"Todo es posible" de Elizabeth Strout
Que Elizabeth Strout es una narradora extraordinaria ya lo había comprobado con Me llamo Lucy Barton. Y, después, con Amy e Isabelle, ambos reseñados en este blog.
Ahora, esa condición de observadora privilegiada y de escritora dotada de recursos, escudriñadora del alma humana y dueña de una mirada compasiva y empática, vuelve a ponerse de manifiesto con este libro de relatos Todo es posible. Relatos que no aparecen desconectados unos de otros sino que se van moviendo en círculos en torno a las mismas personas, a las que se añaden otras circunstanciales. Lucy Barton, la muchacha pobre que vivía en un entorno familiar desfavorecido y que logra salir adelante y convertirse en escritora, ilumina esos relatos a su manera.
Son nueve los relatos que aparecen en el libro: La señal, Molinos de viento, Rota, La teoría del pulgar magullado, Misisipi Mary, Hermana, El hostal de Dotti, Cegados por la nieve y El regalo.
De ellos, mi apreciación personal elige Molinos de viento como el más intenso, el más lleno del perfume Strout, el que enternece más, el que más llega. Supongo que estas elecciones son profundamente íntimas, cada uno de los lectores tenemos la capacidad de decidir cómo leemos y cómo sentimos cada una de las cosas que lee. Y con Elizabeth Strout hay mucho donde escoger.
En Molinos de viento la protagonista es Patty, una orientadora de secundaria, en la cincuentena, con una madre a punto de caer en la demencia y que ha tenido una vida, digamos, voluptuosa; una hermana que no quiere divorciarse y que ansía vivir con el mayor lujo (sabremos de ella en el cuento siguiente, Rota), un trabajo duro, en el que tiene que lidiar con alumnos problemáticos; un marido que muere al principio de la historia y con el que nunca ha podido tener relaciones sexuales y un amor platónico, Charlie, el hombre tranquilo.
"Hacía unos años, una mañana en la que el sol inundaba su dormitorio, Patty Cicely tenía el televisor encendido y el sol impedía que lo que aparecía en pantalla se viera desde determinados ángulos". Este es el comienzo de Molinos de viento y lo que aparece en pantalla es una entrevista con Lucy Barton (una niña de la infancia de Patty, con una familia basura), que va a publicar otro libro y que vive ahora en Nueva York. Barton es la celebridad del pueblo pero, lejos de admirarla, la gente se pregunta cómo ha podido sobrevivir a la miseria y cómo ha llegado a ser lo que es. Esa superación de las dificultades es lo que Patty ve en ella y lo que, tras leer su autobiografía, le sirve para dar pequeños pasos en su propia vida. Pequeños pasos con su madre, a la que debe perdonar y decir que la quiere; con su hermana; con sus alumnos y con Charlie, ese hombre que nunca compartirá con ella nada más que un rato sentados en los escalones al sol.
Lila Lane, la alumna, que es sobrina de Lucy Barton (y que, por lo tanto, comparte la misma sordidez familiar); Angelina, la amiga; Charlie, el amor imaginado; todos, la misma Patty, son reos de desesperanza. La ilusión no existe para ellos, tampoco el futuro. Dejan que los días pasen en absoluta indiferencia, sin planes y sin deseos. El deseo es una palabra cuyo significado no entienden. Por eso resulta tan doloroso y estimulante ver cómo Lucy Barton, que ha partido de mucho más abajo que ellos, se pasea por las televisiones con sus libros y es capaz de escribir cosas que a ellos les resultan tan necesarias, tan llenas de música para adornar sus propias vidas.
"Lucy Barton había sufrido sus propias ignominias; vaya que si las había sufrido. Y se había levantado y había seguido adelante"
El papel salvador de la palabra. El hueco que el talento bien llevado proporciona a las personas sin hogar y sin referentes sólidos. La valentía de reconocer lo que uno es y de saber qué es lo que quiere conseguir. Todo eso es lo que Strout plasma en estos relatos. Lo ha hecho ya en otros libros, pero ese camino trazado continúa aquí. De ahí que leerla sea un ejercicio de comprensión de nosotras mismas. Y de esperanza, quizás. No demasiado, pero casi.
ELIZABETH STROUT nació en Maine, pero desde hace años reside en Nueva York. Es la autora de Olive Kitteridge, novela por la que obtuvo el Premio Pulitzer y el Premi Llibreter, Los hermanos Burgess, Abide with Me y de Amy e Isabelle, que fue galardonada con el Art Seidenbaum Award de Los Angeles Times a la primera obra de ficción y el Heartland Prize del Chicago Tribune. También ha sido finalista del Premio PEN/Faulkner y el Premio Orange de Inglaterra. Sus relatos se han publicado en varias revistas, como The New Yorker y O, The Oprah Magazine (reseña biográfica de la editorial Duomo)
Ahora, esa condición de observadora privilegiada y de escritora dotada de recursos, escudriñadora del alma humana y dueña de una mirada compasiva y empática, vuelve a ponerse de manifiesto con este libro de relatos Todo es posible. Relatos que no aparecen desconectados unos de otros sino que se van moviendo en círculos en torno a las mismas personas, a las que se añaden otras circunstanciales. Lucy Barton, la muchacha pobre que vivía en un entorno familiar desfavorecido y que logra salir adelante y convertirse en escritora, ilumina esos relatos a su manera.
Son nueve los relatos que aparecen en el libro: La señal, Molinos de viento, Rota, La teoría del pulgar magullado, Misisipi Mary, Hermana, El hostal de Dotti, Cegados por la nieve y El regalo.
De ellos, mi apreciación personal elige Molinos de viento como el más intenso, el más lleno del perfume Strout, el que enternece más, el que más llega. Supongo que estas elecciones son profundamente íntimas, cada uno de los lectores tenemos la capacidad de decidir cómo leemos y cómo sentimos cada una de las cosas que lee. Y con Elizabeth Strout hay mucho donde escoger.
En Molinos de viento la protagonista es Patty, una orientadora de secundaria, en la cincuentena, con una madre a punto de caer en la demencia y que ha tenido una vida, digamos, voluptuosa; una hermana que no quiere divorciarse y que ansía vivir con el mayor lujo (sabremos de ella en el cuento siguiente, Rota), un trabajo duro, en el que tiene que lidiar con alumnos problemáticos; un marido que muere al principio de la historia y con el que nunca ha podido tener relaciones sexuales y un amor platónico, Charlie, el hombre tranquilo.
"Hacía unos años, una mañana en la que el sol inundaba su dormitorio, Patty Cicely tenía el televisor encendido y el sol impedía que lo que aparecía en pantalla se viera desde determinados ángulos". Este es el comienzo de Molinos de viento y lo que aparece en pantalla es una entrevista con Lucy Barton (una niña de la infancia de Patty, con una familia basura), que va a publicar otro libro y que vive ahora en Nueva York. Barton es la celebridad del pueblo pero, lejos de admirarla, la gente se pregunta cómo ha podido sobrevivir a la miseria y cómo ha llegado a ser lo que es. Esa superación de las dificultades es lo que Patty ve en ella y lo que, tras leer su autobiografía, le sirve para dar pequeños pasos en su propia vida. Pequeños pasos con su madre, a la que debe perdonar y decir que la quiere; con su hermana; con sus alumnos y con Charlie, ese hombre que nunca compartirá con ella nada más que un rato sentados en los escalones al sol.
Lila Lane, la alumna, que es sobrina de Lucy Barton (y que, por lo tanto, comparte la misma sordidez familiar); Angelina, la amiga; Charlie, el amor imaginado; todos, la misma Patty, son reos de desesperanza. La ilusión no existe para ellos, tampoco el futuro. Dejan que los días pasen en absoluta indiferencia, sin planes y sin deseos. El deseo es una palabra cuyo significado no entienden. Por eso resulta tan doloroso y estimulante ver cómo Lucy Barton, que ha partido de mucho más abajo que ellos, se pasea por las televisiones con sus libros y es capaz de escribir cosas que a ellos les resultan tan necesarias, tan llenas de música para adornar sus propias vidas.
"Lucy Barton había sufrido sus propias ignominias; vaya que si las había sufrido. Y se había levantado y había seguido adelante"
El papel salvador de la palabra. El hueco que el talento bien llevado proporciona a las personas sin hogar y sin referentes sólidos. La valentía de reconocer lo que uno es y de saber qué es lo que quiere conseguir. Todo eso es lo que Strout plasma en estos relatos. Lo ha hecho ya en otros libros, pero ese camino trazado continúa aquí. De ahí que leerla sea un ejercicio de comprensión de nosotras mismas. Y de esperanza, quizás. No demasiado, pero casi.
ELIZABETH STROUT nació en Maine, pero desde hace años reside en Nueva York. Es la autora de Olive Kitteridge, novela por la que obtuvo el Premio Pulitzer y el Premi Llibreter, Los hermanos Burgess, Abide with Me y de Amy e Isabelle, que fue galardonada con el Art Seidenbaum Award de Los Angeles Times a la primera obra de ficción y el Heartland Prize del Chicago Tribune. También ha sido finalista del Premio PEN/Faulkner y el Premio Orange de Inglaterra. Sus relatos se han publicado en varias revistas, como The New Yorker y O, The Oprah Magazine (reseña biográfica de la editorial Duomo)
Comentarios
Un abrazo y gracias por compartir con nosotr@s esta joyita.