Ir al contenido principal

Rosalía


Otra vez. De nuevo. ¿Qué es esto? ¿Flamenco? 

La historia del flamenco está llena de estas preguntas, de estos momentos que tambalean, aunque sea en apariencia, sus cimientos. El flamenco es una música (por encima de todo, una música) que lleva más de doscientos años curada de espantos. Los flamencos llevan el mismo tiempo haciendo “cositas” que espantan a unos y enardecen a otros. De modo que estamos otra vez ante el rito del desconcierto, de la división de opiniones y de las cátedras que se tambalean. 

Primera conclusión: lo de Rosalía no es nada nuevo. Es otra vez algo nuevo, cosa muy distinta. ¿Qué significa nuevo? ¿Hay algo nuevo en el arte a estas alturas? ¿Van de nuevas los arquitectos que hacen gigantescas torres circulares u ovaladas queriendo tocar el cielo, cubiertas de ventanas, forradas de aluminio? Lo nuevo y lo viejo. Lo bello y lo feo. Lo sublime y lo falso. Y para más inri: el flamenco y lo aflamencado. O, aún peor, el flamenquito. Pamplinas de la Plaza Mina. 

Con Rosalía han surgido (otra vez) las dos preguntas más antiguas que el flamenco lleva contestando siglos: ¿Es esto flamenco? y ¿Por qué le gusta tanto a la gente lo que hace? Y, aunque parezcan dos preguntas, son una sola pregunta en dos partes. Es más, hay quien confiesa que no le gusta el flamenco y le gusta Rosalía. ¿Es esto posible? ¿No es una contradicción en sus propios términos? 

Otra cosa: la juventud se abraza a la música de Rosalía como si estuvieran huérfanos de un estandarte que les permitiera tener alguna razón para seguir imbricados en estos sones que en ella suenan tan nuevos. ¿Lo son? ¿Por qué los jóvenes escuchan con devoción a Rosalía y la siguen a muerte?

Muchas más preguntas que respuestas, lo sé. Pero para tener respuestas hay que empezar haciéndose preguntas y las preguntas son el sendero cierto por el que circular cuando hay ¿contradicciones? ¿mixtificación? ¿engaño? ¿superchería?

Rosalía se ha levantado de la silla, ha dejado en un rincón la falda larga, se ha puesto un chandal de purpurina, o un tutú con medias blancas, se ha pintado las uñas de un color imposible y se ha colocado encima setecientos anillos comprados en una tienda de chinos. El caso es que todo esto no va de celebrar un cumpleaños en casa de una amiga sino de subirse a un escenario. Sara Baras dejó de lado la tiesura de las telas de popelín y se cargó de sedas y antes María Pagés usó túnicas y faldas tableadas sin volantes y hasta Canales se quitó el pantalón y su puso un vestido. Mucho antes todavía, Camarón se soltó el pelo y las barbas y Tomatito hizo lo mismo. Hasta Lola Flores lanzó el escote ajustado por las galaxias y dejó los lunares guardados un ratito. 

Rosalía sale al escenario y con ella una troupe de bailarinas/bailaoras que parecen animadoras de un equipo de beisbol americano. Antes de ella Caracol montó una Zambra con argumento y llenó el escenario de mujeres llorosas, de mujeres rientes. Y antes de ella el “atrás” dejó de ser un cuadro de palmeros y dos vocalistas para convertirse en un mar de voces con Miguel Poveda, en una orquesta sinfónica con Carmen Linares. 


Rosalía mete por bulerías algunas cositas y otras las mete por Cádiz y entremete estribillos y lanza un vocabulario que solo conocemos en el sur, anda quillo, estás mu malamente, y tó por un queré…y se salta el diccionario para entrar en el universo de la copla. Antes de eso Mara Barros y Joaquín Sabina mezclan “Y sin embargo te quiero” con el “Y sin embargo” y se montan un dúo coplero/cupletista. Antes de eso, Marchena coge sones americanos y les engancha rápido una guitarra y eso ya se convierte en otra cosa y la gente lo entiende. Menos ayyyyyyy y más mensaje. Malamente. 

Y las Niñas de Utrera, la Fernanda y la Bernarda, cantan por bulerías la guía de los teléfonos. Y Rosalía, pone a Dani a tocar el Aleluya, dicho por Leonard Cohen, que también tenía su alma mater en un guitarrista particular que andaba por esos mundos de Dios a ver si alguien quería comprender lo que tocaba. Y Paco de Lucía se inventa el remonte de la mano y vuelve loco a cualquiera, después de que las críticas chorreen y lo acusen de todo y luego resulta que todos los de ahora, sin excepción, se estudian a Paco antes de ir a la escuela infantil a leer “Pinocho”. 

Y Pastora…Mejor que lo explique Kiko Veneno, que de esto sabe un rato “La Niña de los Peines era como Rosalía cuando empezó. Estableció unos cánones y unos clichés que ahora se asumen como sagrados pero que en aquel tiempo fueron algo nuevo” Malamente. Lo sabe Niña Pastori (otra camaronera) mientras canta con ella “Cuando te beso”. La niña de Pastora lo sabe desde siempre. 

Imposible sería hacer la lista de los cambios, de lo viejo, lo nuevo, lo de ahora y lo de antes. Si el flamenco se hubiera quedado en sus orígenes, en los instrumentos musicales que acompañaban a los verdiales o en el cante sin guitarra, por poner dos extremos, entonces sería como la jota (con permiso) y lo cantarían y bailarían en las bodas muy tradicionales a modo de Coros y Danzas de la música patria. 

Pero resulta, y aquí viene lo bueno, que el flamenco siempre se ha puesto el mundo por montera, la música por montera y se ha hecho a base de “cositas”, algunas más buenas que otras, pero todas mezcladas en el guiso. Y esto era así y no llamaba nada la atención hasta que unos señores dirigidos por un artista con nombramiento universitario, llamado Don Antonio y de apellido Mairena, se empeñó en decir que esto era así y que lo otro era mentira. Y le siguieron algunos con pluma en plaza. Y todos sentados muy serios y a cantar “por derecho”. Que está muy bien, pero no solo.  Y ahí se montó la bulla y la traca y se lió todo. Porque antes de eso nadie hablaba de puros y de impuros, de mestizos o de limpieza de sangre. Que la limpieza de sangre no tiene nada que ver con el flamenco, aunque somos muy limpios. Que de esto ya se dieron cuenta en el 22, allá en Granada, cuando quisieron buscar la fuente de lo jondo y la fuente tenía menos agua que la Laguna Seca en el estío. 


¿Qué hace Rosalía que no haya hecho ya otro artista de ruptura? Solo adaptarse a los tiempos, como es su obligación. Usar las redes, grabar vídeos, llevar una coreografía que haga saltar de la silla, conectar con los más jóvenes, interpelar al público (Plaza Mayor, Madrid, 31 de octubre de 2018: Así si, Así si), dominar el escenario porque tiene talento, atreverse, lanzarse, poco más. 

La música flamenca (el flamenco es música ante todo) es mestiza, ecléctica y abierta. Recibe lo que le llega de mil amores y lo devuelve al mundo remozado, limpio y perfumado. Por eso cantan así Alborán, Pablo López, Alejandro Sanz o Manuel Carrasco. Porque lo saben y beben de ahí con ansia. Solo el mairenismo quiso encerrarla en una cápsula, con un prurito de secta que nunca había existido antes y que, afortunadamente, el genio de Camarón (gloria al de La Isla por haber entendido que no se pueden poner puertas al arte) y el talento de Paco, sacaron del corsé y lo regalaron sin medida. Y desde entonces, todos libres de nuevo. 

El flamenco necesita voces de refresco. Lo fue Poveda y su cante y su copla, por poner un ejemplo que está en absoluta vigencia. Por eso este arte permanece como la música más influyente de todas desde hace más de dos siglos, la más permeable, la que más lluvia fina causa sobre las otras. La tendencia, el hilo, la huella. Nada de lo antiguo se pierde, todo se cuaja, se transforma, se mantiene, se mima y se actualiza. Por eso perdura. 

La música flamenca, que es más que el flamenco a secas, necesita a gente como Rosalía. Qué más da que nos hagamos preguntas…Después de ella vendrán más y más y por eso, te pongas como te pongas, el flamenco vive. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da