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Risas para adornar la vida



(Foto: C.L.B.)

He aquí dos libros muy diferentes pero con un denominador común: te hacen reír. "El asesinato de mi tía" y "Flores para la señora Harris". 

La risa está infravalorada. Creemos que son mejores o más importantes los dramas, los libros sesudos, las reflexiones intrínsecas y pseudosúpercientíficas. Pero la risa es un bálsamo y, además, muy caro de conseguir. No es nada fácil hacer reír y, sin embargo, es facilísimo hacer llorar. Cualquier argumento edulcorado, con amantes perseguidos, damas en apuros, niños abandonados o viejecitos en trance de ser atacados por un robapensiones, nos puede hacer llorar. Una puesta de sol, una canción de fondo, un paisaje nevado, hasta un árbol de navidad, nos arranca las lágrimas, porque las lágrimas viajan siempre con nosotros y solo hay que accionar, click, una pequeña tecla. 

Pero la risa es otra cosa. Y reírse es un acto del ser humano que requiere bastante más que la aflicción. Requiere la puesta en escena de nosotros mismos y levantar el velo de niebla que nos suele cubrir. Ay, la risa. Tu risa me hace libre, decía Miguel Hernández. Y tenía razón. La risa de los que amamos nos libera. Nuestra risa nos salva. Por eso estos dos libros son tan importantes y por eso sus autores merecen ser mencionados y admirados. Dos libros sencillos, pequeños, sin demasiadas ínfulas, con temas diferentes, con personajes diversos, pero con un algo en común: te hacen reír y te hacen sonreír. La sonrisa es la antesala de la risa y Gallico nos pone en suerte para que explosionar con Hull. Así de claro. 


(Foto: C.L.B.)

Hasta que conocí a la señora Harris no sabía lo importante que eran y que son las señoras de la limpieza en el Reino Unido. Entre sus incontables tradiciones (es un pueblo todo tradición) está el tener el mejor cuerpo de ayudantes del hogar de todo el orbe, muchachas y mujeres bien educadas para su oficio, leales a sus señoras y con una inquebrantable decisión de que la casa a su cargo esté perfecta. Las señoras por horas o las señoras internas, qué más da, todas ellas son el reluciente ornamento de las tareas domésticas, esas que tan pocas veces se revelan como importantes aunque lo son. Sin las tareas domésticas bien hechas los escritores no hubieran dado pie con bola. Ahí los tenéis en las películas: todos los que no tienen un cuerpo de casa bien hecho y organizado andan siempre perdidos, sin argumentos, abusando del whisky o de lo que sea que beban (beben mucho, eso sí). 

La señora Harris es una de esas maravillosas señoras que acuden a limpiar, ordenar, planchar, ordenar, guisar y organizar la casa. Por eso sus jefes están tan contentos con ella. Por eso se la rifan. Dentro de las señoras de la limpieza podríamos decir que es una pata negra. Pero ella, además de ese trabajo, tiene ilusiones y quizá esas ilusiones son las que la mueven a no pararse, a hacerlo todo cada vez mejor. Y su ilusión está en un viaje, en una casa de modas y en un vestido. Y hasta aquí, que acecha el spoiler. 


Este de ahí arriba es Paul Gallico. Nacido en Nueva York, en 1897, fue un destacado periodista deportivo que también escribía novelas. Una de ellas la conocéis seguro, quizá no por leerla, pero sí por verla en el cine, "La aventura del Poseidón". Escribió dos libros con la señora Harris por protagonista, lo que resulta muy curioso, no siendo inglés. Este del que hablo y una segunda parte, "La señora Harris en Nueva York" donde el escritor lleva a Harris a su terreno y la embarca en una aventura solidaria que hoy nos resultaría muy cercana a nuestras mentalidades. Paul Gallico, que era un graduado de la universidad de Columbia, parece encontrar un placer especial en estos libros tan diferentes a su actividad laboral y desde luego que consigue cautivarnos con ellos. Cuando se conoce a la señora Harris resulta imposible dejar de considerarla una más en la galería de los personajes entrañables de la literatura. 



De muy distinto estilo y de un autor completamente diferente en todo es "El asesinato de mi tía", probablemente el libro que más me ha hecho reír en los últimos años. Desde el comienzo hasta el estrambótico y sorprendente final, el libro es una sarta (dicho en el buen sentido) de barbaridades cósmicas, lanzadas con la mejor pluma al ruedo del lector para que este dé saltos en la silla, se retuerza, se ponga la mano en el estómago o intente controlar las carcajadas para no molestar a la familia que asiste, atónita, a esta exhibición de cachondeo sin límites. Hay que leerlo para entenderlo. 

(Foto: C.L.B.)

Este es el comienzo del libro. Podéis probar a leerlo en voz alta, a ver si sois capaces de seguir esas instrucciones imposibles. El párrafo del comienzo ya te hace pensar en que lo que vienen va a ser metralla pura. Una tía que vive en las afueras de una población espantosa cuyo nombre nadie puede pronunciar. Y así comienza todo. Del autor solo nos queda una fotografía borrosa y es una pena, porque me hubiera gustado conocer su fisonomía con detalle. Por la foto parece que le gustaba la buena vida, sin embargo. 


(Borrosa fotografía de Richard Hull)

Richard Henry Sampson (conocido con el seudónimo de Richard Hull) nació en Londres en 1896. Estuvo en el ejército y luchó en la primera guerra mundial, viviendo después en Francia.  En 1934 publicó su primera novela, El asesinato de mi tía, que tuvo un gran éxito y a la que siguieron otras del género de crimen y misterio como Keep It Quiet (1935), Murder Isn’t Easy (1936), And Death Came Too (1939), Mi propio asesino (1945) o Prueba de nervios (1952). Trabajó para el  Almirantazgo de Londres en la segunda guerra mundial y ahí se jubiló en 1950. Era un hombre de números, contable, gestor y auditor. Publicó su última novela, The Martineau Murders, en 1953. Fue asistente de Agatha Christie en la presidencia del Detection Club, una asociación de escritores de novelas policíacas fundada en 1929. Murió en Londres en 1973.

Otros libros de Hull, desgraciadamente muy poco traducido y divulgado, tienen también ese toque de humor negro y corrosivo que lleva este a tenor de sus argumentos, aunque no hemos podido comprobarlo con su lectura directa. Bastaría no obstante esta pequeña joya de Rara Avis para entender su universo y su forma de escribir. Descacharrante, sería la palabra. Grouchiano, al máximo. Ni siquiera podemos saber, al final del libro, si los protagonistas nos caen bien o mal, nos mienten o dicen la verdad, se ríen de nosotros o de ellos mismos. De ahí el que te tengan con el alma en vilo todo el tiempo. Una pasada. 

Rara Avis se ha marcado dos buenos tantos con estos libros. A la espera estoy de que se decida a publicar el resto de la obra de Richard Hull, que tiene tanto interés para sus lectores. Mientras, vamos a reírnos. 

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