Cine, flamenco y tópicos


Parece que la única mirada que interesa al cine es la que abre la puerta al tópico andaluz, a las juergas de los señoritos, a la miseria que se alivia con el cante, a la relación entre toros y flamenco, omnipresente. El flamenco actúa así como una suerte de ambientación, de telón de fondo, delante del cual transcurren las historias, sin apenas contaminarse, sin desvelar nada de lo que se oculta tras la fiesta, el bullicio o las celebraciones. Las películas contribuyen a asentar el estereotipo del andaluz, ya reflejado en las narraciones de los viajeros románticos, tan alejadas de la realidad. Su pervivencia en la composición de personajes llega hasta nuestros días, pues proliferan en las series televisivas los andaluces graciosos, las chachas con deje andaluz, los cuentachistes…

En algunas películas esa fiesta va asociada a los ritos familiares, bautizos, bodas, entierros o a las costumbres populares de más arraigo, romerías y ferias, y aparece como un elemento más del paisaje, que, en ocasiones, tiñe de tipismo el ambiente y muestra personajes que nunca existieron en la realidad. Algunas de esas fiestas, caso de la Feria de Sevilla o de la Romería del Rocío, forman parte hoy de un imaginario general que las considera la culminación del folklorismo de papel couché, aportando personajes y escenas a las tertulias televisivas, los programas de telebasura y las revistas del corazón. La esencia de estas fiestas, la música asociada a ellas, sus orígenes y significados, se ven arrastrados por una homogeneización de las actitudes que únicamente pueden llevar a la desaparición de su verdadero sentido. 

Con respecto al cine de tema flamenco es importante destacar que ofrece líneas estéticas diferenciadas, cada una de ellas con sus propias características, comenzando con aquella más costumbrista que lo acerca a la exposición de usos y modos de comportamiento y que hace recaer el peso del argumento en alguna figura famosa, bien del ambiente flamenco, del baile o de los espectáculos al uso. Esta tendencia comienza con las iniciales muestras de cine mudo en España y continúa hasta el estallido de la Guerra Civil. Al igual que en la grabación de discos, también es El Mochuelo el pionero en la aparición de registros visuales y a este nombre hay que añadir los de las grandes estrellas de principios de siglo, a saber, Pastora Imperio y La Argentinita. 


Antonio Pozo El Mochuelo fue un artista extraordinariamente popular y completo, que abordaba todos los estilos. Manifestó una gran visión de futuro, poco frecuente en el flamenco, al atreverse a dejar su voz grabada en cilindros de cera, anteriores a los discos de pizarra de una cara. Su popularidad traspasó los límites de Andalucía y de España, llegando a ser muy conocido en América. Se conserva de él, por lo tanto, una gran discografía que permite estudiar los diversos estilos en el estado en el que se hallaban durante las tres primeras décadas del siglo XX. No sólo cantó flamenco, sino que en su amplísimo repertorio había cantos regionales lo que acentuó su popularidad. Esta íntima relación entre la interpretación de flamenco y de folklore ha seguido existiendo a lo largo de toda la historia y ofrece interesantes muestras de cruce y trasvase de estilos, así como de influencias recíprocas. No hay que dejar de lado tampoco que tres grandes recopiladores de coplas populares, Demófilo, Menéndez Pidal y Manuel García Matos, han mostrado su fascinación por el flamenco y han aportado hallazgos de interés.

Por su parte, Pastora Imperio trabajó en dos películas. “La danza fatal” y “Gitana cañí”. En cuanto a La Argentinita hizo “Flor de otoño” y “Rosario la cortijera”. La primera es del año 1916 y fue dirigida por Mario Caserini. La segunda se rodó en 1923 bajo la dirección de José Buchs. Ambas artistas presentan un perfil muy parecido. Su talento se presentó en formatos diversos y fueron capaces de mantener una trayectoria profesional de enorme proyección, tanto en teatro, baile, cine o cante. 

La finalización de la Guerra Civil devuelve la actividad a los estudios cinematográficos, mucho más en un momento en el que el cine se convierte en una parte importante del ocio de los españoles, que lo viven como una evasión que les haga olvidar, al menos en alguna medida, el negro panorama que están viviendo los que, en lugar de marchar al exilio, soportan el día a día de la convivencia en un país semidestruido, sin libertades y con gravísimos problemas de hambre, estraperlo, miseria, subsistencia en suma. 

En este ambiente aparece la “españolada” que se prolongará hasta los años 60 del siglo XX, no sólo en películas de tema flamenco o andaluz, sino en nuestro cine de forma general. En el cine flamenco de los años 40 las presencias más reiteradas son las de Angelillo, Pepe Marchena o Juanito Valderrama, que protagonizan películas con argumentos sencillos, sentimentales, donde la música es el principal reclamo. La mayoría de esas películas fueron grandes éxitos de taquilla y construyeron la memoria sentimental de los adolescentes y jóvenes de la época. Angelillo, por ejemplo, aunque hoy esté ciertamente olvidado, fue una gran estrella y los títulos en los que intervino marcaron un ascenso en el gusto del público. “El sabor de la gloria” de 1932. “La hija de Juan Simón” de 1935. “Centinela alerta” de 1936. Y su mayor éxito, “El negro que tenía el alma blanca”, de 1934, todas ellas anteriores a la guerra. De “El negro que tenía el alma blanca” hubo una versión anterior, de 1927, protagonizada por la gran estrella Conchita Piquer. En el año 1951 se realizó la tercera versión de esta película, en este caso con María Rosa Salgado y Antonio Casal como principales intérpretes. 


Sin duda, el papel más destacado en el cine folklórico-flamenco lo tenían las intérpretes de copla, como Gracia de Triana, Estrellita Castro, Marifé de Triana, Juanita Reina, Antoñita Moreno o Imperio Argentina. Entre los hombres sobresale, desde luego, la figura cenital de Antonio Molina, a cuyo nombre hay que añadir los de Rafael Farina, Joselito, el gran Manolo Caracol y, ya en los años más recientes, Manolo Escobar. 

Una línea más seria y menos costumbrista fue iniciada por “Duende y misterio del flamenco” de 1952, dirigida por Edgar Neville. El drama flamenco, por otro lado, tuvo su principal intérprete en la genial Carmen Amaya, protagonista del gran éxito de 1936 “María de la O” y que llegó a participar en películas rodadas en Hollywood, como “Pierna de plata” de 1944, un musical en blanco y negro. Su película más interesante es, sin embargo, “Los Tarantos”, de 1963, bajo la dirección de Francisco Rovira Veleta, con la interpretación, además, de Antonio Gades y el cante de Chocolate. En estos últimos casos, la ruptura de los tópicos produce, a la par que una mejor consideración crítica, un evidente alejamiento de los grandes públicos, cuyos gustos cinematográficos ya iban por otro lado. 


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