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"Rialto, 11" de Belén Rubiano

"Anoche soñé que volvía a Manderley"...comienza narrando Daphne Du Maurier cuando la muchacha sin nombre rememora, en su apartamento de la Costa Azul, el tiempo en el que junto a su flamante marido, Maxim de Winter, vivía en la mansión inglesa que trajo a la vez desgracia y asombro. 

Algo parecido parece querer contar Belén Rubiano (Sevilla, 1970) en este "Rialto, 11" que publica la editorial Libros del Asteroide y que ha tenido notable éxito entre los lectores. La peripecia cotidiana de una mujer que encuentra trabajo, primero, en una librería bastante comercial y dirigida al modo stajanovista y que después, en un atrevimiento casi suicida, decide que es el momento de abrir su propio negocio, nada menos que una librería. "La librería", de Penelope Fitzgerald, se ha convertido en la más famosa del mundo después de que Isabel Coixet llevara a las pantallas la aventura de Florence Green, esa librera que libera de los fantasmas a un viejo edificio de la costa inglesa y que pretende que los habitantes del pueblo, incluidos los que medran con el poder, lean a Nabokov y conozcan a "Lolita". 

Una librería es una aventura, salvo que quieras compatibilizar la venta de libros con carpetas, bolígrafos, rotuladores, material de oficina, fotocopias y mochilas escolares. En Sevilla, la ciudad en la que se sitúa la librería de Belén Rubiano, estos establecimientos aparecen y desaparecen sin demasiado orden ni concierto, salvo el desastre económico. Una librería parece ser un negocio ruinoso. En la Ronda de Triana estuvo varios años la librería Novalis, a la que yo acudía casi a diario porque pensaba, y tenía razón, que estaba en mi obligación contribuir a que no se cerrara. Se terminó cerrando y Triana se ha quedado huérfana prácticamente de estos establecimientos. En Los Remedios, donde estaba la primera librería en la que Belén Rubiano trabajó, existe ahora una cadena que sustituye a otra anterior, y una antigua librería que es la única que mantiene un fondo decente y una voluntad férrea de continuar. 

El libro comienza cuando Belén Rubiano consigue, por casualidad y perseverancia, un empleo de dependienta o quizá de chica para todo, en una cadena de librerías con varios establecimientos en Sevilla. Sé bien de qué cadena se trata pero, como ya ha desaparecido, no voy a mencionarla ya que ella no lo hace tampoco. A la dueña de la librería, que regenta en concreto la de la calle Asunción, una de las arterias principales de Los Remedios, la denomina como "la señora de Burgos". Su carácter áspero, desconfiado, extraño y hasta antipático, está en toda esa primera parte mientras trabaja por cuenta ajena. Eso y el horror que le supuso a la dependiente novata vender continuamente "Los pilares de la tierra", el libro de Ken Follet del que afirma que "en poco tiempo aborrecí con toda mi alma". La contrapartida es esa clienta que se muestra encantada con la recomendación de que lea "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen, en una edición llena de citas de la editorial Cátedra (la de las portadas blancas), que a la lectora la deja encantadísima, lo que se traduce en su expresión jubilosa: "Ay, ese Darcy, ese Darcy..."

La segunda parte del libro es, propiamente, el que relata sus peripecias en la librería que logra montar en una esquina de la plaza de Rialto (realmente llamada Padre Jerónimo de Córdoba) con la calle Jáuregui. Es un local pequeño, cuyas paredes están cubiertas de azulejos de Mensaque, que el dueño quiere preservar a toda costa y con unas ventanas a la calle que van a funcionar a modo de escaparate. Los préstamos familiares ayudan a crearla y ahí comienza la gran aventura, la que tiene que ver con apuros a fin de mes, con búsqueda de libros, con errores a la hora de configurar el fondo, con notar la diferencia fundamental entre esta librería y aquella en la calle Asunción en la que había trabajado. Todo es cuestión de palabras y de textos pero nada es lo mismo. 

Cuando las cosas van tan mal que no es posible mantener el establecimiento y tiene que cerrarlo hay una escena muy triste y paradójica porque entonces los vecinos de la plaza reparan en el hecho y se acercan a decirle que eso es una pena, que ellos pensaban comprarle libros que ya nunca podrán comprarle. Haberlo pensado antes, dice ella para sí misma. Y así es. Llegaron demasiado tarde. No cometieron dos errores pero sí uno muy importante: el de creer que los libros se venden solos.

Hermosa aventura esta la de jugárselo todo a la carta de un negocio que depende de que haya personas que quieran leer y otras que escriban cosas tan sustanciosos que merezcan ser leídas. El librero, la librera en este caso, es un glorioso intermediario entre dos personas que no se conocen y que no se conocerán nunca. Es una especie de adelantado en las colonias por explorar, un guía en la oscuridad y un publicista que debe compaginar los buenos libros con los libros que la gente quiere leer. Siempre que entro en una librería le hago la prueba del nueve a los vendedores. Distingo con total nitidez el que sabe qué se trae entre manos y el que vende libros como podría vender detergente para lavadoras. Los que superan el examen tienen mi aprecio y, aunque no me deje llevar por sus recomendaciones (esto sería demasiado en una lectora tan insurrecta como yo) sí respeto sus opiniones y las confronto con las mías. Estoy segura de que Belén Rubiano era una de esas libreras que aman los libros y que los consideran la mercancía más frágil de todas las que se pueden vender. Quizá por eso colgó el cartel de Cerrado. Quizá por eso ha escrito este libro. 

Rialto, 11. Belén Rubiano. Libros del Asteroide. 2019. 

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