Ir al contenido principal

Dos miradas


Sentados en el salón de nuestra casa, a media mañana de un domingo frío, con la lluvia cayendo sin parar al otro lado de los ventanales y un aire de quietud en la plaza…La vida da una vuelta de tuerca cuando es tu hijo quien te conduce a través de una película. Sonríe a veces con tus preguntas y te mira con condescendencia al oír algún comentario que le resulta casi inocente. Ay, piensa, cómo es mi madre…El ciclo de la vida, que comenzó cuando vimos juntos “El rey León”, nos ha llevado a compartir hoy “Casino” de Scorsese. La cinefilia se hereda pero no por vía genética sino por la bendita fuerza de la costumbre. Por la sencilla ecuación de compartir horas y horas viendo películas y hablando de ellas. “101 dálmatas”, “En busca del valle encantado”, “Pesadilla antes de Navidad”. Y luego, el gran salto, “Doce hombres sin piedad”. Hasta llegar al cine japonés en versión original y con subtítulos en inglés. ¿Hay quién dé más?. Él es la cuarta generación de esa cinefilia que hoy nos convoca delante de la televisión para ver en el BlueRay una película. 

Rojo y dorado. Maletines. Avionetas particulares. Esbirros a sueldo. Jefes respetables y matones sanguinarios. Las Vegas. El todopoderoso sindicato de camioneros. Tipos trajeados, con el pelo peinado hacia atrás, con brillantina, como si de Travolta se tratase, pero en plan bestias. El puto dinero. La puta vida. Los putos jefes. 

De Niro lleva unas enormes gafas de sol, moda años setenta. Camisas amarillas, imposibles chaquetas azul claro. Corbatas del color de la camisa. Un estilismo inenarrable. Una gama cromática que se repetirá durante toda la cinta. Y, en la mano, siempre un cigarrillo. No hay una sola escena en la que no aparezca fumando o a punto de hacerlo. Así puedo observar el grueso anillo de oro que lleva en el dedo anular. Cosa de canis, de frikis, de vikingos…

Las voces en off se alternan durante toda la acción. Joe Pesci y Robert de Niro dan su propio punto de vista de lo que allí está pasando. Nicky y Ace (o Sam) comienzan siendo amigos y terminan…mejor no decirlo. La iluminación enfatiza los rostros, destaca las miradas, la crueldad de los ojos viendo al enemigo. Cuando Nicky se carga a un tipo en la barra hundiéndole un bolígrafo, sangre a borbotones, da muestras de la violencia soterrada que lleva dentro. La corrupción de los políticos y de los altos funcionarios emerge con claridad. “Había que tenerlos contentos”. “Todo por cuenta de la casa”. Rubias oxigenadas, sin pizca de misterio, ostensiblemente mercenarias, cruzan el espacio abierto entre las mesas de juego. Tapetes verdes, fichas de colores. 

“Aquel mamón era el único ganador en serio que he conocido”. Definiciones. Los símbolos del lujo, del poder, los primeros planos, la vigilancia que sobrevuela a todos. Y la música. Para la chica “My Sweet Baby”, Sharon Stone, “me enamoré de ella allí mismo, pero en Las Vegas y con una chica como Ginger el amor cuesta dinero”. Ginger es, pues, una respetable buscavidas. “Ginger sabía tratar bien a la gente” Sobre todo a los aparcacoches, los reyes del hampa en los casinos. Pero, ay, Ginger tenía un punto débil, el chulo de su novio, Lester, James Wood con un aire marginal que logra enternecernos. 


Las voces en off lanzan dos miradas, cuentan dos realidades y nosotros dos, en el sofá, diseccionamos esas voces y las nuestras se mezclan con el sonido de la magistral banda sonora, de las canciones metidas hasta en la sopa, del exceso musical que llena la película de movimiento, de ritmo, de cadencia, de armonía…La parte tierna de Nicky es su hijo al que prepara el desayuno. Todos los maleantes tienen su corazoncito. 

“Cualquier paleto con botas es concejal del condado o primo del concejal del condado”. Demoledor. Y luego, la incomprensión ante esa mujer rubia, Ginger, que pone en peligro su matrimonio con un hombre poderoso y atractivo por seguir fiel a alguien que la ayudó a sabe Dios qué en su juventud. Así surgen los triángulos. Ginger, Lester, Sam. O ese otro. Ginger, Sam, Nicky. O este. Ginger, Sam, Dinero. La volubilidad de los afectos. Salvo el afecto por la pasta que es el máximo sentimiento que ella puede expresar. El más duradero, eso sí. 

La música, siempre la música, marca el clima de cada escena y a veces compiten dos sonidos en el mismo recuadro, en el mismo momento. La cámara y la música cubren todos los espacios, sin dejar huecos, a modo de un barroco ensañamiento que realza lo que allí está ocurriendo. El cine americano hunde el bisturí en la propia miseria de su sociedad, en los chanchullos políticos, en la corrupción. El género de gángsters es un claro ejemplo de ello. O el judicial. O el género “Casa Blanca”. Y siempre los poderosos por un lado y los marginados por otro. “Están de visita pero se comportan como si estuvieran en su casa”. 

El descenso a los infiernos de Ginger dibuja una mujer que trata bien a todo el mundo pero que no sabe llevar una vida fácil porque está acostumbrada a situarse al filo de la navaja. “A veces me he sentido un cliente”, le dice su marido.

Pero el problema, en realidad, se plantea cuando deja de marchar bien “el cuarto de contar dinero”. “Maldito parné", diría Estrellita Castro en esa copla tan famosa. Porque los jefes se dan cuenta de que los maletines van cada vez menos cargados. Y, aunque Sam intenta conservar la calma y mantiene su elegancia con esa bata de seda tan preciosa y el cigarrillo sempiterno en la mano, empieza a darnos la impresión de que es un ídolo con los pies de barro. De que todo el tinglado tiene las bases de movediza arena. El enfrentamiento entre las ideologías de los dos co-protagonistas es patente. “Yo soy idiota y a mí lo de la cárcel me la suda”, dice Nicky. “Quiero llevar una vida legal y discreta”, contrapone Sam.

Los momentos de humor hay que anotarlos en el haber de la película porque ¿quién soportaría tamaña miseria, tanta violencia, si no es con esas gotas ácidas, corrosivas, fuertes, muy fuertes?: La anciana en el supermercado de Piscano, a modo de madre de Almodóvar. Los cambios de coche de Nicky cuando le persigue el FBI. La conversación telefónica entre Ginger y Ace mientras Lester está en el coche con la niña parloteando sin cesar. Las elucubraciones de Sam sobre el destino de los veinticinco mil del ala que se ha quedado Ginger. La lectura de labios. Los capos con mascarilla en el juicio. 

El encuentro de Ace y de Nicky en el desierto es un ejemplo del virtuosismo fílmico de Scorsese. Los movimientos de la cámara, la fotografía, el juego de las miradas, los planos y contraplanos, los efectos del sol y la nube polvo en las imágenes…La distancia entre ambos, antaño amigos, se evidencia en esta escena mucho más que en las confrontaciones verbales. 

El final de este entramado se recoge en una frase “Fue muy rápido. Todos los que sabían algo, cayeron”. 

Las imágenes finales son una muestra de que el criminal nunca gana (o eso dicen). Ginger deambula con sobredosis por un estrecho y lúgubre pasillo. Sam se salva in extremis de un atentado y vuelve a sus orígenes, a sus comienzos trapaceros. Nicky paga con una terrible muerte sus crímenes y su arrogancia. Violencia, sí. Cine, también. 

La ciudad no volvió a ser la misma. Hagan juego, señores. 

“Y eso es todo” 


Sinopsis

Año 1973. Sam Rohstein, apodado “Ace”, es un profesional de las apuestas que actúa como extravagante ejecutivo encargado de controlar uno de los más importantes casinos de Las Vegas. La misión principal consiste en garantizar el flujo de dinero a las manos que han de recibirlo, esto es, políticos, policías, mafiosos, sindicatos, etc. Su trayectoria profesional está unida a la de su amigo Nicky Santoro, un delincuente sin escrúpulos. Cuando Sam intenta pensar por sí mismo se desatará una convulsión que terminará afectando a toda la estructura de los casinos y del juego, así como a sus propias vidas. 

Algunos detalles de interés

Martín Scorsese (1942) dirigió esta película en 1995, sobre un guión escrito por el mismo y el autor de la novela original, Nicholas Pileggi. La base de la novela es la peripecia de Frank Rosenthal, que dirigió varios casinos en Las Vegas en los años setenta. 

La banda sonora de la película recorre prácticamente todos los sonidos en boga en esos años. Merece especial mención el trabajo realizado por Dante Ferretti en el diseño de producción. 

Sus principales intérpretes son Robert De Niro, en una más de sus colaboraciones con Scorsese; Sharon Stone, que realiza aquí un papel de gran fuerza expresiva que le valió un Globo de Oro y una nominación al Óscar; Joe Pesci, en el papel del descerebrado Nicky Santoro, cuya llegada a Las Vegas desencadena la tragedia y James Woods, en un inusual registro, el del novio de la protagonista, de la que se aprovecha descaradamente. El cantante Frankie Avalon interviene en la película interpretándose a sí mismo. 

“Casino” es un película de mafiosos, casi un género dentro del cine americano. Es considerada por muchos una obra maestra dentro de la trayectoria de su director. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co