Ir al contenido principal

"Fruitlands" de Louisa May Alcott


Siempre pensé que detrás del tono edulcorado y cursi de "Mujercitas" había algo que se escapaba a mi comprensión inmediata. Sobre porque me resultaba tan pesada toda esa maraña de hermanas que terminaban mal o regular que tenía la impresión de que en la cabeza de la autora pululaba un pensamiento difícil de asimilar por mí. Y era cierto. Ahora lo sé. La publicación de este "Fruitlands" que ha realizado recientemente la editorial Impedimenta, abunda en la infancia de Louisa May Alcott y en la filosofía trascendentalista, que es la que inspira tanto este libro como la propia infancia de la familia Alcott.

Esa idea ingenua de que la pobreza digna da la felicidad y de que alejarse de lo mundano garantiza la paz interior, ronda todo el tiempo por las novelas de esta escritora, al menos las que firmó con su nombre, porque luego están las de su heterónima A. M. Barnard y eso es harina de otro costal. Lo que me faltaba en "Mujercitas" era el sentido del humor. Y aunque las niñas de todo el mundo se declaraban y se declaran devotas de las chicas March (la prueba es que no cesan de aparecer adaptaciones cinematográficas y televisivas del libro, así como mangas, animes y merchandising de todo tipo) yo siempre he andado por otro lado. No soy una de esas mujercitas, está claro. Y no es un libro que, digamos esto de manera muy cursi, ha influido en mi educación sentimental. 

No obstante, otra cosa es "Fruitlands". Porque la fina ironía que se desprende del relato desde las primeras líneas hace que resulte una lectura entrañable, tierna, curiosa y animada. Todo para lograr entender que alguien pueda tomarse en serio eso de vivir de la tierra sin que nuestras manos humanas perturben el lento razonar de la naturaleza. Maravilloso el inicio del libro, con esa carreta que avanza "serenamente", cargada de enseres serenos y de niños serenos y de mayores que quieren ser puros, buenos y gozosos. La práctica mentalidad de la madre, Hope, choca con el idealismo absoluto y yo diría absurdo, del padre, Abel Lamb. Y con ellos un personaje que representa ese tipo de personas que predican tanto que no les da tiempo a hacer. Son "seres" que no "hacen". Ese es Timon Lion, a quien la señora Lamb tiene perfectamente calado. Las niñitas tranquilas y los niños serenos (la palabra expresa más de lo que parece) y hasta el burro estoico, todo es signo de la llegada de un grupo que se dirige a vivir una experiencia única, lejos del mundanal ruido, en plena naturaleza, pero que, me temo, se encuentra pronto con la cruda realidad de la vida.

La frugal comida con la que los habitantes de la casa roja agasajan a los Lamb a su llegada (consistente en patatas asadas, pan negro y agua, servido todo en cuencos de peltre) es un eficaz símbolo del estilo de vida que se preconiza en la obra y que tuvo que formar parte directa de la vida de la autora. Sin embargo, la crítica ácida que se trasluce de las observaciones de la lúcida señora Lamb, la actitud farisea y casi hipócrita de Timon Lion, representante vivo de aquellos que predican sin dar trigo, y las vicisitudes que acechan al grupo cuando se presentan las cuestiones de la cotidianeidad a las que no saben dar respuesta: cómo comer, de dónde sacar agua potable, qué tipo de material usar para los zapatos, cómo protegerse de las tormentas, etc., no dejan de resultar una visión satírica e incluso desesperada de esta especie de pre-ecologismo que, impregnado de ideas y de verduras míticas, de huertos floridos sobre terrenos pedregosos y de frutas sobre paisajes ganaderos, significó la ideología que se trasluce en sus obras y que fue una parte importante de su vida. Massachussets, 1940, he ahí el escenario de esos intelectuales bienintencionados que buscan una existencia armónica, lejos de la sociedad real.

Hay que vivir, hay que comer, hay que sobrevivir y hay que hacer. Y si uno no sabe labrar la tierra, no quiere perturbar el ciclo natural de los animales, no tiene artes aprendidas para lograr el sustento, no sabe, en fin, nada más que pensar, rezar y mirar al cielo, las cosas se ponen muy, muy difíciles. Aunque los ingenuos monjes del grupo (se llaman, así mismos, "hermanos") no se den cuenta o no quieran darse cuenta. Siempre habrá, no obstante, una mujer que lo vislumbre de inmediato y que los mire a todos con gesto de resignación y de picardía. 

La experiencia de la familia Lamb en esa especie de comuna es muy parecida a la que vivió la propia Alcott en su infancia, pues su padre era el filósofo Amos Bronson Alcott, amigo de otros trascendentalistas muy conocidos como Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne, Henry David Thoreau. Eran una familia muy pobre, con una pobreza asumida como forma de vida y, por ello, tuvo que trabajar desde muy joven, dando clases, cosiendo o publicando pequeñas colecciones de cuentos. Sus tres hermanas, Anna, Lizzie y Abba May, así como su madre, Abigail May, llevaban el mismo tipo de vida, aunque solo ella, Louisa May, tuvo dotes para la literatura. El paralelismo con las hermanas March es evidente.

Louisa May Alcott (Germantown, Pensilvania, 1832- Boston, 1888) fue una mujer muy concienciada con determinados problemas de la época, como el abolicionismo y el sufragismo. Participó incluso en la Guerra de Secesión como enfermera y defendió siempre el voto femenino y la emancipación de la mujer. Su educación y la de sus hermanas corrió a cargo de su padre y no acudió a ningún centro educativo ni se casó.

Aunque había publicado diversas colecciones de cuentos con anterioridad, incluso la historia que da origen a este libro "Trascendental Wild Oats", no fue hasta 1868 que su éxito la colocó de lleno en el universo literario, aunque siempre ligado a los libros para jóvenes y a determinados modelos de conducta que son los que representan tanto "Mujercitas", como "Aquellas mujercitas" y "Hombrecitos". El último libro de la saga March "Los muchachos de Jo" se publicó en 1886, dos años antes de morir la autora.

Después de una infancia presidida por las teorías filosóficas y existenciales de su padre, viviendo en esa pobreza digna que todas asumían, tuvo que resultar curioso saber cómo asumió su papel como escritora reconocida, aunque da la impresión de que la literatura fue para ella, además de una forma de transmitir esas ideas que defendía, una manera de subsistir económicamente. La trascendencia de esos libros dedicados a contar la historia de las cuatro chicas March continúa hasta nuestros días. No menos de diez versiones se han hecho en imágenes del libro.

La última saldrá el próximo diciembre, en forma de película interpretada por Meryl Streep, Saoirse Rona, Florence Pugh, Eliza Scanlen y Emma Watson. Las versiones mudas de 1917 y 1918 fueron seguidas de otra a cargo de George Cukor y de la clásica de Mervin LeRoy de 1949, con un elenco formado por June Allyson, Margaret O´Brien, Janet Leigh y Elizabeth Taylor. En 1995 se realizó otra con Susan Sarandon y Winona Ryder entre otras.

Desde que el libro se publicó por primera vez, las sucesivas reediciones y las películas han acercado a Beth, Meg, Jo y Amy March a las niñas y jovencitas de todas las generaciones, convirtiéndose en un clásico y asociando de forma definitiva a su autora con este libro. Sin embargo, pocos lectores conocen la vertiente victoriana de las historias escritas con el pseudónima de A. M. Barnard, las colecciones de cuentos o los poemas escritos por Louisa May Alcott, mucho menos su vertiente de activista y su vinculación con los trascendentalistas.

Fruitlands. Una experiencia trascendental. Una aventura utópica de Louisa May Alcott. Editado por Impedimenta, 2019. Traducción de Consuelo Rubio Alcover. Postfacio de Pilar Adón. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros