nació, y la única persona que se atrevía a decirle sus fallos. Sin embargo, a pesar de las censuras y avisos, Emma planea casar a Harriet Smith con el vicario; y aunque tiene un completo éxito en apartar los pensamientos de su sencilla amiga del honesto granjero que le ha hecho una oferta bastante apropiada, y ha favorecido en ella una pasión por el Sr. Elton, por otro lado el sagrado engreído confunde totalmente la naturaleza del aliento que se le ha brindado, y atribuye el favor encontrado a ojos de la Srta. Woodhouse a un afecto escondido por parte de ésta. Finalmente, se ve animado a hacer una presuntuosa declaración de sus sentimientos y, tras ser rechazado, mira en otra dirección y enriquece a la sociedad de Highbury uniéndose a una elegante joven con tantos miles que pueden contabilizarse de diez en diez, junto con la cantidad correspondiente de presunción y mala educación.

Mientras que Emma se ocupa en vano de forjar los compromisos matrimoniales para los demás, sus amistades están haciendo lo mismo con ella, a favor de un hijo de un matrimonio anterior del Sr. Weston, y que lleva el nombre, vive en la casa, y va a heredar la fortuna, de un tío rico. Lamentablemente, el Sr. Frank Churchill ya tiene depositados sus afectos sobre la Srta. Jane Fairfax, una joven de escasa fortuna; pero, al tratarse de un asunto llevado a escondidas, cuando aparece por primera vez el Sr. Churchill, Emma alberga algunas ideaciones de estar ella misma enamorada de él. Sin embargo, rápidamente, y recuperada de esa peligrosa inclinación, se dispone a trasladarlo a su abandonada amiga Harriet Smith. Mientras tanto, Harriet Smith se ha enamorado perdidamente del Sr. Knightley, el firme soltero administrador de consejos. Dado que todo el pueblo supone que Franck Churchill y Emma están enamorados el uno del otro, hay suficientes contradicciones (si la novela hubiera sido de corte más romántico) como para haber cortado el gaznate de la mitad de los hombres, y haber destrozado los corazones de todas las féminas.  Pero en Highbury, Cupido se pasea decorosamente con oportuna discreción y la llama prendida en un farolillo, sin permitir que el fuego ardiente haga arder toda la casa. Todos estos enredos tan sólo traen consigo una cadena de errores y situaciones embarazosas, de diálogos en bailes y reuniones informales, en los que la autora despliega todas sus peculiares dotes humorísticas, y su conocimiento del ser humano. La trama se desenvuelve con gran simplicidad. La tía de Frank Churchill fallece. El tío, liberado de su nefasta influencia, aprueba su matrimonio con Jane Fairfax. Por un suceso inesperado, el Sr. Knightly y Emma descubren que han estado enamorados el uno del otro desde hacía mucho tiempo. Los temores del Sr. Woodhouse respecto al matrimonio de su hija se ven superados por el miedo a los ladrones, y son apaciguados por la tranquilidad que espera se derive de tener un fornido yerno viviendo en la familia. Y los lábiles afectos de Harriet Smith son transferidos, igual que un cheque bancario garantizado, a su primer pretendiente, el granjero honesto, que había tenido una oportunidad favorable para renovar sus intenciones. Tal es el simple esquema de la historia que leemos con tanto placer a la vez que con un profundo interés, y cuya lectura, al contrario que con esas otras historias a priori tan fascinantes, estemos probablemente deseando retomar por el poderoso entusiasmo de la curiosidad.

El conocimiento del mundo por parte de la autora, y el tacto peculiar con el que presenta a los personajes que el lector no tiene dificultad en reconocer, nos recuerdan a algunos de los méritos de la Escuela Flamenca de pintura. Los sujetos a menudo no son elegantes, y ciertamente no son nunca grandiosos. Pero están perfilados de acuerdo con la naturaleza, y con una precisión que hace las delicias del lector. Se trata de una cualidad muy difícil de ilustrar por extractos pues se extiende por toda la obra, y no puede comprenderse en una única escena. 



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