Rebecca West interrumpe la noche

 


El nombre de Rebecca West lleva, desde hace pocos años, sonando en los culturales de los periódicos, en algunos blogs de escritores y en las páginas dedicadas a las novedades editoriales. La impresión que da es que se intenta dar a conocer a una escritora que, como tantas otras, ha permanecido en la oscuridad para nosotros, los lectores españoles, porque sus obras no se han traducido o se han traducido muy poco. De modo que puede hablarse de un descubrimiento, aunque en lo que se refiere al mundo anglosajón tenía ya una fama y un bagaje indiscutibles. Por otro lado, su biografía y sus ideas pueden ser, a la vez, una ventaja y un inconveniente para un conocimiento cabal de su literatura. Fue una sufragista de primera línea, una mujer que tenía un discurso combativo contra lo que consideraba que estaba mal en el mundo en que vivió y una vida en el límite de lo permitido y lo insensato. Su obra es fiel reflejo de esa forma de entender la existencia, de un cierto compromiso político y, sobre todo, personal. Debió influir en ello su entorno familiar, su crianza y su educación, algo a lo que ella alude, indirectamente, en algunas de sus novelas. 


Rebecca West nació, con el nombre de Cicely Isabel Fairfield Andrews, en Kerry (Irlanda), en el año 1892. Su condición de escritora irlandesa no ha sido suficientemente señalada, a pesar de que tiene su peso en su origen familiar. Parece que su padre fue igual de irresponsable que el de los Aubrey y, en un momento dado, dejó atrás su vida y a su familia (esposa y tres hijas, de las que  Rebecca era la mediana) para irse a Sierra Leona a montar un negocio. Nunca hubo reagrupación y murió solo en 1906. La escritora fue, a medias, autodidacta, porque una enfermedad (tuberculosis) le impidió seguir asistiendo al colegio. En el tiempo en que vivió, sobre todo en su juventud, había una gran efervescencia cultural en determinados ambientes, sobre todo en Edimburgo (su madre era escocesa), donde vivió antes de trasladarse a Londres. Así ella conoció esas inquietudes y las adoptó como propias, añadiendo de su cosecha un carácter verdaderamente original y unas convicciones muy asentadas. La cultura, el arte, la educación, la música, eran su alimento, como lo había sido de su madre, pianista, exactamente igual que la señora Aubrey. 



Su voluntad de seguir un camino propio quedó palpable cuando adoptó el nombre de Rebecca West, una heroína de Ibsen, la de su obra "La casa de Rosmer". Entonces, 1911, ya escribía para una revista feminista que adoptó diversos nombres (The Freewoman, The New Freewoman, The Egoist). Porque no fue solo una novelista con ocho novelas importantes, sino también cronista política, periodista cultural y biógrafa y ensayista. En su vida privada se conoce la relación que mantuvo con el escritor H. G. Wells, que fue el padre de su único hijo, Anthony, nacido en 1914. Sus artículos se publicaron en un gran  número de publicaciones, The Clarion, Daily News, Daily Herald, The New Yorker, The New Republic, The New York Herald Tribune, etc. Aún más interés tienen sus libros, los ensayos que escribió sobre Henry James, D. H. Lawrence, San Agustín, Mashall McLuhan, o sus reportajes y estudios sobre los juicios de Nuremberg, sobre los ingleses que defendieron el nazismo y otros temas de actualidad muy relevantes. 


Claire Aubrey es la madre, una ex-pianista delicada y espiritual. El padre, que en la novela ya se ha marchado de casa, es Piers. Las hijas son las gemelas Mary y Rose (esta última narra la historia) y Cordelia, una especie de oveja negra contradictoria. Luego está el hijo, Richard Quin, el menor y en el que se depositan algunas esperanzas. Se trata de una novela de crecimiento. La importancia que tiene para la escritora la educación, la cultura, el arte y todo aquello que proporcionan placer al espíritu, aparece descrita con todo detalle. Así era también en su vida personal. Las mentes brillantes como la suya suelen reaccionar contra el tiempo que viven, contra sus ataduras y errores. Por eso, el feminismo de Cicely está fundado en lo que las mujeres de la época deseaban obtener: libertad para decidir, opciones de vida e independencia. En suma, derechos. Era el feminismo de los derechos. 

El libro es, también, un libro de mujeres, en el sentido de que las escenas íntimas, de confidencias y entendimiento entre ellas, es uno de sus elementos fundamentales. El comienzo del libro ya lo va explicando: "Sentadas en aquel iluminado cuarto de estar, más que muchachas parecían flores". Las muchachas son las hermanas Aubrey, Rose, Mary y Cordelia, además de la prima Rosamund. "El padre de Rosamund era un excéntrico perverso, un exitoso hombre de negocios incapaz de gastar dinero en nada que no fuera investigación de médiums y espiritistas". Un excéntrico, diríamos. Desapegado de su familia. Como lo fue el propio padre de la autora. Como lo es el padre de las Aubrey. Un modelo masculino que no es el único que aparece en la novela, porque también hay padres amorosos y protectores. Sin embargo, esta no fue su experiencia y las carencias subyacentes a su infancia impregnarán su obra entera. 


La mala experiencia de esos maridos influirá en las hijas: "Todo aquello no hacía sino reforzar nuestra determinación de no casarnos". "Realmente veíamos el matrimonio como el descenso a una cripta en la que, bajo la luz humeante y trémula de las antorchas, se celebraba un glorioso rito de naturaleza superficial". "Nosotras preferíamos quedarnos a la luz del sol y no veíamos ningún sentido en ofrecernos para tal sacrificio". No todas las muchachas de la novela tienen la misma forma de ver las cosas. A  la ilusión que subyace en la búsqueda de la excelencia artística que tienen Mary y Rose se contrapone la actitud amargada y arisca de Cordelia: "Hacía no mucho se le había revelado de manera bastante brutal que no tenía ningún talento, pero había encajado tan bien el golpe que parecía evidente que nada podía derrotarla". El talento artístico, la buena disposición para la música, la pintura o la literatura, son dones preciados por ellas y el hecho de que Cordelia, a su juicio, no lo tenga, abre una brecha entre las hermanas. Es, en realidad, desde su punto de vista, una verdadera desgracia, que amputa las posibilidades de crecimiento de las personas. 

La mala situación económica de la familia una vez que el padre las abandona es un elemento que distorsiona el futuro de todos: "El otoño anterior papá nos había abandonado y mamá había vendido ciertos cuadros que siempre había sabido que eran valiosos pero había fingido que no lo eran para que cubrieran nuestros gastos en caso de emergencia". Esto era así porque la madre había dejado atrás su profesión de pianista para cuidar a los hijos. Quizá por ello las muchachas, incluida la prima Rosamond, quieren tener una profesión que las capacite para vivir sin depender de ningún hombre. Esa dependencia recuerda la que relata Henrik Ibsen en "Casa de muñecas", obra en la que Nora tiene un matrimonio sin amor, con un marido aborrecible, al que debe soportar por no perder su subsistencia ni a su hijo. De este modo, el matrimonio aparece como una salida poco honrosa, casi una venta de la voluntad y el espíritu de las mujeres. Algo que las escritoras como West desprecian. 


Que el tiempo pase lento es, para Rose Aubrey, narradora, la felicidad. Viene a decirnos que, cuando se es infeliz, el tiempo no se paladea, sino que se vive a saltos, de una manera abrupta, con interrupciones, sin el tono pausado que da la serenidad. La serenidad es placidez, es autodominio, es felicidad. 

La prima Rosamund (que dará título al tercer volumen de la trilogía, aún no publicado) tiene su importancia porque representa a la mujer práctica que quiere ejercer un trabajo digno y que signifique un servicio a la sociedad. Rosamund va para enfermera. Es una persona activa, concienciada, en quien se ha acentuado un sentimiento de independencia ante el abandono de su padre. Quiere ejercer una ocupación útil, válida y llena de sentido para sí misma y los demás. La relación entre las cuatro muchachas, las tres hermanas y la prima, es constante y la interlocución desvela sus diferencias y sus similitudes. Ellas reciben juntas una noticia atroz y viven juntas una despedida. Hechos ambos que cambiará sus vidas. 

Rebecca West interrumpe la noche. Su obra se alza como un medio de adquirir su propia identidad personal. Sus ensayos e investigaciones tienen la pauta de preservar cierta verdad que no es la evidente. Genera preguntas y propone respuestas. En "La noche interrumpida" su lenguaje elegante quiere ser también sencillo y asequible pero lo entrevera de reflexiones ante las que hay que pararse. No es una lectura rápida la de este libro, ni lo es en general la de West. Es una escritura pausada, como su ideal de vida, donde los pensamientos no entorpecen sino que alumbran. No es un retrato cotidiano basado en las pequeñas evidencias sino una trazo grueso y, por ello mismo, esencial, hacia el sitio donde las personas guardan su intimidad más rotunda. Los padres, los hermanos, los amigos, uno mismo. 

La noche interrumpida. Rebecca West. Seix Barral, Biblioteca Formentor. Traducción del inglés a cargo de Andrés Barba y Carmen M. Cáceres. Publicado el original en 1984. Fecha de la edición actual 2020. Segunda parte de la trilogía de la familia Aubrey (La familia Aubrey, primera parte. La prima Rosamond, tercera parte). Foto de la portada: Nina Leen para Life. 

(Foto: C.L.B.)

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