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La arquitectura de la emoción


Descubrimos juntas la arquitectura. La belleza de las formas. La armonía de la piedra en el paisaje. La frescura del acero mezclado con vidrio. La fortaleza del hormigón. La calidez del nogal, del pino o la caoba. Descubrimos juntas las texturas. Esa unión armoniosa y sustancial del diseño y la ingeniería. Esa búsqueda del espacio interior. El reconocimiento de lo útil. La vida nos ha separado pero, en el fondo, cada una de nosotras sigue llevando dentro a la joven estudiante indecisa que encontró a Frank Lloyd Wrigth en la figura triste de Gary Cooper. 

El eterno dilema entre tradición y modernidad, la lucha del artista por defender su verdad, es el tema central de la novela “The Fountainhead“, escrita por Ayn Rand y publicada, con enorme éxito, en 1943. Eran tiempos de afirmación. Howard Roark, el arquitecto que la protagoniza, representa el ideal de integridad, independencia y talento, que tiene que abrirse paso a través de un stablishment que nunca entenderá su postura, que nunca abrirá ninguna puerta. La Historia del Arte está llena de estas luchas individuales que, al final, son las que hacen avanzar la creación artística. Puedes leer, si tienes dudas, la autobiografía que escribió el orfebre y escultor Benvenuto Cellini. En “Mi vida“ el artista italiano nos cuenta cómo tuvo que sufrir la tiranía de los mecenas que le obligaban a realizar obras en las que no tenía el mínimo interés. Hablando con Antonio Sosa, pintor y escultor de ahora mismo, esa sensación de falta de aire seguía estando palpable. 


Con un guión de la propia autora se filmó “El manantial“. La novelista quiso controlar el proceso de llevar al cine su libro. Sin embargo ese control no fue absoluto y hubo, como suele ocurrir, sus más y sus menos. En la pantalla, Gary Cooper estuvo de nuevo solo ante el peligro y se convirtió en un arquitecto vanguardista cuya única esclavitud es el amor que siente por Patricia Neal, Dominique Francon en la película, un amor que traspasó las fronteras del celuloide, tal y como se puede apreciar con claridad en las imágenes. Un amor imposible dentro y fuera de la pantalla. La fervorosa dedicación a su trabajo y un matrimonio previo, respectivamente, fueron los diques de contención de ese romance en sus dos vertientes. 

Convencionalismo contra innovación, ruptura de los legados que constriñen al mundo artístico en tantas ocasiones, pero también lectura social, también grupos de poder que presionan sobre la individualidad desde todos los frentes. El debate sobre la oportunidad de la arquitectura en determinados contextos urbanos, sobre su sentido de trasgresión, sobre su autenticidad, no es patrimonio de un tiempo sino que permanece anclado en la dialéctica intelectual de una forma decisiva. Aquí, junto a mí, al otro lado de donde escribo, la imponente Torre Pelli, una suerte de torre de Pisa erguida y prepotente, junto al Guadalquivir y desafiando la figura antigua de La Giralda, es una muestra más de que la lucha entre conservacionismo y ruptura es una constante. 

Quizá, como se ha dicho en algún apunte crítico, Gary Cooper era algo mayor cuando abordó este papel, pero su elegancia interpretativa y el movimiento de sus manos diseñando en el aire los elementos de una estructura tan libre de ataduras jugaron a su favor en la composición del personaje. Además de que Cooper es el signo de la madurez masculina, tenga la edad que tenga. La película ofrece al espectador el potentísimo pulso narrativo que caracteriza a su director, King Vidor, y una impresionante banda sonora a cargo de Max Steiner. En pocas ocasiones el mundo de la arquitectura aparece tan soberbiamente retratado y tal vez ese trasfondo filosófico que envuelve toda la película, lejos de lastrarla, actúa a modo de hilo conductor, de explicación de las actitudes personales, incluso cuando están llenas de intereses espúreos. 

Mucho se ha hablado de los paralelismos que se sugieren entre Howard Roark, el protagonista, y Frank Lloyd Wrigth, el arquitecto rompedor, casi revolucionario, que escribió con su visión una nueva página de la historia de la arquitectura. Seguramente muchos se acercaron a la “Casa de las Cascadas“ tras ver la película. Y hay que reconocer que, a pesar de esa vitola de intelectualismo que la recorre, es posible otra lectura, una lectura más asequible, más sencilla, la que llegó al corazón de mi madre y sus amigas, la que confirma la necesidad de creer en los sueños, aun en los irrealizables, como lo son casi todos. 

Sinopsis

Howard Roark es un arquitecto que pretende romper con lo anterior y plasmar en sus edificios un nuevo concepto de arquitectura. En su lucha contra aquellos que quieren mediatizar su trabajo se encuentra con Dominique Francon, periodista, con la que mantiene una relación ambivalente pero llena de pasión. 

Algunos detalles de interés

Frank Lloyd Wrigth mantuvo posturas contrapuestas acerca de su identificación con el personaje de la película. El objetivismo filosófico es una corriente que defendía la autora del libro y que está basada en el egoísmo personal como forma de defender a ultranza las ideas personales. Los estudios ofrecieron al arquitecto el encargo de hacer las maquetas de los proyectos, pero no llegaron a un acuerdo, supuestamente por el elevado precio que pedía para ello. Patricia Neal y Gary Cooper vivieron un tórrido romance dentro y fuera de la pantalla, aunque nunca pudieron formalizar su relación porque él estaba casado y no quería divorciarse. En la película, Roark tiene dos antagonistas. Uno, que es también arquitecto y que representa la adaptación a las circunstancias, Keating. Otro, crítico de arte, Toohey, es el paradigma del uso de artimañas para destruir a quiénes no se avienen a su criterio. 

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