Un flamenco en La Regenta

El secreto de este libro está en su capacidad para abrirnos la puerta, cerrada a cal y canto, de una sociedad que se sostiene en un ámbito geográfico muy reducido pero cuyo núcleo vital acumula tantos sentimientos, deseos, odios, miedos y pasiones que traspasa los límites de su propia espacialidad. 

La ciudad, Vetusta, Oviedo, más aún, ese estrecho conjunto de calles y rincones que tienen como eco central la catedral, es el protagonista que refleja como un espejo el devenir de estos otros personajes con formas y nombres propios. Aún hoy es Oviedo, en concreto la zona urbana antes citada, la red que envuelve un determinado estilo de vida: la misma grisura de sus cielos, siempre cubiertos, y la misma presencia majestuosa de sus contornos montañosos. Los personajes de Clarín se sienten unidos y casi atados a la ciudad, marcados en su relación por la mezcla de amor y odio inherente a los conflictos humanos. 

Entre esos personajes hay uno que ha despertado mi interés. Joaquín Orgaz, Joaquinito, a quien el propio autor define como “un flamenco”. Este calificativo viene motivado por una doble vertiente del personaje: por un lado, su propio carácter y por otro sus aptitudes artísticas: 

“Se llamaba Joaquín Orgaz…había acabado la carrera aquel año y su propósito era casarse cuanto antes con una muchacha rica. Ella aportaría la dote y él su figura, el título de médico y sus habilidades flamencas”

Por lo visto “empezaba entonces el llamado género flamenco a ser de buen tono en ciertos barrios del arte y algunas sociedades”. Quiero esto decir que salía el flamenco de esa marginalidad que en otras épocas había hecho protestar a la “buena sociedad” cuando se incluía en los programas de los teatros. La presencia del flamenco en estos escenarios fue muy pronta e incluso investigadores recientes la sitúan en tiempos anteriores a los cafés cantantes. Así tuvo que ser en el norte de España si nos guiamos de las opiniones de Clarín. 

Se explica así cómo un personaje de la burguesía de Oviedo demuestra su gusto por este arte llegando al extremo de ofrecer ante sus amigos una demostración de cante por diversos estilos. No solamente en estos talentos basa el autor el apodo que le adjudica a Orgaz, sin embargo. También está en función de ciertas actitudes del personaje que rayan en la chulería, en el gesto audaz y el desplante. Quizá de este concepto en el uso del vocablo descienda el dicho que entiende por “ponerse flamenco” el adoptar posturas especialmente atrevidas y envalentonadas. Algo que, curiosamente, también se califica como “ponerse farruco”. Y la farruca es un cante emparentado en su origen con ciertas formas del folklore asturiano. 

Todo esto que decimos está muy en la línea de la consideración que el flamenco tenía en las mentalidades norteñas, zonas en las que no existía ni existe el vínculo vivencial con esta música. Ese desconocimiento no impidió ni impide en la actualidad la existencia de esa especial atracción que los no andaluces sienten por esta manifestación. 

Ya relataba Baroja que las coplas de los coros del Carnaval de Cádiz fueron muy conocidas y cantadas en el norte, considerándolas el escritor como una de las primeras incursiones del flamenquismo en el norte de España. No andaba descaminado Don Pío en su aseveración pues es hecho sabido la relación que existe entre la música flamenca y la música del carnaval. Desde entonces esa atracción ha seguido patente, aunque no haya dado lugar a un acercamiento profundo al tema, sino que, como suele ser lógico en estos casos, el sonido que se incrusta y acepta suele ser el más llevadero y simple. Véase si no el enorme éxito de las sevillanas en todos los lugares de España, aunque sea pagando el tributo de su pérdida de pureza. 

Resulta cuando menos interesante observar en el universo de “La Regenta” las apariciones de este personaje, Joaquín Orgaz, con su psicología especial que se convierte en un espejo de lo que pensaba la intelectualidad acerca de algunas formas de arte que les resultan difícilmente inteligibles. Pensamiento que, por otra parte, no ha experimentado la necesaria evolución que propicia la puesta en su lugar de las ideas acerca de nuestro arte. El exotismo y a veces hasta el snobismo siguen primado en muchas actitudes. También es verdad que en los andaluces, depositarios de esa inmensa cultura musical, faltan y fallan las formas de transmisión de lo auténtico. Demasiadas veces la bulla externa nos aleja de lo que reconocemos como esencia y verdad. 

La Regenta es la primera novela de Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901). Fue escrita entre los años 1884 y 1885. 

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