Una novela moderna


Persuasión es una historia de madurez, en la que una mujer sensible, paciente y acostumbrada a sufrir, deberá luchar por tener una segunda oportunidad para ser feliz. En este sentido, Persuasión es una novela muy moderna. Presenta a una mujer luchadora, cuyo carácter sencillo y humilde no nos debe confundir acerca de su determinación y su fortaleza interior. Es una novela en la que no hay personajes perfectos, algo que ya nos resulta común en todos los libros de Jane Austen, aunque aquí ni siquiera existen los Darcy o los Knightley, paradigmas de las virtudes masculinas. Tenemos que habernos con gente de carne y hueso, como nosotros, gente corriente.

Hay una característica esencial que acerca a dos de sus novelas, Emma y Persuasión, las últimas que escribió la autora y, por tanto, las más elaboradas desde diferentes puntos de vista. Esta es la penetración psicológica que se hace de los personajes, no ya de los principales, sino del conjunto de los mismos. Siendo esta una manera de narrar propia de Austen, en estos casos hay que decir que esa observación de la naturaleza humana que se traduce en desmenuzar el detalle de los pensamientos y las emociones, se agudiza, fruto, seguramente, de la madurez de la escritora, tanto personal como literaria. No hay palabra vana, ni distracción fatua en su lectura.

Es verdad que han desaparecido los amables destellos de humor que se encuentran, sobre todo, en Orgullo y Prejuicio, la novela más divertida de todas y también esos personajes excesivamente ridículos que recrea en Emma, como las Bates o los señores Elton, pero la fina interpretación de los sentimientos humanos, la determinación de ahondar en su interior, dejando de lado lo superfluo eso es marca de la casa. La peripecia de Anne Elliot es conmovedora. No sentirse querida por nadie, no estar ubicada en el mundo al que pertenece, no notar el apego, la comprensión, por parte de los tuyos, es una dura experiencia para cualquiera. A eso se une el estallido de unos sentimientos que la aprisionan y que convierten en alguien a punto de saltar, en una personalidad llena de vida que tiene que reprimir, no tanto por las circunstancias, sino por su propia manera de ser. Es como si se tratara de una botella llena de gas, cuyo tapón impide que el gas salga al exterior.

Lo dijo Shakespeare en uno de los sonetos, el 116, que Marianne Dashwood leía con apasionamiento en Sentido y Sensibilidad:

“La unión de dos almas sinceras no admite impedimentos. No es amor el amor que se transforma con el cambio, o se aleja con la distancia. ¡Oh, no! Es un faro siempre firme, que desafía a las tempestades sin estremecerse. Es la estrella para el navío a la deriva, de valor incalculable, aunque se mida su altura. No es amor bufón del tiempo, aunque los rosados labios y mejillas caigan bajo el golpe de su guadaña. El amor no se altera con sus breves horas y semanas, sino que se afianza incluso hasta en el borde del abismo. Sí estoy equivocado y se demuestra, yo nunca nada escribí, y nadie jamás amó”

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