"Mujeres que compran flores" de Vanessa Monfort
Están de moda las novelitas románticas, dicho sea sin ánimo peyorativo. Las hay dirigidas a jovencitas, algunas de las cuales hacen furor entre ellas e incluso puede que se escriban a modo de adaptaciones de clásicos. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, que se reescribe en todos los tonos y ambientes posibles. Un Darcy no es poca cosa.
Luego están las novelas como estas, que hablan de mujeres y que leen, básicamente, mujeres. Son novelas con un mensaje positivo, de superación, de búsqueda de la felicidad, de logro de retos. Son novelas que no hacen daño y que, quizá, por un momento, tras leerlas, te dejan el espejismo de que un mundo mejor es posible. Cosa que, desgraciadamente, se evapora en cuanto sales a la calle y aspiras el aire viciado o limpio de la ciudad o el campo.
Pero está bien que haya de todo y no ha de ser la reflexión sesuda la única que ocupe las estanterías de las librerías o las mesas expositoras de los grandes almacenes. Hay un condición sin la cual no se puede leer ningún libro, esto es, que esté correctamente escrito y esta suele ser la piedra de toque de estas obras (y de muchas otras con tramas más peliagudas, hay que decirlo). Ese es el problema y esa la falta de credibilidad de muchas de ellas. Al calor de este nuevo romanticismo urbano ha surgido un importante número de escritoras, algunas provenientes del periodismo o de la televisión, que publican historias intercambiables. Puede uno atribuirlas sin criterio a tal o cual, porque no se distinguen entre sí, no tienen, por así decirlo, voluntad de estilo propio. Son novelas de consumo y pare usted de contar.
Una de ellas es esta de Vanessa Monfort (Barcelona, 1975), que lleva ya unos cuantos premios y tiene consideración entre este panorama que citamos. El Ingrediente Secreto (Premio Ateneo Joven de Sevilla 2006), Mitología de Nueva York (Premio Ateneo de Sevilla, 2010) y La leyenda de la isla sin voz (Plaza y Janés en 2014. Premio Ciudad de Zaragoza. “Mejor novela histórica publicada en 2014”), un éxito de crítica editado ya en varios países y Mujeres que compran flores (Plaza y Janés, 2016) que en sólo 5 meses alcanzó la 7ª edición en España y se lanzó en varios países.
Mujeres que compran flores cuenta la historia de Marina que se ha quedado viuda hace poco y tiene que lidiar con una vida que compartía con alguien antes de ahora. Esa ausencia tiene rastro en cada uno de los momentos que vive y por eso no sabe qué hacer. En un momento dado conoce a Olivia, que es la dueña de una floristería. La floristería de Olivia es algo mágica y se llama El jardín del Ángel. Allí, ayudando a Olivia, podrá conocer a otras mujeres, muy diferentes a ellas pero que son un poco los arquetipos femeninos que todos conocemos o creemos conocer. Por ejemplo, Cassandra, una obsesa del trabajo. O por ejemplo Aurora, una sufridora por amor, artista por más señas, sacrificada y absolutamente ciega a la forma en que su novio la utiliza. Y también Victoria, una mujer muy familiar y entregada, una mártir de la vida doméstica que necesitaría unas alas enormes para dar algún salto.
Como vemos, nada nuevo bajo el sol. El relato de la historia se desliza correctamente pero también, ay, previsiblemente. Muchos adverbios acabados en mente, ya lo sé, pero es que la lectura del libro no te eleva a las cumbres literarias sino que te sitúa a ras de tierra, en una ventana de una cafetería mientras te tomas un café y contemplas la lluvia y las chicas con paraguas que cruzan la calle. Sin más.
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