El flamenco y las Artes
El Flamenco es música. El Flamenco es poesía. Pero es
también, por qué no, el gesto, el espacio, el paisaje, los rostros… todo
aquello que se encierra en una imagen. La imagen del Flamenco no la han creado
los artistas del cante, el baile o el toque, sino los otros. Los pintores y escultores, los creadores de
figurines y decorados, los fotógrafos… El Flamenco ha llamado a la puerta de
las otras artes y éstas, abriendo la cancela, han hecho entrar en su universo
las visiones del Flamenco, que se perciben no sólo con los ojos, sino con el
corazón, porque lo esencial, ya lo sabemos, es invisible a los ojos. Y el Flamenco
tiene mucho de esencia, aunque también de arquitectura, de gran rompecabezas
que se encaja tiempo a tiempo por aquellos que lo han construido.
La mirada que al Flamenco dedican las otras artes
tiene mucho que ver con el Flamenco mismo, y, sobre todo, con las definiciones
individuales y los sentimientos colectivos de generaciones, escuelas y estilos.
No es, por lo tanto, una visión unívoca, sino un paseo por la historia de las
artes, un conjunto de puntos de vista que parten de estéticas diferentes, de
pensamientos e ideologías diversas. Esta multiplicidad de ecos nos permite
conocer el Flamenco por medio de imágenes. Hace que podamos asomarnos a la gran
ventana de la expresión plástica para descubrir allí algunas claves de lo que
ha sido, y es, la historia de esta música universal. Asociadas a las imágenes
están, asimismo, las huellas de la historia, que marcan el telón de fondo, porque
los acontecimientos del Arte Flamenco no se realizan en un laboratorio de
ensayo, sino que forman parte del devenir de la vida toda, del desarrollo histórico
y cultural, artístico, de este país. Desde el tiempo en que el Flamenco existe,
la expresión plástica se le ha acercado de muchas maneras y ha tomado, a veces
como motivo principal y, en otras ocasiones, como elemento accesorio, las
partes que lo configuran: los lugares del cante, los caminos, ventas, tablaos,
colmaos, cafés cantantes, teatros, escenarios todos; los personajes: manos,
rostros, gestos, expresiones, escorzos y voces; los atavíos, los ropajes, los
adornos, los complementos…También ha plasmado las escenas: momentos únicos e
irrepetibles que los pintores han dejado quietos, prendidos en el aire, descritos
para siempre por medio del color, la luz, la línea, el movimiento…
Un doble camino es el que conduce del Flamenco a las Artes
y desde éstas al Flamenco: Este Arte se ha convertido en fuente de inspiración
y en tema para los contenidos de la
Plástica , a la vez que también el Flamenco ha estado inmerso
en la vorágine de cambios, escuelas, etapas, que ha afectado al conjunto de la
historia de la cultura en nuestro país e, incluso, fuera de España. El Flamenco
es, por ello mismo, una de las artes y es, a su vez, un motivo recurrente que
algunas de ellas (Literatura, Plástica, Teatro, Cine, Música) toman como algo
suyo, algo desde lo que iniciar la construcción de la obra artística.
Flamenco itinerante
Luces
y sombras del Costumbrismo
En esta línea realizan su obra los Cabral Bejarano,
los Bécquer, Manuel Rodríguez de Guzmán o Andrés Cortés; también el prolífico
José García Ramos. Sobre todos ellos, la imponente modernidad de José Villegas,
extraordinario pintor que evolucionó desde el Realismo a un Simbolismo cargado
de componentes místicos y que realizó quizá el más portentoso retrato que se
haya realizado a una artista del Flamenco: el de Pastora Imperio.
Una sinfonía plena de rosa y plata, ofrece, con
delicado trazo, el saludo de la bailaora al público. No narra, pues, el momento
fervoroso de la danza, sino el posterior reposo, el tiempo de la gloria, al
modo en que, años después, lo haría Santiago Martínez en su obra “Después del
baile”.
Un hombre solo
El caso de Julio Romero de Torres requiere un momento
de reflexión, una parada en este camino que estamos recorriendo juntos. No
basta decir de él que representa el momento más interesante del Simbolismo
hispano, de hondas raíces populares y con significados que, sólo años más
tarde, retomará el Surrealismo de la mano de Lorca y otros artistas. Julio
Romero de Torres es el modelo de artista independiente, no subordinado a las
modas, consciente de su creatividad y de su propio lenguaje, poseedor de una
estética sin concesiones. La excesiva mercantilización de sus obras, repetidas
hasta la saciedad en formatos muchas veces abominables, no puede hacernos
olvidar la potencia de su contribución a la pintura de tema flamenco. El
retrato que realizó a Pastora Pavón “La
Niña de los Peines” bastaría para situarlo en un lugar
privilegiado de la plástica flamenca.
El
estallido del color
Tras Julio Romero de Torres, el paisaje pictórico renueva
su acostumbrada tensión entre las corrientes tradicionales y las nuevas formas
que llegan del extranjero, sobre todo de París, el nuevo centro del Arte desde
finales del siglo XIX. Las huellas del Impresionismo se expresan en dos
escuelas basadas en el empleo del color y de la luz, poseedoras ambas de una
nómina de artistas que hacen frecuentes incursiones en el tema flamenco: se
trata del Luminismo Mediterráneo y el Impresionismo Andaluz. El primero de
ellos nos proporciona las obras de Joaquín Sorolla y de Hermenegildo Anglada
Camarasa. El Impresionismo Andaluz abarca los trabajos, de clara inspiración
flamenca, de Gonzalo Bilbao, Gustavo Bacarisas y Javier de Wintuysen. A caballo
entre el Impresionismo y el Expresionismo se movió José López Mezquita, que
continuó la obra de Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York, reflejando
costumbres y tipos flamencos. Todos ellos, desde sus diferentes condiciones
artísticas y trayectorias vitales, dan
un paso adelante en medio del academicismo imperante y proporcionan una
estética más acorde a los nuevos tiempos y un acercamiento a las técnicas que
postulaban los artistas franceses. Las escenas de baile son el elemento que más
posibilidades ofrece y aparecen en ellos de forma reiterada. Son bailes que se
realizan en el vacío, en los espacios exteriores, junto al mar, en el entorno
festivo de los patios, en las romerías, en jardines de cuidado trazo… La
sensualidad de los cuerpos, los tonos nacarados, los ropajes y sus movimientos,
caracterizan un nuevo lenguaje que saca a la pintura de tema flamenco de los
estereotipos y los tópicos anteriores. El lenguaje de la luz se escribe de
forma muy diversa en estos artistas aunque con un denominador común. Significan
estas obras la plena entrada de la modernidad en la pintura española, trazando
así una senda que verá pronto sus más espléndidos frutos.
El sonido de las vanguardias
Visiones más hondas
La aparición en la escena plástica de los artistas
conocidos como pintores-aficionados, marca un nuevo territorio en relación con
la dialéctica Flamenco-Arte. Aparece así una nueva lectura del Flamenco,
realizada desde dentro, lo que da lugar a un fenómeno de “interiores”. Es el
retrato el género más cultivado en esta nueva etapa de la plástica flamenca y
adquiere, de esta forma, un inusitado protagonismo el cante, tan poco
representado con anterioridad, ya que se trata de reproducir el sentimiento, la
fuerza de la música que se genera en el corazón del artista, su queja, su
alegría, su vivencia, en suma. En la extensa relación de artistas que
participan de este movimiento, nunca organizado aunque sí evidente, hay que
reseñar dos nombres ilustres, los de Antonio Povedano y Francisco Moreno
Galván, máximos exponentes de esta tendencia. Asistimos, en estos años, al auge
del cartelismo flamenco, propiciado por una nueva manera de acercar este Arte a
los públicos. Tras el paréntesis de la guerra civil, el Flamenco vuelve a los
escenarios durante unos años, en forma de compañías de género mixto que supusieron
el único contacto de los pueblos y sus gentes con el arte. Sin embargo, a
partir de los años cincuenta, los escenarios habituales y las compañías de
variedades son sustituidos, casi en su totalidad, por lo que se da en llamar la
época de los Festivales Flamencos, encuentros organizados en torno, sobre todo,
al cante, sin mixtificación de géneros, que dan lugar a una nueva ortodoxia
flamenca. Es en este contexto en el que la obra de los artistas-aficionados
adquiere su total significación.
No se ha apagado el fuego del interés por el Flamenco,
sino que sigue presente y bien presente en los artistas plásticos
contemporáneos, muy especialmente en aquellos que explorando nuevos caminos han
concluido que el Flamenco es una música esencial que extiende sus brazos hacia
otros territorios. Esta idea ha dado lugar a formas plásticas variopintas, que
no pueden ser encuadradas en contextos comunes, sino que participan del
eclecticismo imperante en el panorama plástico actual. La mirada de los artistas
al Flamenco de hoy tiene muchos matices, tantos como pintores, escultores o
fotógrafos, que también desde este terreno se han efectuado maniobras de
cercanía. Los maestros que abrieron el camino, como Pepi Sánchez, Alfonso
Grosso, Joaquín Sáenz o González Santos, han dado paso a los nombres que todos
conocemos: Ignacio Tovar, Pérez Villalta, Juan Lacomba o Pedro G. Romero.
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