El dibujante que hablaba sin palabras

Ayer murió Antonio Mingote. Nacido en Sitges (Barcelona), Ángel Antonio Mingote Barrachina, que tal era su nombre completo, vio la luz en 1919 y ha muerto, por tanto, con 93 espléndidos años, durante los que  ha trabajado y se ha interesado por el mundo hasta el último momento. La biografía de Mingote, que he repasado ahora en todos los medios que hablan de su persona, me ha parecido siempre emocionante. Su amplísimo bagaje, su cultura enciclopédica, su deseo de aprender de todo y de todos, hasta ese pasaje increíble en el que el amor llama a su puerta, cuando ya había traspasado los 40, en forma de secretaria de Edgar Neville, su querida Isabel que lo ha acompañado hasta el final.

En 2009 se publicó una extensísima entrevista en ABC, su periódico desde hacía más de cincuenta años, en la que aparecían intactos su sentido del humor, su fina ironía y su originalidad de pensamiento. Por esa originalidad, no exenta de escepticismo y plagada de humildad, es por lo que yo siempre he considerado a Mingote un verdadero intelectual. En estos años, en los que se llama "intelectual" a cualquiera (por lo que incluso habría que rescatar ese aire peyorativo que el concepto tenía en sus orígenes), Mingote sí respondía a lo que para mí es un intelectual, alguien que crea su propio espacio vital, su propia visión del mundo, partiendo de una amplia formación pero sin mimetizarse en la moda o en los lugares comunes.

Mingote forma parte, además, de esa honrosa tradición de dibujantes y de periodistas gráficos que dan lustre y prestigio a la prensa de nuestro país, tan necesitada de espíritus libres y de ideas propias.
Su obra cumbre fue, quizás, el Quijote ilustrado que publicó en edición magnífica el Círculo de Lectores hace unos años y que tengo aquí cerca, en mi propia biblioteca.


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