Escenas de piano
El coronel Brandon se queda en el umbral de la puerta oyendo y admirando la ejecución al piano que hace Marianne Dashwood. Es en ese momento cuando se enamora. La mirada de Brandon, su gesto, su expresión toda, da cuenta de ese sentimiento en el justo instante en el que nace. Pocas veces nos es dado conocer con exactitud esa cronología del amor y sus fases, pero, en este caso, ahí queda escrito. Así aparece en una de las escenas de "Sentido y Sensibilidad" el libro en el que Jane Austen retrata las peripecias de las hermanas Dashwood, Elinor y Marianne, tras la muerte de su padre.
La mansión de Lady Catherine de Bourgh es fastuosa, riquísima en muebles, en cuadros, en estancias. Los tapices, las alfombras, las cortinas, el entelado de las paredes sugiere buen gusto, estilo y dinero, mucho dinero. No en vano Lady Catherine, la tía de Darcy por parte de madre, es una dama muy rica. Allí, en el salón de recibir, hay un magnífico piano de grandes dimensiones. En ese piano se sienta a tocar, una tarde-noche, Elizabeth Bennet, siguiendo la invitación que le hace para ello el coronel Fitzwilliam, primo de Darcy. Ambos están hospedados en la mansión. Elizabeth no es una virtuosa del piano, pero toca con gusto y sencillez. Pero, aunque el sonido que obtienen sus manos sonara a mil demonios, la cara de ensimismamiento, de entrega, de Darcy, sería la misma. Está enamorado y él ya lo ha descubierto.
En otra ocasión es Pemberley el escenario de una de esas veladas en las que tocar el piano es el momento más íntimo y, a la vez, más compartido por todos. Allí está Georgina Darcy, la hermana pequeña, que se dispone a tocar una pieza mientras Elizabeth se queda a su lado pasando las páginas de la partitura. Al fondo, Darcy contempla la escena. Ya ha recibido la negativa de Elizabeth pero algo en su corazón lo impulsa a seguir luchando por ella.
En la casa de los señores Weston, más modesta que las anteriores, hay un turno entre dos ejecutantes. Jane Fairfax, la sobrina de las Bates, hermosa e inaccesible, con su secreto a cuestas, interpreta una pieza con depurado estilo. Y, antes de eso, de un modo mucho más liviano, con menos pretensiones, Emma Woodhouse intervendrá ante el auditorio que la escucha complacida, no en vano es la muchacha más guapa y rica de la localidad. Pero uno de los oyentes observa la escena de una manera distinta. Es el señor Knitghley que mira a Emma como solo un hombre enamorado podría hacerlo.
Entre todas las escenas de piano que aparece en los libros de Jane Austen he escogido algunas. Hay otras, desde luego, pero no recogen tan bien la relación que existe entre las miradas de ellos y de ellas, los cruces de miradas, los enamoramientos y el toque de cualquier melodía. Las muchachas de entonces tenían, entre sus adornos, el saber ejecutar el pianoforte, así como escribir acertijos, bordar o dibujar. Ni Emma, ni Elizabeth, ni Marianne son demasiado expertas en todo ello. Ni parece tampoco que estén muy dispuestas a perder su tiempo en semejantes ocupaciones. Por supuesto, tampoco en leer los sesudos libros de sermones que se suponía estaban escritos para aleccionar a las jóvenes. Salvo Marianne, empedernida lectora de los Sonetos del maestro Shakespeare, a las otras dos la lectura les interesaba poco. Pero a todas, como a la misma Jane, lo que les gustaba era observar, ver, escudriñar, pensar, en todo aquello que la naturaleza humana trae consigo: las emociones, los sentimientos, las relaciones, los conflictos, los deseos...Todo eso era el mayor entretenimiento.
Pero hay que reconocer que las miradas amorosas que la música de piano pone en el aire son el caldo de cultivo justo para que los lectores sepamos reconocer que, donde parecía haber indiferencia, ardía el fuego y donde parecía haber amistad, existía un amor verdadero.
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