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Despedida: cómo fue

Ya sé que hace mucho tiempo y que, a lo mejor, lo que voy a contar no se puede trasladar al día de hoy. Pero siempre que llega el momento en el que se van del centro los alumnos de segundo de Bachillerato, ese momento de las notas, de ver qué pasa, me recuerdo a mí misma, en los pasillos del inmenso Instituto Isla de León, esperando que el Jefe de Estudios, que era también nuestro magnífico, recordado, admirado profesor de Arte Don Francisco Pedrote, pusiera las notas en el tablón.
Me veo allí, perfectamente, con mis amigas, tres o cuatro, y también con dos o tres chicos, Fernando Rubio, Rafael Sestelo, Joaquín Arbolí, todos esperando a que Paco Pedrote saliera de la reunión de las notas. Veo que Pedrote pasa por nuestro lado y yo le pregunto: ¿He "pasado"? Y él me contesta, sin darle importancia. "Claro, eso estaba claro". Seguramente quería decir que no se habían detenido conmigo a dilucidar una y otra vez qué hacemos con ella. Porque, como otras personas, estaba claro que iba a pasar. Recuerdo que, en esa tarde, algunas amigas lloraban. Ellas se iban a quedar atrás. No dejarían el Instituto. Tendrían que ir a septiembre o repetir. Se iba a deshacer el grupo antes de que los estudios futuros lo rompiera. Ellas lloraban y nosotras pensábamos que teníamos suerte, mucha suerte. El año siguiente cada uno de nosotros estaba por un sitio diferente pero, igual que Joan Fontaine, la muchacha sin nombre de Rebeca recuerda los días felices de la Costa Azul, antes de llegar a la tormentosa Manderley, yo, de vez en cuando, revivo la emoción de aquellos días, de aquel día, en la calurosa tarde de junio en la que me despedí, para no volver nunca jamás, de aquellos tiempos.
Esta mañana, viendo el ir y venir de los alumnos en el Instituto, algunos sonriendo (como Ignacio, tan contento), otros llorosos (como Carmen), he vuelto a recordarme en aquellos días felices del final del Instituto. Ellos aún no lo saben, quedan muchos años para que se den cuenta, pero estos días, a pesar de la tristeza, son los mejores días de sus mejores años. ¿Quién no volvería ahora atrás incluso si Paco Pedrote atraviesa la sala y te dice "tienes que repetir"?
No sé por qué, también esta mañana, he recordado a Genaro Chic. Lo conocéis, estuvo en el Instituto dando una charla a nuestros alumnos. Genaro Chic, que fue mi profesor de Historia Antigua en la Universidad, me hizo un enorme favor una vez, un favor que cambió mi vida, pues, sin él, yo no hubiera podido seguir estudiando. No recuerdo las veces que Guerrero Lovillo me suspendió el Arte Islámico (fueron más de una y no entiendo aún por qué), pero sí recuerdo bien el favor que me hizo Genaro Chic y cómo aquello me hizo creer en la bondad.
Cuando, como cada año, los niños se marchan, siempre me pregunto si nos recordarán con cariño, si sabrán lo que ellos significan para nosotros, si hemos hecho todo lo posible...y lo imposible. Como ahora hago otras cosas, tengo que volver la mirada a mis propios alumnos de hace algunos años y veo que están ahí, que significaron tanto y que tanto me dieron. Ellos a mí, más que yo a ellos, seguro.
Queridos niños, adiós. Sed benevolentes con nosotros y no nos olvidéis.

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